Actualizado el miércoles, 7 febrero, 2024
✅ En este artículo descubrirás algunas claves sociales y cómo podemos diseñar una sociedad mejor. Pero si realmente quieres aprender mucho más, no te pierdas los retos formativos de Comunicación Social EN+
En un mundo donde la política incendiaria va en aumento, es fácil sentirse abrumado e impotente. Pero, ¿quién se beneficia realmente de esta atmósfera de ira y división? La respuesta puede sorprenderte.
Resulta que las personas que más se benefician de la política incendiaria son las que están en posiciones de poder. A menudo usan la ira y la polarización como una forma de mantener el control sobre sus electores, al mismo tiempo que desvían la atención de sus propias deficiencias. Esto crea un entorno en el que los ciudadanos están demasiado ocupados peleando entre sí para prestar atención a los problemas reales que tienen entre manos.
Al mismo tiempo, la política incendiaria también puede ser utilizada como una herramienta por quienes están en el poder para manipular la opinión pública y moldear el discurso público de manera que favorezca sus propios intereses. Por lo tanto, es importante que reconozcamos cómo nos están manipulando y trabajemos juntos para encontrar soluciones que beneficien a todos, no solo a quienes están en el poder.
Me estáis preguntando qué opino sobre qué está pasando en EE.UU. y poco puedo aportar desde el punto de vista económico y político. Pero si puedo aportar nuestra reflexión desde el fenómeno Trump como icono social. Trump es Tyler Durden. Si has visto la película de «El club de la lucha» (pero no leído el libro) quizás estés ahora mismo argumentando mentalmente que no es posible comparar a Trump con Tyler. Quizás porque pienses que Trump es un idiota lameculos del sistema y Tyler es un apolíneo rebelde antisistema que representa todo lo contrario.
La película supuso una revolución contracultural cuando en realidad se trataba de una gran advertencia, al igual que la película Do the Right Thing lo había sido anteriormente y tal vez Joker lo esté siendo ahora. Si volvieras a ver Fight Club probablemente no pensarás de ella lo mismo que pensaste cuando la viste por primera vez. Gran parte de lo que describe se ha manifestado en el mundo real o se ha distorsionado más allá del reconocimiento. Las historias y los líderes cambian según los ojos de quienes las observan. La reflexión que nos perdimos de Fight Club en 1999, y está entre nosotros, es qué sucede cuando el legítimo derecho a la ira se identifica con la supremacía blanca. La película reconoce un fenómeno en el que los hombres se despiertan con ira de una cultura destinada a adormecerlos o amansarlos, pero ahora también podemos ver en esas ideas, el abono necesario para justificar nuevos movimientos misóginos y fascistas.
Es uno de los puntos claves que desarrollamos en nuestro último reto formativo y en el que aún queda mucho por analizar.
Injusticia social e indignación
Abordaremos una apasionante introducción sobre cómo las instituciones de élite que estructuran la economía global han administrado mal sus responsabilidades. Y no sólo eso, desde años, han alentado el poder de las pesadillas frente a la idea de prosperidad y esperanza. También haremos una introducción a los diversos tipos de ira y consecuencias emocionales que las crisis sociales polarizan.
¡Pero no pierdas la esperanza! Terminaremos con algunas ideas de políticas que podrían mejorar nuestra crisis actual.
La crisis económica ha supuesto un incremento drástico del número de millonarios. Aunque suene paradójico, la recesión ha llenado las arcas de los más pudientes y ha disparado la desigualdad, tal y como han ido confirmando varias investigaciones sobre el reparto de la riqueza y como han llegado a reconocer algunos de los multimillonarios más pudientes.
De hecho, el último de esos estudios en publicarse afirma que el 1% más rico acapara un 45% de la riqueza mundial. Así lo desvela el Global Wealth Report 2019 que publica cada año Credit Suisse y en el que esta edición destaca el despegue de las grandes fortunas desde la pasada crisis.
Jeff Bezos, Bill Gates y Warren Buffett –los tres estadounidenses más ricos– poseen tanta riqueza como el 50% de la población de Estados Unidos, unos 160 millones de personas.
El número de millonarios aumentó un 470% en España en los últimos 9 años y ahora son casi un millón. El informe del banco suizo coloca a España entre los 10 países del mundo con más millonarios y prevé que en 2024 haya 1,4 millones, un 42% más. Además, este estudio revela que el número de millonarios ha crecido un 2,4% en todo el mundo, hasta alcanzar los 46,8 millones de personas.
Estos super ricos ocultan al menos 7,6 billones de dólares a las autoridades fiscales en paraísos fiscales. Eso significa que el 1% de las personas más ricas del planeta evade cerca de 200.000 millones de dólares en impuestos.
Clasismo y Meritocracia
Por contra, una persona que nazca en una familia de recursos bajos necesita cuatro generaciones para alcanzar la renta media. Así lo plasma un estudio de la OCDE, en el que se ven graves diferencias por renta: mientras que el 72% del tramo más adinerado perpetúan su estrato privilegiado, un descendiente de una familia pobre necesita hasta cuatro generaciones para ser clase media. ¿Meritocracia? La falta de movilidad social entre generaciones no sólo es una manifestación de desigualdad e injusticia social, sino que limita también la mejora de la productividad y el crecimiento económico de un país. Implica que el talento de un segmento amplio de la sociedad no puede dar sus frutos potenciales, anula las posibilidades asociadas de emprendimiento creativo y reduce el rendimiento de la inversión en capital humano no sólo individual sino del conjunto de la sociedad que ha financiado el acceso a servicios públicos universales.
De los 2.043 multimillonarios en todo el mundo, el 90% son hombres.
También se da el fenómeno de ciudadanos que a pesar de tener educación universitaria y un empleo, la leyes laborales (salario mínimo, condiciones, conciliación, hora extra no pagadas…) no le permiten salir de la pobreza. Sin embargo, los beneficios de nuestra versión contemporánea del capitalismo no se distribuyen de manera uniforme. Grandes franjas de personas padecen inseguridad financiera y enfrentan un futuro incierto. Peor aún, los de arriba parecen no estar interesados en abordar la legítima indignación de la mayoría.
Para evitar la ira que alimenta el peligroso tribalismo, como el fascismo, racismo y el nacionalismo, necesitamos construir economías más equitativas utilizando nuevas herramientas, como los fondos nacionales de riqueza y la autonomía regional.
Política económica y movimientos populistas
En este artículo examinamos cómo el mundo financiero se cruza con nuestro bienestar emocional para responder a la pregunta: ¿Quién decide y dirige los discursos de odio en tu país? Al hacerlo, estableceremos conexiones entre la política económica, los movimientos populistas y los sentimientos de estrés, ira e incertidumbre que la mayoría de nosotros experimentamos a diario.
«Los efectos de la recesión y una tendencia secular en la desigualdad proporcionan razones económicas legítimas para la ira».
Justificar la indignación
Edgar Straehle realiza en el libro «Memoria de la revolución», un profundo recorrido por los autores que pensaron sobre la revolución como fenómeno histórico. Los revolucionarios y los que no lo son. Hoy, que parece haber desaparecido del mundo la esperanza revolucionaria, quizás es el momento de pensar sobre estos procesos históricos que han constituido en hitos de la historia.
Irlanda del Norte, 1980. La población se divide entre los que buscan la reunificación con Irlanda y los leales a Gran Bretaña. Desafortunadamente, durante la próxima década, miles de personas mueren y resultan heridas a causa del conflicto.
Islandia, 2017. La filtración de los “Papeles de Panamá” revela que altos funcionarios del gobierno operan paraísos fiscales en el extranjero. Reykjavik está inundado de manifestantes. No se van hasta que el gobierno colapsa.
Filadelfia, 2018. Los Eagles ganan el Super Bowl. En las horas posteriores al juego, los fanáticos se alborotan y destrozan gran parte de la ciudad.
Parecen acciones dispares, pero no lo son. El elemento unificador es la ira. Esta ardiente emoción es un impulsor clave de los eventos contemporáneos. Sin embargo, toda la ira no es la misma. La indignación puede funcionar para rectificar la injusticia, pero también puede usarse para discriminar y dividir.
La rebelión no es posible sin la comprensión de las causas que provocan nuestra indignación. El cambio nace del conocimiento.
La ira es una parte inherente de la sociedad. A pesar de su mala reputación, a menudo tiene un propósito útil. La ira refuerza las normas sociales que establecemos para proteger el bien colectivo. Si un individuo viola una norma, por ejemplo, haciendo trampa o robando, se encontrará con la ira colectiva de sus compañeros.
Esta forma de ira colectiva se puede llamar «ultraje moral». El miedo a esta furia es muy útil para evitar que las personas actúen de manera egoísta y también puede alimentar el fuego necesario para arreglar las injusticias. Este fue el caso de Islandia. Cuando los ciudadanos se enteraron de que los políticos habían estado eludiendo en secreto sus deberes, su indignación moral derrocó a la administración en favor de un gobierno más justo. Esta es la ira justificada, es decir, la ira dirigida a las raíces de la injusticia real.
Sin embargo, hay otra forma de ira colectiva que se presenta como tribalismo. Esta ira anima a las personas a adherirse a un grupo de identidad y atacar agresivamente a aquellos percibidos como forasteros. Es una respuesta colectiva al estrés, el miedo y la incertidumbre. En la política moderna, este tribalismo a menudo adopta la forma de fascismo nacionalista. Como estamos presenciando hoy, apelar al nacionalismo puede ser una forma muy efectiva de motivar a los votantes sin tener que abordar ningún problema político real.
Políticos como Bolsonaro en Brasil, Narendra Modi en India, Viktor Orbán en Hungría y Donald Trump en Estados Unidos han utilizado este tipo de ira para generar apoyo político. Tanto Trump como Tyler son considerados “antihéroes” y sin embargo, son grandes catalizadores de la indignación de grandes sectores sociales que en lugar de ser movilizados hacia el empoderamiento social, son movilizados hacia una obediencia aún más ciega y perturbadora de aquella de la que huían en su desarraigo inicial.Específicamente, Trump tomó la insatisfacción que sienten los estadounidenses en las regiones económicamente deprimidas del país y la transformó en ira tribal contra los inmigrantes. Fue eficaz para ser elegido, pero no resolvió ningún problema.
Entonces, ¿cuáles podrías ser algunas fuentes legítimas de ira en el mundo actual?
La ira pública alimenta de la inseguridad
Imagínese que es 2005. Hay una pareja joven que vive feliz en España. Ambos tienen empleos estables en el sector privado y un modesto colchón financiero tras años de cuidadosos ahorros. Cuando llega el momento de comprar una casa, el banco les ofrece un préstamo considerable para ingresar al mercado inmobiliario en auge.
Luego, unos años más tarde, ocurre un desastre.
El mercado se derrumba. Primero, el valor de la casa se derrumba. Luego, el gobierno recorta el salario de uno y despide al otro. Ahora, el banco está ejecutando la casa. Los políticos no ofrecen ayuda, pero sí rescatan a algunas grandes corporaciones. Por ejemplo:
- El coste del rescate a la banca por la crisis de 65.725 millones
- El Estado tiene que pagar por las nueve autopistas rescatadas que supera los 2.000 millones de euros
- El Gobierno aprueba el rescate de 1.350 millones para ACS por el almacén de gas Castor
Después de todo esto, ¿la joven pareja está enojada? Probablemente. No hicieron nada malo y, sin embargo, a nadie parece importarle su difícil situación. Esta pareja hipotética no está sola en su indignación.
A raíz de la crisis financiera de 2008, y la posterior crisis de la eurozona unos años después, la europesadilla de esta pareja española imaginaria fue una realidad para millones de personas en Estados Unidos y Europa. Peor aún, estos dos shocks financieros fueron solo los últimos golpes en un proceso de décadas que reestructuró el panorama político y económico del planeta. El resultado de este proceso es un mundo en el que muchas personas sienten una ira justificada contra el sistema por no cumplir con su promesa de justicia social.
Una de las causas de esta indignación es la creciente desigualdad económica que os hemos planteado. Desde la década de 1970, la mayoría de los países importantes han adoptado políticas económicas neoliberales que recortan impuestos, reducen el gasto social y, en general, apuntalan a los mercados como fuerzas centrales de la sociedad. El resultado es que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres. De hecho, a nivel mundial, el 1 por ciento más rico se ha llevado a casa el 90 por ciento de las ganancias de ingresos desde 2012.
Esta distribución ascendente de la riqueza deja a muchas personas trabajando más y ganando menos.
Desde el año 2000, el salario medio pasó de 19.500 a 20.600 euros. Una subida de apenas el 6% en 15 años. Entre 2000 y 2007 los salarios estuvieron planos. Al llegar la crisis, paradojicamente, subieron. En realidad se produjo un efecto composición: los despidos se concentraron en trabajadores de salarios bajos —como los temporales—, que desaparecían de la estadística, y eso hizo que el salario medio subiese. Esto es habitual en recesión. Las bajadas salariales, por distintas razones se producen pero se observan más tarde.
En los EE. UU., el ingreso medio real no ha aumentado en tres décadas. Las administraciones y los gobiernos europeos han roto su compromiso con la cohesión social y no están prestando atención a las generaciones más jóvenes. Ejemplo de ello es la gran discriminación que sufren los ciudadanos para acceder a derechos básicos, como el derecho a la vivienda y el derecho a acceder a un empleo de calidad. Esta caída significa que la mayoría de la gente ha visto muy poca mejora en su nivel de vida. Y, por supuesto, para quienes viven en pueblos pequeños estancados, esta verdadera dificultad financiera se agrava al ver el éxito comparativo de las personas más ricas en barrios exclusivos de grandes ciudades.
Para agravar este problema están las respuestas inadecuadas de las instituciones políticas. Desde el final de la Guerra Fría, los partidos políticos dominantes en la mayoría de las democracias se han desplazado hacia la derecha.
Los líderes recurren a culpar de estos problemas a fuerzas vagas como la «globalización» o, peor aún, recurren al nacionalismo. Como resultado, muchas personas con agravios reales sienten que nadie en el gobierno aborda sus preocupaciones. Se quedan sintiéndose enojados.
Aporofobia: cuando la culpa la tiene quien menos tiene
“Lo que no tiene nombre no existe. Por eso es necesario buscar palabras que nos ayuden a definir realidades sociales innegables y cotidianas”
Javier Lascuráin, coordinador de Fundeu
Tras elegir como palabra del año escrache en 2013, selfi en 2014, refugiado en 2015 y populismo en 2016, el equipo de la Fundación eligió en 2017 a aporofobia, un término relativamente novedoso que alude, sin embargo, a una realidad social arraigada y muy antigua.
Aporofobia ha sido acuñado por la filósofa española Adela Cortina en varios artículos de prensa en los que llama la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce por su condición de extranjeros, sino porque son pobres. Según el Diccionario de la Real Academia Española este es el significado del neologismo: “Dícese del odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado”.
Adela Cortina le dedicó un libro a “un atentado diario contra la dignidad, el bienser y el bienestar de las personas concretas hacia las que se dirige”. En Aporofobia: el rechazo al pobre compara “la acogida entusiasta y hospitalaria” a los turistas con “el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres”, a quienes se les impide la entrada en nuestro país.
«Lo que provoca rechazo y aversión no es que vengan de fuera, que sean de otra raza o etnia, no molesta el extranjero por el hecho de serlo”
Adela Cortina, catedrática emérita de Filosofía Moral de la Universitat de València
Adela Cortina explica la predisposición que tenemos los seres humanos a esta fobia y propone caminos de superación a través de la educación, la eliminación de las desigualdades económicas, la promoción de una democracia que tome en serio la igualdad y el fomento de una hospitalidad cosmopolita.
Rediseñar el capitalismo contemporáneo
Comencemos con una burda analogía: el capitalismo es como una computadora. Y, al igual que su computadora, depende del hardware y software para funcionar correctamente.
El hardware del capitalismo (la CPU, la tarjeta de video y los chips de memoria) son instituciones de la sociedad, como los bancos, la bolsa de valores o el gobierno. El software, la programación que dice todo cómo interactuar, es la ideología de una sociedad, como el liberalismo de libre mercado o la socialdemocracia.
Ahora, al igual que una computadora, puede diseñar una sociedad capitalista con todas las diferentes combinaciones de hardware y software. Algunos arreglos funcionan bien y son relativamente estables. Otros no funcionan tan bien. Con el tiempo, el software generará errores, el hardware se sobrecalentará y todo el sistema se bloqueará.
Y esos problemas enojan mucho a la gente porque afecta a sus vidas y a la de las personas que aman.
Desde mediados del siglo XIX, ha habido tres versiones principales de la maquinaria capitalista. Cada uno ha funcionado durante algunas décadas antes de tener problemas y requerir un reinicio. La primera iteración ejecutó un software que decía que los mercados siempre tenían razón y que el hardware de un estado nunca debería interferir con ellos. Esto siguió avanzando hasta que comenzó a producir pobreza y desempleo generalizados.
Este primer colapso provocó un accidente que llamamos la Gran Depresión y ayudó a encender la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, después de 1945, reiniciamos una nueva máquina capitalista. Esta versión ejecutó un software diferente basado en modelos económicos keynesianos. Dio más poder al hardware, como los sindicatos y el estado, y menos poder a los inversores y los mercados. Esta configuración generó un crecimiento económico generalizado y una clase media fuerte. Pero también tenía un error: produjo mucha inflación y decepcionantes bajos rendimientos de las inversiones.
En las décadas de 1970 y 1980, las cosas se rediseñaron y reiniciaron una vez más. Esta vez, el software se llama neoliberalismo. Sus actualizaciones de hardware incluyen sindicatos más débiles, libre comercio sin restricciones y gobiernos que, una vez más, ceden al mercado. Los errores en esta versión producen una gran desigualdad y bancos que prestan en exceso e inevitablemente colapsan. Esta última versión del capitalismo ya se estrelló una vez, en la crisis financiera de 2008.
Sin embargo, a diferencia de los fallos anteriores, esta vez no actualizamos la máquina. En cambio, los que estaban en el poder simplemente hicieron algunos ajustes y presionaron reiniciar. Todo está funcionando de nuevo, pero los mismos errores van a producir los mismos problemas, solo que peores.
Según lo que ya hemos comentado, los resultados serán predecibles: más gente enojada. Echaremos un vistazo más de cerca a por qué.
Las fuerzas económicas que impulsan la ira
«Homo sapiens no es una especie perversa o destructiva […] Realizamos 10.000 pequeños actos de bondad no registrada por cada momento de crueldad increíblemente raro».
Stephen Jay Gould, biólogo evolutivo
Un estudio reciente refuerza esta idea: que el ser humano, por lo general, prefiere no cometer delitos violentos, que esa tasa de delitos no ha dejado de descender en los últimos siglos (sobre todo últimas décadas) y que la mayor parte de los delitos los cometen un pequeño grupo de individuos.
Puede que no hayamos vivido periodos de grandes guerras pero aún así, los niveles de inseguridad y estrés se han adaptado a esta nueva época y nos exigen mejores condiciones de vida para alcanzar a ser felices.
Pongamos un ejemplo. Primero, tu automóvil se avería y no sabes cómo va a pagar las reparaciones, los precios de todo han subido pero tu salario está estancado. Más tarde, tu jefe te exige que aprendas un nuevo programa técnico para mantener la competitividad de la empresa haciendo horas extra. Finalmente, de camino a casa, notas que tu tienda habitual de alimentos ha cerrado. En su lugar hay una tienda con productos típicos de otro país que abastece a la nueva población inmigrante del barrio.
La verdad es que nuestra vida diaria se ha vuelto menos estable y el futuro más incierto. Has perdido tus rituales. Has perdido tu sentimiento de pertenencia. Algunos cambios mostrados en este ejemplo, como la inseguridad laboral, son muy reales. Otros, como la amenaza que representa la inmigración, son exagerados o directamente falsos.
Sin embargo, en cualquier caso, toda la incertidumbre es estresante, agotadora y agravante.
Entonces, ¿qué procesos económicos están causando estrés a la gente común? Bueno, las razones son innumerables y están interconectadas, pero podemos reducir los impulsores de la ansiedad moderna a cuatro tendencias principales.
Un mercado en rápida evolución
Primero está el mercado en rápida evolución. La desregulación industrial y el cambio tecnológico hacen que la economía sea muy competitiva. Las empresas deben innovar constantemente para mantenerse a flote. Como resultado, siempre se pide a los trabajadores y emprendedores que se adapten y se adapten. Si alguna vez has tenido que dedicar más horas al trabajo, ver cómo despiden a tus compañeros o desarrollar nuevas habilidades para su currículum, sabes lo estresante que puede ser la presión adicional.
Automatización de los trabajos
El segundo factor estresante es el espectro de automatizar su trabajo. Las innovaciones inminentes en inteligencia artificial eliminarán una franja significativa de trabajos y la posibilidad percibida sigue siendo estresante. Con empresas ansiosas por adoptar cualquier medida de ahorro de costos, es difícil para los trabajadores de muchas industrias sentirse seguros a largo plazo.
Falta de oportunidades
El tercer factor de estrés es la orientación de la economía hacia una generación. Los boomers, la generación que creció en la economía de la posguerra, disfrutaron de muchos programas sociales, como una universidad barata y un mercado laboral fuerte. Por lo tanto, acumularon una gran cantidad de riqueza y la influencia política que la acompaña. La cohorte más joven de hoy carece de estas oportunidades y enfrenta una pendiente más pronunciada para lograr esa seguridad.
Los enemigos imaginados
El cuarto factor de estrés es los enemigos imaginados que plantea, por ejemplo, la inmigración. Las élites urbanas de clase alta disfrutan del cosmopolitismo de comunidades diversas. Sin embargo, las personas que viven en lugares en declive relativo ven a los recién llegados como la causa de sus problemas. Si bien la evidencia muestra que los inmigrantes en realidad fortalecen las economías, los políticos oportunistas, no obstante, estigmatizan a estas poblaciones como drenajes de programas sociales ya estresados.
Todas estas tendencias se conjugan para crear una atmósfera en la que nadie se sienta seguro acerca de su futuro económico.
Reorganizar nuestras economías: más igualdad y menos ira
Enciende las noticias y ¿qué ves? Imágenes de protestas en Europa. Historias tristes sobre crisis económicas e injusticias. Quizás algunas historias sobre la incesante aceleración del calentamiento global. Parece que esta versión del capitalismo está llevando al mundo entero hacia un final airado. Claramente, es hora de reiniciar el sistema económico. Pero, ¿cómo se crea un nuevo sistema?
Podría ser un poco apresurado romper con todo. Cuando se trata de diseñar nuestra economía actualizada, es más fácil mantener las piezas que funcionan y arreglar las que fallan.
Entonces, ¿qué podríamos aprovechar de la versión actual del capitalismo? Para empezar, en la mayoría de los países ha tenido un largo período de altas tasas de empleo. Además, lo hace sin generar inflación. Al actualizar el hardware y software de nuestra sociedad, todos queremos mantener estos resultados mientras eliminamos los principales inconvenientes, específicamente, la desigualdad y la inestabilidad.
Para abordar la desigualdad, debemos trabajar en iniciativas como la Tasa Robin Hood. Si bien las entidades supranacionales como la UE son valiosas para la coordinación internacional, pueden responder menos a las necesidades regionales y dejar a la gente sin voz. En cambio, los países y regiones deberían tener libertad para experimentar más con políticas novedosas. Esto les permitiría adaptar soluciones directamente a las necesidades de su población mientras prueban nuevas ideas.
También hay muchos otros conceptos que vale la pena probar. Los países podrían redistribuir la riqueza haciendo que las grandes empresas tecnológicas paguen licencias para usar datos públicos. O los bancos centrales podrían otorgar tasas de interés preferenciales a las empresas que invierten en descarbonización.
El objetivo general es encontrar soluciones que frenen las tendencias económicas que alimentan la indignación pública y el estrés. Si los responsables trabajan en la implementación de políticas que sirvan a un mayor número de personas, podemos calmar la ira antes de que nos lleve a todos por un camino peligroso.
«Nosotros no pedimos como los sansimonianos que el Estado haga todo por sí mismo; pedimos que tome la iniciativa de una revolución industrial que tenga por meta la sustitución del principio de competitividad por el de asociación. No pedimos que el Estado se haga empresario y concentre en sus manos todos los monopolios; pedimos que intervenga para proporcionar instrumentos de trabajo a las asociaciones de trabajadores, imponiendo a estas sociedades una legislación tal que les sea imposible no extenderse insensiblemente por toda la superficie del país […] Es necesario aplicar toda la fuerza del Estado. Lo que falta a los proletarios para liberarse son los instrumentos del trabajo. La función del gobierno es proporcionárselos. Si tuviéramos que definir el Estado según nuestra idea, responderíamos: el Estado es el banquero de los pobres» (Louis Blanc, Organisation du travail, 1847)
Fernando Díez Rodríguez en su libro: Homo faber. Historia intelectual del trabajo
Olin Wright afirma a veces cosas parecidas: entre el neoliberalismo y el estatalismo cabe la apropiación colectiva por asociaciones de la producción y distribución.
10 apuntes claves para reflexionar sobre el asalto al Capitolio
Claves aportadas por Leónidas Martín
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I
¿Quién es ese tío disfrazado de bisonte que se ha colado en el Capitolio? ¿Quién es ese chamán chapucero que trata de entrar en contacto con los espíritus de nuestra civilización para hundirlos en lo más oscuro de la Historia? Cuando lo entrevistan se define a sí mismo como el salvador de la democracia, alguien que ha sido elegido por dios para evitar que la democracia caiga en manos del comunismo internacional. Definitivamente, cada vez es más difícil entender lo que sucede a nuestro alrededor.
II
La información, en cantidades gigantescas y completamente inabarcable, hace ya tiempo que dejó de ser un compromiso inteligente con el mundo. Fuente constante de enfados, la información se muestra hoy completamente incapaz de otorgarnos una mínima explicación sobre nuestra procedencia y, mucho menos aún, sobre nuestro destino.
III
Nuestras pobres mentes, incluso ahora que se encuentran tan desgastadas, continúan buscando la manera de ordenar la experiencia. Ellas son así, no lo pueden evitar, se mueren si no dan con una explicación coherente para las secuencias de hechos que nos rodean, y ahora les cuesta mucho hacerlo. De un tiempo a esta parte, nuestras mentes andan más perdidas que un daltónico jugando al Twister, y eso, entre otras cosas, hace fuerte al populismo de Trump.
IV
Mientras todo se torna más difícil de descifrar, las redes sociales ofrecen a los operadores políticos como Trump la posibilidad de reducir el sentido de las cosas a historias simples. Make America Great Again es una historia muy simple. Nunca antes habían existido respuestas tan simples a preguntas tan difíciles.
V
Vivimos en la era de las emociones compartidas, a tiempo real y a escala global. Sentimientos de pertenencia que se unen, que se desunen, que se transforman y que terminan por desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Es como si la realidad hubiese caído presa de un algoritmo dedicado a cancelar constantemente su propio sentido, sus creencias. La caída de un sistema de creencias es lo más parecido al fin del mundo que uno pueda imaginar. Pero no es el fin del mundo.
VI
Incluso los más oprimidos por un sistema de creencias temen perderlo. A todos nos da miedo dejar de saber quiénes somos. La actual ola populista que estamos viviendo es el cráter humeante de la antigua clase trabajadora que, privada de su papel histórico, se siente absolutamente marginada por un modelo económico que la deja atrapada en una vida de mierda.
VII
Los tipos que han tomado el Capitolio son la respuesta motora de una nueva polarización social. El conflicto que inaugura esta nueva polarización no es otro que la pugna por la propia naturaleza de lo real. Su lucha es la lucha por la libertad de decidir qué es real y qué no lo es.
VIII
Con cada una de sus acciones se sienten paulatinamente más capaces de crear una realidad a su antojo. Una realidad ajustada milimétricamente a sus propios intereses y que aplasta a todo aquél que no entra en ella. El mundo es para ellos un cuadrilátero en el que pelear a muerte por su verdad. Los deteriorados cuerpos de estos luchadores frikis, los gritos de odio que profieren, las banderas que enarbolan, todo eso no es más que la contestación a una llamada. Una llamada procedente de un circuito electrónico que tiene como único destino la guerra civil.
IX
Para no entrar en su guerra, para no quedar atrapados en la estrecha realidad por la que luchan estos guerreros, lo primero que tenemos que hacer es dejar de engañarnos. Basta de seguir haciendo como si la vieja estructura de la realidad siguiera en pie. Por mucho que sigamos afirmándolo de cara a la galería, entre amigos sabemos bien que la realidad ha estallado en mil pedazos y que ahora somos incapaces de alcanzar el conocimiento pleno de las cosas. De hecho, ¿fuimos capaces de hacerlo alguna vez? Bien podría ser que el sentido de la realidad se diera a conocer únicamente una vez desaparecido del todo, como ese color extraño que vemos detrás de los párpados cuando cerramos los ojos.
X
Así pues, ha llegado el momento de hacernos cargo del nuevo mundo “político” que esta realidad trae consigo. Sin viejos mitos del pasado y sin aspirar ya a ninguna unidad (ni de sentido ni de nada), tratando solamente de arraigar de nuevo a la vida –y no a la guerra– el poder simbólico que tan libre y tan vacío de sentido fluye ahora por todas partes. Al mirar en esa dirección aparece sobre el horizonte el resplandor de una bruma premonitoria. El misterio de lo social es hoy tan profundo como el misterio de la vida misma. Nos toca encontrar el camino hacia un mundo que nadie ha visto antes.