Actualizado el viernes, 20 septiembre, 2024
El pasado octubre la revista Annals of Internal Medicine publicó una nueva guía clínica sobre el consumo de carne roja y procesada. Su principal novedad es la afirmación de que no existe una evidencia suficientemente fuerte para disminuir su uso y, por tanto, se podría continuar consumiendo dichos productos con la frecuencia actual.
Hasta ahora se recomendaba la limitación a 1-2 raciones a la semana o 70 gramos al día debido a su potencial efecto carcinogénico y su relación con la patología cardiovascular. Todo esto de acuerdo a las recomendaciones formuladas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2015 y otras agencias internacionales.
Esta guía desafía estas recomendaciones, fundamentándose en cuatro revisiones sistemáticas independientes sobre el impacto del consumo de carne roja, carne procesada o dietas ricas en estos productos en el desarrollo de enfermedades oncológicas, cardiovasculares y en la mortalidad global.
El problema surge al examinar estas revisiones. Aunque se identifica una asociación entre el consumo de estos alimentos y los eventos estudiados, lo que ha sustentado las recomendaciones de diversas sociedades científicas hasta ahora, el grupo de estudio actual indica, desde un punto de vista metodológico, que el efecto observado es de magnitud reducida.
Sin embargo, este dato es relativo, ya que se refiere a una reducción de solo 3 raciones por semana de estos productos. Considerando que el consumo medio de carne roja o procesada por semana en la mayoría de los países desarrollados supera las 7 raciones semanales, la reducción propuesta por este grupo de estudio difiere de las recomendaciones de las diversas sociedades (1-2 raciones semanales).
Por lo tanto, si extrapoláramos esta reducción al consumo habitual, reconociendo las limitaciones inherentes a esta extrapolación, es probable que el efecto sea considerablemente mayor y que tanto la incidencia de enfermedades como la mortalidad anual sufrirían cambios significativos.
Fallo en el diseño de la guía
A la hora de considerar el efecto de la reducción de carne roja/procesada habría que valorar estudios como el ensayo aleatorizado europeo PREDIMED, que evaluó el patrón de dieta mediterránea –que asocia una reducción de la ingesta semanal de carne roja a dos raciones– y demostró la reducción de casos graves de enfermedad cardiovascular, cáncer de mama, diabetes y fibrilación auricular.
Sin embargo, el tipo de diseño de esta guía clínica impedía introducir este y otros estudios similares. Por otra parte, otra de las limitaciones que observan los autores es sobre su calidad, al tratarse principalmente de estudios observacionales sometidos a multitud de sesgos.
Este factor es común en los estudios relacionados con la dieta en el ámbito de la nutrición humana y es muy difícil de controlar. No obstante, la metodología utilizada para categorizar dicha evidencia fue el método GRADE, que ‘penaliza’ de inicio a los estudios observacionales.
Por último, los autores basan parte de la recomendación en una revisión sistemática de estudios en los que se evaluaban las preferencias y el valor de la salud respecto al cambio de la dieta habitual por parte de los pacientes.
En esta revisión se concluye que los individuos omnívoros son reacios al cambio de dieta a pesar del daño en la salud que puedan provocar. Este argumento es utilizado por los autores para considerar que es más adecuado mantener los patrones dietéticos habituales.
Mejoras a realizar en estas guías
Quizás lo más apropiado sea considerar nuevas estrategias de salud pública para persuadir a las personas sobre las desventajas de ciertos hábitos alimenticios en lugar de mantenernos estáticos.
Sin embargo, la elaboración de esta guía no aborda el escenario más efectivo para implementar estrategias preventivas que impacten en la opinión pública. Deberíamos concebirlas como una forma de consolidar el conocimiento actual, aunque reconociendo que este cuerpo de evidencia requiere más investigación.
A pesar de ello, la mayoría de los estudios indican que el exceso de consumo de carne roja y procesada puede ser perjudicial para la salud. Por consiguiente, nuestras recomendaciones deberían centrarse en la reducción de estos alimentos, como sugieren la mayoría de las guías clínicas.
Los autores señalan una limitación importante: la dificultad para distinguir entre la carne roja sin procesar y la procesada en la recopilación de datos, además de la falta de consideración de los métodos de cocción y su posible efecto carcinogénico en algunos casos.
Por lo tanto, sería beneficioso llevar a cabo estudios que permitan diferenciar estos factores, lo que nos permitiría categorizar los efectos ajustando por posibles factores de confusión.
Mensajes a la sociedad con cautela
La realización de ensayos clínicos que investiguen el impacto directo de estos alimentos es complicada debido al riesgo potencial de causar daño deliberado en uno de los grupos.
Un desarrollo riguroso de tales ensayos debería enfocarse en evaluar patrones dietéticos donde cada dieta esté claramente categorizada.
Sin embargo, esta guía de práctica clínica y sus recomendaciones tienen una utilidad limitada, ya que su interpretación puede estar sujeta a valoraciones parcialmente subjetivas debido a limitaciones metodológicas.
En resumen, no podemos respaldar la continuidad de patrones alimentarios que presenten indicios significativos de causar daño al individuo. Como profesionales de la salud, debemos ser prudentes al comunicar el mensaje derivado de la evidencia científica a la sociedad.