Actualizado el martes, 11 octubre, 2022
Nos ha dejado Pere Casaldàliga. Tenía 92 años y hace mucho tiempo que estaba muy enfermo, abandonado por todos menos por sus feligreses: indígenas, campesinos, caucheros… las gentes por las que vivió y luchó, permanecieron a su lado hasta el final. Pero su legado, vivirá por siempre entre nosotros.
Pere Casaldàliga nació en el seno de una viejísima familia de señores de la tierra catalanes, en la comarca del Bages. «Casaldàliga» es un apellido que habla por sí solo de un linaje que se remonta a muchos siglos atrás: «la casa del águila», o incluso «el nido del águila».
El ‘obispo del pueblo’, de 92 años, vivía en Brasil desde 1968 y trabajaba por los derechos de los campesinos sin tierra y los indígenas.
Los Casaldàliga eran gente de casa solariega con escudo de piedra, pegados a la tierra y a su dominio desde mucho antes de que apareciera la burguesía rapaz nutrida con los beneficios del comercio negrero, esos ladrones con levita y chistera que en menos de un siglo se quedaron con todo: con la tierra, con el dinero y desde luego, con la Pàtria.
Reconocido en Brasil por su intensa labor social y defensa de los más vulnerables, se le conocía como el «obispo del pueblo» por su defensa de las etnias indígenas de la Amazonía.
Casaldàliga se hizo sacerdote, y marchó a las misiones. Era inteligente, decidido, brillante, irónico, capaz… Pudo haberse colocado en el Vaticano o en la sala de mandos de cualquier orden religiosa de lustre. En vez de eso se fue a la Amazonía brasileña y comenzó a predicar a indios en taparrabos y campesinos que no tenían donde caerse muertos. Aquel joven alto, seco, de perfil y maneras aristocráticas, de verbo acerado y discurso preciso, pronto captó la realidad y se lió a golpes dialécticos con ella. En 1970 le hicieron obispo de la diócesis que el mismo había creado de la nada, Sao Felix de Araguaio.
En su discurso de toma de posesión cargó directo contra los terratenientes de Matto Grosso y el modo en que ejercían su dominio. Pronto le adscribieron a la Teología de la Liberación, que era un modo de etiquetarlo como “cura comunista” y objetivo a abatir, y sus amigos importantes de entonces tuvieron que esforzarse a fondo para salvarlo de los sicarios que unas veces los terratenientes y otras directamente la policía brasileña, le enviaban para matarlo.
A lo largo de su vida, el religioso claretiano asumió el «espíritu del sacrificio», lo que siempre se vio reflejado en su estilo de vida. Vivió en una casa rural desprovista de cualquier tipo de lujo, incluso de nevera, y viajaba por Brasil en autobús para estar siempre a la «altura del pueblo».
En esos años tuvo dos protectores decisivos: el arzobispo brasileño Helder Cámara, al que llamaban en Brasil el “Cardenal Rojo”, y el Papa Pablo VI. Se cuenta que alguien sondeó a Pablo VI sobre su reacción en caso de que Pere Casaldàliga sufriera un accidente mortal: “Quien toca a Pedro, toca a Pablo” advirtió el Papa Montini.
Años más tarde, durante el pontificado de Juan Pablo II se recrudecieron los intentos de asesinar al obispo Casaldàliga, entonces ya con la bendición apostólica. En los años 80, en plena Cruzada anticomunista Reagan-Wojtyla, se desencadenó una ola de asesinatos de clérigos vinculados a la Teología de la Liberación o simplemente comprometidos con las luchas populares.
Desde Centroamérica a Argentina, centenares de curas, monjas, jesuitas, seglares…. fueron asesinados sin un solo reproche vaticano, al contrario. La señal de la carnicería la dio el viaje de Juan Pablo II a Nicaragua, y su condena de Ernesto Cardenal y los católicos de base que apoyaban la revolución sandinista.
Fueron los años más negros. El asesinato del obispo de San Salvador, Oscar Romero, se realizó tras una desesperada y vana búsqueda de apoyo entre las autoridades vaticanas. En una campaña electoral salvadoreña, el mayor Roberto D’Abuisson, líder de los Escuadrones de la Muerte militares, se presentó a los comicios con un lema: “Sea patriota, mate un cura comunista”. En Argentina decenas de curas de barriada fueron secuestrados, torturados y muchos asesinados con el beneplácito de las propias autoridades eclesiásticas colaboracionistas con las Juntas militares.
El caso de la desaparición y asesinato de dos jesuitas argentinos enturbia desde esos años el currículum del Papa Francisco, dada su estrecha relación con significados elementos del Régimen militar argentino cuando era responsable de esa orden en su país.
«Defendía el amor hasta las ultimas consecuencias. El amor por los más humildes, por los más pobres, los indios, los campesinos, los ribereños»
A todo sobrevivió Pere Casaldàliga, salvo al olvido y la desafección en su propia tierra y a la persecución a la que le sometió por medios arteros la propia Iglesia Católica. Viejo, pobre, enfermo y abandonado, fue expulsado de su diócesis por el Vaticano del Papa Ratzinger, el antiguo militante de las Juventudes Hitlerianas, quien además de retirarle la condición de obispo ordenó a Casaldàliga que saliera del territorio de su diócesis para no condicionar al nuevo obispo y que este no se sintiera presionado por su presencia. Los feligreses de Sao Felix de Araguaio rechazaron la cacicada, y grupos de indios armados con palos y arcos y flechas rodearon la choza de Casaldàliga para evitar que le expulsaran.
Pero aún ha sido peor el trato que ha recibido Casaldàliga de su país, al que no regresó nunca y del que no ha recibido jamás ayuda ni distinción alguna. Solo en la época en que Pasqual Maragall fue President de la Generalitat de Catalunya se le otorgó un reconocimiento oficial que fue una excusa para hacerle llegar algún dinero, lo que por cierto motivó rechazo en los círculos bienpensantes catalanes.
Los últimos años de este hombre, que tituló uno de sus libros “Airada esperança”, han sido un viacrucis marcado por la enfermedad y la soledad, aunque nunca le faltara el amor de quienes creyentes o no, fueron sus feligreses, sus hermanos y el objeto de la lucha de un hombre empeñado en devolver actualidad al viejo mensaje de un humilde judío llamado Joshua ben Joseph, al que crucificaron los mismos que quisieron acabar con Pere Casaldàliga.
Fuente: Joaquim Pisa