¿Qué pensarías si te dijera que los acuerdos comerciales son los que deciden tu tiempo de vida?
La mayoría de las decisiones fundamentales del mundo en el que vivimos las han tomado personas y corporaciones de las que no sabemos nada, y son decisiones que nos afectan directamente en muchos ámbitos esenciales como, por ejemplo, nuestra salud.
Henry Gadsden era el presidente ejecutivo de una de las mayores compañías farmacéuticas a finales de los años 70. Llegó a confesar en una revista de negocios que la industria farmacéutica estaba en peligro. La razón: estaban limitando su base de clientes al tratar solo enfermedades. ¿La solución? Darle una nueva visión a la enfermedad, de tal forma que pudieran tratar también a los sanos. Para transmitir este ambicioso mensaje se valieron de la industria del marketing.
Para poder vender productos también a las personas sanas, normalizaron la ingesta de fármacos como algo de consumo cotidiano.
Medicinas para los sanos
También hicieron partícipes del engaño a la ciencia y a sus profesionales, como fue el caso de la reunión de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA). En ella, el psiquiatra Robert Spitzer y su equipo presentaron un nuevo manual (el DSM-III), donde se reinterpretaba la palabra enfermedad mental, su definición y su diagnóstico. Se introdujeron 265 categorías diagnósticas y se transformó la teoría y práctica de la salud mental. Este manual sirvió para volver a darle credibilidad a las enfermedades mentales que estaban pasando por una crisis de legitimidad.
Usando criterios más comunes y sin tantas etiquetas, el DSM-III daba la posibilidad de diagnosticar valiéndose de una lista de verificación, lo que permitió a las compañías farmacéuticas crear nichos para el desarrollo de toda una serie de nuevos medicamentos. Medicamentos que luego eran muy comercializados, como es el caso de una de las drogas legales más conocidas: el prozac.
El Prozac
Tan solo siete años más tarde de la presentación del manual (1987) aparece con fuerza el Prozac, que llevaba unos 15 años existiendo. Pero, ¿qué ocurrió para que pasara a convertirse en uno de los medicamentos más comercializados de la historia? Todo fue producto de un gran campaña de marketing, diseñada de forma inteligente y bombardeada por todas partes.
Estamos sobremedicados
En el momento en el que se publicó el siguiente libro del DSM (en 1994), muchos de los miembros que participaron tenían vínculos financieros con las compañías farmacéuticas. Allen Frances era el director del equipo de trabajo del manual y defendía que no era bueno sobremedicar a las personas. En una entrevista confesó que tenía 94 sugerencias para nuevos diagnósticos y solo aceptaron dos.
Pero la realidad no fue esta, fracasaron. El DSM terminó ampliando las posibilidades en el diagnóstico, lo que significó grandes ganancias para las compañías farmacéuticas. Pero esto no es todo, la la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) concedió la licencia de un nuevo antidepresivo de la empresa farmacéutica Pfizer llamado Lustral, también conocido como Sertralina, en 1991.
Bajo esta aprobación se reunieron con el gerente ejecutivo, Bill Steere, quien recalcó que la empresa tenía tres objetivos: primero, segundo y tercero acercar el marketing y la investigación. De esta forma, el Lustral pasó a comercializarse por todo el mundo. Pero el magnate de los negocios Pfizer tenían un plan aún más ambicioso que se hizo realidad: la mayoría de las prescripciones de depresión, en torno al 75%, se realizan en los médicos de cabecera.
De esta forma, destinaron fondos para que el creador del DSM-III, Robert Spitzer, ideara una herramienta para que los doctores diagnosticaran la depresión más fácilmente.
Pero los antidepresivos no son un caso aislado en la industria farmacéutica. En la actualidad, casi ningún médico defendería que el trastorno de hiperactividad existe pero la falta de una prueba médica definitiva significa que el TDAH ha sido interpretado erróneamente, sobrediagnosticado y publicitado a gran escala. Por ello, uno de cada siete niños se medica.
Nuestra vida es un número más para muchos empresarios del mundo que comercializan con nuestra salud y con cualquiera de nuestros intereses personales para aumentar su riqueza. ¿No debería tener más transparencia y control público la industria farmacéutica?
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