Actualizado el miércoles, 6 enero, 2021
«No puedo dejar de escuchar el sonido de la lluvia sobre las lonas donde duermen los refugiados sirios ésta fría noche, sentir el barro y el desdén ceder bajo sus pies, el brillo de sus lágrimas sobre la piel, la ira y la angustia, crecer, y no dormiré mientras escuche esa lluvia caer»
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El fotógrafo sueco Magnus Wennman es de esos profesionales comprometidos que consiguen sensibilizar y traer hasta nuestras retinas esa realidad que no podemos ver y que los medios de comunicación tradicionales muchas veces no tratan adecuadamente.
Magnus decidió viajar hasta las zonas en conflicto para cubrir las oleadas de migrantes sirios que se están escapando del horror de la guerra. Cada una de las imágenes seleccionadas no son anónimas, tienen detrás un nombre y una historia. Los protagonistas son niños pequeños y el título que lleva el libro recopilatorio es: “Donde los niños duermen”. Un proyecto similar al realizado por James Mollison en la que nos mostraba los dormitorios de niños de diferentes países del mundo. Si el proyecto de James era terriblemente desolador… el de Magnus lo es aún más:
LAMAR
Los juguetes, muñecas, el trencito y la pelota quedaron en Baghdad; Lamar suele hablar de estos objetos cuando le mencionan su casa. Una bomba lo cambió todo. La familia estaba yendo a comprar comida cuando fue dejada caer cerca de su hogar. No fue posible seguir viviendo ahí, dice Sara, la abuela de Lamar. Después de dos intentos de cruzar el mar por Turquía en un pequeño bote de caucho, tuvieron éxito al llegar a una frontera cerrada de Hungría. Ahora Lamar duerme cubierta por una manta en el bosque, asustada, con frío, y triste.
MARAM
Maram tiene 8 años y acababa de salir de la escuela cuando un misil destruyó su casa. Una parte del tejado cayó sobre ella. Su madre la llevó a un hospital de campo, desde ahí fue llevada a la frontera con Jordania. El golpe le causó hemorragia cerebral. Los primeros 11 días Maram estuvo en coma. Ahora está consciente, pero tiene la mandíbula rota y no puede hablar.
AMIR
Amir tiene 20 meses y nació refugiado. Su madre cree que él estuvo traumatizado desde el útero. “Amir nunca ha dicho ni siquiera una palabra”, dice Shahana, de 32. Amir no tiene juguetes dentro de la carpa plástica en la que ahora vive, pero juega con lo que sea que encuentra en el suelo. “Ríe mucho, a pesar de que no hable”, dice su madre.
SHEHD
Shehd amaba dibujar, pero últimamente sus dibujos contienen siempre lo mismo: armas. “Ella las ve todo el tiempo, están en todas partes”, explica su madre mientras la niña duerme en el suelo junto a la frontera de Hungría. Ahora ella no dibuja nada. La familia no ha podido traer papel ni lápices con ellos en el viaje. Shehd tampoco juega. El escape ha forzado a los niños a convertirse en adultos y se preocupan de lo que ocurre a cada hora y a cada minuto. La familia ha tenido dificultades para encontrar comida durante su viaje. Algunos días tienen que comer sólo las manzanas que encuentran junto a los caminos. Si la familia hubiera sabido lo difícil que sería el viaje, hubieran decidido arriesgar sus vidas en Siria.
WALAA
Walaa tiene 5 años y quiere volver a casa. Ella cuenta que tiene su cuarto propio en Aleppo. Ahí no acostumbraba a llorar a la hora de dormir. Aquí, en el campo de refugiados, llora cada noche.Recostar su cabeza en la almohada es horrible, dice, porque la noche es horrible. Fue cuando los ataques sucedieron. Durante el día, la madre de Walaa suele construir una casa con las almohadas para enseñarle que no hay nada qué temer.
AHMAD
Incluso el sueño no es una zona libre; es ahí cuando el terror vuelve. Ahmad estaba en casa cuando una bomba estalló contra su casa en Idlib. Una metralla lo golpeó en la cabeza, pero logró sobrevivir. Su hermano menor no lo logró. Su familia ha vivido en guerra con el vecino cercano desde hace años, pero sin un hogar, no tienen opción. Se vieron obligados a huir. Ahora Ahmad yace entre otros cientos de refugiados en el asfalto de la autopista que lleva a la frontera de Hungría. Este es el día 16 de su viaje. La familia ha dormido en refugios de autobuses, en el camino y en los bosques, explica el padre de Ahmad.
AHMED
Es más de medianoche cuando Ahmed cae dormido en el pasto. Los adultos se sientan a su alrededor, hacen planes sobre cómo saldrán de Hungría sin ser captados por las autoridades. Ahmed tiene seis años y lleva su propia bolsa durante los largos trayectos que su familia hace a pie. “Él es valiente y sólo llora a veces por las mañanas”, dice un tío que se hace cargo de él desde que su padre fue asesinado en Deir ez-Zor al norte de Siria.
FARA
Fara tiene 2 años y ama el fútbol. Su padre trata de hacer pelotas para ella juntando todo lo que encuentra en el suelo, pero no duran demasiado. Cada noche, él se despide de Fara y de Tisam (9 años), la hermana menor de ésta. Tiene la esperanza de que al otro día pueda darles una pelota adecuada con la que jugar. Todos los otros sueños están fuera de su alcance, pero él no se rendirá.
RALIA Y RAHAF
Ralia, de 7, y Rahaf, de 13, viven en las calles de Beirut. Son de Damasco, donde una granado mató a su madre y hermano. Junto con su padre, han estado durmiendo así durante un año. Se acomodan para darse calor en los cartones. Rahaf dice que está asustada de los “niños malos”, y Ralia comienza a llorar.Traducciones realizadas por: Ignacio Mardones
NUESTRA RESPONSABILIDAD EN EL CONFLICTO
Ya han pasado cinco años de brutalidad y derramamiento de sangre que han convertido a Siria en el epicentro de una crisis humanitaria masiva. Miles de personas refugiadas están llegando a Europa, huyendo de la guerra y de la violencia.
Lejos de dar soluciones satisfactorias la Unión Europea ha llegado a un preacuerdo con Turquía para que todas las personas refugiadas que lleguen a Grecia puedan ser expulsadas a territorio turco. Este preacuerdo no solo es inhumano y aumentará el sufrimiento de miles de personas, sino que además podría violar el derecho internacional.
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