¿Te has fijado en cómo cambia tu forma de hablar entre el sábado por la noche y el lunes por la mañana? Un día estás contando anécdotas que hacen reír a tus amigos, y al siguiente estás diciendo cosas como “sinergias estratégicas” y “soluciones integradas” mientras pasas diapositivas sin parar. ¿Qué ha pasado ahí?
Eso es precisamente lo que Andy Craig nos invita a reflexionar en Weekend Language, un libro tan claro como necesario: hablamos mejor cuando lo hacemos como si fuera fin de semana.
Presenta como si fuera sábado: el secreto mejor guardado de la comunicación empresarial
Imagina que estás en una barbacoa un sábado por la tarde. Con una bebida en la mano y un grupo de amigos alrededor, sueltas una historia que hace reír a todos. Nadie te interrumpe, nadie bosteza. De hecho, te piden que la vuelvas a contar. ¿Y si te dijera que esa forma de comunicar es exactamente lo que necesitas… en tus presentaciones del lunes?
Eso es lo que Andy Craig y Dave Yewman proponen en Weekend Language: habla en el trabajo como lo harías un fin de semana. No significa que te presentes en chanclas a la reunión, sino que uses tu manera natural de contar historias en lugar de refugiarte detrás de 87 diapositivas con gráficos que nadie entiende.
¿PowerPoint? Solo si lo necesitas (y con moderación)
PowerPoint puede ser útil. Como el ajo en la cocina: en su justa medida, bien. Pero si abusas, la gente acaba llorando. Literalmente.
El truco es no usarlo como bastón, sino como complemento. Primero construye una historia clara, interesante y humana. Y luego, si hace falta, pon una imagen bonita. O una. No treinta.
Cautiva en los dos primeros minutos (sí, como en una cita)
Los dos primeros minutos de una presentación son como los primeros de una cita: si no conectas, empiezan a mirar el reloj.
Por eso, Weekend Language te recomienda usar la técnica del periodismo: lo más importante, lo primero. Nada de ir calentando motores con tres láminas de introducción. Empieza con lo que realmente importa.
Y recuerda pasar siempre la prueba más temida:
¿Y eso qué? ¿A quién le importa?
Si tu contenido no responde a esas preguntas, es momento de volver al guion.
Señales, no misterios
¿Has estado alguna vez en una charla donde no sabes si estás al principio, en el medio o si ya toca aplaudir? La falta de estructura es un crimen contra la audiencia.
Usa señales claras. “Ahora vamos con el segundo punto”, “Este es el momento clave”… No es repetitivo, es considerado. Y por favor, termina un poco antes de lo previsto. El público te querrá como si hubieras traído pastel.
Tu cuerpo también presenta
¿Sabías que el 93% de lo que tu audiencia capta de ti no está en tus palabras? Está en cómo las dices. Tu voz, tus gestos, tus pausas. Sí, eso que ignoras mientras te aferras a la mesa con cara de querer desaparecer.
Pausar es poderoso. Moverte con intención, mirar a los ojos, variar el ritmo… eso engancha. En cambio, los “eeeh”, “bueno”, “¿vale?” solo generan ruido. Ensaya, grábate, vuelve a ensayar. Lo bueno se nota. Lo improvisado también.
Spoiler: los grandes también ensayan (y mucho)
¿Crees que Steve Jobs improvisaba? Error. Se pasaba dos días ensayando cada charla de 45 minutos. Churchill preparaba 45 minutos por cada minuto de discurso. Y Anthony Hopkins repetía sus líneas cientos de veces antes de rodar. Si ellos no se la jugaban al azar, tú tampoco deberías.
Grábate. Revísate. Mejora. Sí, da un poco de vergüenza al principio. Pero también daba vergüenza bailar en bodas y ya ves…
El mensaje final
Puede que este enfoque te incomode al principio. Pero la recompensa es enorme: presentaciones más humanas, más eficaces y mucho más memorables.
Y lo mejor: sin necesidad de cambiar de estilo, solo de recordar cómo hablas cuando te sientes tú. Porque el lenguaje de fin de semana… también puede brillar en la sala de reuniones.
El problema: nos volvemos robots los lunes
Durante el fin de semana, somos naturales. Contamos historias, usamos gestos, modulamos la voz. Sabemos cómo atrapar la atención de alguien sin siquiera proponérnoslo. Pero llega el lunes, abrimos PowerPoint, y de repente parece que tenemos que sonar más “profesionales”. Resultado: frases vacías, tecnicismos sin alma, y presentaciones interminables que dejan a la audiencia soñando con la hora del café.
Craig lo dice claro: cuando hablamos en modo fin de semana, somos más persuasivos, más auténticos y más memorables. Y no, no se trata de dejar el trabajo en manos del azar o la improvisación, sino de recuperar el poder del relato y la conversación para que nuestras ideas realmente conecten.
¿La solución? Más historias, menos diapositivas
El truco está en contar historias. No hace falta ser guionista ni tener una vida llena de aventuras. Basta con compartir ejemplos reales, anécdotas, escenas cotidianas que ilustren lo que quieres decir. Una historia bien contada vale más que diez gráficos de barras.
¿Estás presentando un nuevo proyecto? En lugar de empezar con objetivos estratégicos y cifras, cuenta cómo surgió la idea. ¿Tienes que convencer a alguien de un cambio? Habla de una experiencia personal que te llevó a ver las cosas de otra manera. ¿Necesitas formar a tu equipo? Usa metáforas, analogías, imágenes que se queden en la mente.
El primer paso: deja PowerPoint a un lado
Esto puede doler, pero Craig lo propone con contundencia: durante un tiempo, olvídate del PowerPoint. Si de verdad quieres mejorar tu comunicación, lo primero es soltar el andamio de las diapositivas y atreverte a mirar a la audiencia. Hablarles de verdad. Sentir si están contigo o no. Escuchar sus reacciones. Y adaptar tu mensaje sobre la marcha, como harías en una conversación con amigos.
Cuando recuperas ese lenguaje del fin de semana, ocurre algo mágico: la gente te escucha. Y no solo eso, te recuerda. Tu mensaje deja de ser uno más entre muchos, y se convierte en algo que vale la pena repetir.
Así que ya sabes…
La próxima vez que tengas que hablar en público, no pienses tanto en sonar profesional. Piensa en sonar humano. Imagina que estás en una comida con amigos y quieres contarles algo importante. Porque, en el fondo, eso es lo que hacemos cada vez que comunicamos algo: intentar que el otro lo entienda, lo sienta, lo recuerde.
Y para eso, nada mejor que una buena historia contada en lenguaje de sábado por la tarde.
Cómo reconectar con tu audiencia y volver a presentar con sentido
Cada día se dan 30 millones de presentaciones con PowerPoint en el mundo. ¿El problema? El 90% no logra captar ni mantener la atención del público. Tan frustrante es la experiencia que, según una encuesta, el 24% de los participantes preferiría renunciar al sexo durante una noche antes que asistir a otra presentación aburrida. Así de mal estamos.
Pero no es culpa del PowerPoint… al menos, no del todo. El problema es cómo lo usamos.
El error de base: crear presentaciones al revés
La mayoría de las veces empezamos la presentación diseñando las diapositivas y luego nos preguntamos qué decir. El resultado: mensajes confusos, contenidos sobrecargados, oradores que leen en lugar de conectar, y una audiencia que ya está pensando en el almuerzo. Todo mal.
¿Y si lo hacemos al derecho?
Imagínate lo contrario: primero decides qué quieres comunicar, y luego piensas si necesitas una diapositiva para reforzarlo. Suena simple, pero cambia todo. Existen métodos que ya aplican este enfoque. Uno de ellos es PechaKucha: 20 diapositivas, 20 segundos cada una, ni más ni menos. En total, 6 minutos y 40 segundos que obligan a ir al grano y a evitar el ruido innecesario.
Otra alternativa es la regla de los tres segundos: si tu público no entiende la diapositiva en tres segundos, es demasiado compleja. La idea es que la atención se centre en ti, no en descifrar un gráfico.
Un reto radical (y muy efectivo): prohibir PowerPoint durante 30 días
Sí, como lo lees. Imagina eliminar proyectores y portátiles de tus reuniones durante un mes. El impacto no está solo en lo simbólico. Al no tener el “apoyo” de las diapositivas, los ponentes deben pensar de verdad qué quieren decir, cómo contarlo, y cómo conectar con la audiencia. ¿Más trabajo? Sí. ¿Más efectivo? También.
Durante esos 30 días, la clave es volver al mensaje, a la historia, a la intención. ¿Qué quiero que recuerden? ¿Qué quiero que hagan después? Esa es la base sobre la que se construye una buena presentación, y no una ristra de bullets sin alma.
“Tú eres la presentación”
Steve Jobs lo dijo sin rodeos: “Las personas que saben de lo que están hablando no necesitan PowerPoint”. Y tenía razón. Piénsalo: cuando Bill Gates dio su charla TED sobre la malaria, no usó gráficos complejos. Liberó mosquitos reales en la sala. ¿Exagerado? Quizá. ¿Impactante? Sin duda. O el caso del director de operaciones de Adidas, que en vez de PowerPoint usó un simple rotafolio y repartió sobres sorpresa entre los asistentes.
Lo que importa no es el soporte, sino la historia y cómo la cuentas.
Y cuando vuelvas a usar diapositivas… úsalas con intención
Después de ese mes sin PowerPoint, volverás con una perspectiva distinta. Tus diapositivas serán pocas, claras, necesarias. Usarás funciones como el botón “B” para apagar la pantalla y centrar toda la atención en ti cuando lo necesites. O incluirás solo gráficos que apoyen lo que dices, dejando los detalles para un documento aparte. Incluso podrías usar el modo presentador para tener tus notas sin que los demás las vean.
El objetivo final: poner a la audiencia en el centro
Porque de eso se trata: no de ti, ni de tus gráficos, ni de tus 30 diapositivas animadas. Se trata de que la audiencia entienda, conecte, recuerde y actúe. Y para eso, nada como una presentación auténtica, clara y bien pensada.
Así que, si te atreves, lanza el reto de los 30 días sin PowerPoint. Quién sabe, quizá no lo eches de menos. Y lo más importante: tu audiencia tampoco.
La herramienta olvidada que puede transformar tus presentaciones: el poder de contar historias
En el mundo profesional, la narración de historias —el famoso storytelling— es una habilidad que se oxida con facilidad. Se olvida, se deja de lado, y se sustituye por frases vacías que suenan importantes pero no dicen nada. Sin embargo, esta habilidad es una de las más potentes para conectar con las personas, dar sentido a lo que haces y lograr que tus ideas se recuerden.
Porque sí, aunque se nos haya olvidado un poco, contar historias es una herramienta de comunicación más poderosa que cualquier presentación repleta de jerga corporativa.
¿Qué prefiere tu audiencia? ¿Un “paradigma informático rico y sin fisuras” o una historia con alma?
Piénsalo: cuando una empresa describe su producto como una “solución integral y crítica para la misión”, ¿qué entendemos realmente? Nada. Solo palabras que se escuchan bien pero no dicen nada concreto.
En cambio, una historia sí conecta. No suena artificial ni distante. Y no necesitas ser escritor para usar el storytelling: ya tienes todo lo necesario.
Ejemplos que hacen tangibles las ideas
Cuando la empresa Vignette quiso mostrar la escalabilidad de su sistema, no soltó una lista de características técnicas. Contó una historia: cómo su tecnología permitió a la NASA retransmitir en directo el impacto de una sonda en un cometa a 250 millones de personas. De repente, el concepto de “escalabilidad” dejó de ser abstracto.
Anécdotas que emocionan
Una marca de ropa deportiva puede hablar de tejidos ligeros… o puede contar la historia de un niño que, al coger unos pantalones, dijo: “¡Qué ligeros! ¿Dónde se compran?” Ese momento real, aunque simple, tiene más poder de convicción que cualquier argumento técnico.
Analogías que iluminan
Cuando la tienda Golfsmith quiso redefinir su posicionamiento, no se complicó: “Somos como una tienda de golosinas para golfistas”. Así de fácil. Los medios lo repitieron tal cual. Porque una buena analogía hace que todo encaje al instante.
Historias de origen que humanizan
Un ordenador con pantalla táctil puede sonar aburrido si lo defines con tecnicismos. Pero si cuentas que fue creado por dos ingenieros en un garaje, con una mesa de IKEA y cinta adhesiva, la cosa cambia. Eso sí se recuerda. Y se cuenta.
Cómo encontrar tus propias historias
Empieza como haría un periodista. Habla con el equipo de ventas, con los técnicos, con quien tenga contacto directo con clientes. Pregunta por momentos clave, por anécdotas que les hayan emocionado o sorprendido. Recolecta detalles. Es ahí donde están las historias que pueden marcar la diferencia.
Y cuando las tengas, usa una palabra mágica: “Imagina”.
“Imagina que eres el responsable de tecnología de Zappos y acabas de descubrir que un ciberataque ha comprometido los datos de 24 millones de usuarios…” No es lo mismo que decir “nuestro software mejora la seguridad de los datos”. Es mucho más.
Las historias hacen que te escuchen (y que te recuerden)
La próxima vez que prepares una presentación, piensa: ¿qué quiero que la audiencia recuerde dentro de una semana? Luego busca una historia que lo transmita. No importa si es breve, personal, técnica o emocional. Lo importante es que conecte.
Porque las historias no solo informan. Las historias inspiran. Y eso, en comunicación, lo cambia todo.
¿Solo tienes dos minutos? Así es como puedes ganar (o perder) a tu audiencia desde el principio
Si vas a hablar en público, ya sea para presentar un proyecto, vender una idea o inspirar a tu equipo, hay algo que debes saber: los dos primeros minutos lo son todo. Es ahí cuando la gente está realmente contigo: te mira, te escucha, está atenta. Pero ese estado de atención máxima dura poco, y si no aprovechas ese breve momento… lo habrás perdido para siempre.
No guardes lo mejor para el final: empieza fuerte
Muchos cometen el error de reservar su “gran mensaje” para el cierre. Pero esto no es una novela de suspense. En las presentaciones, funciona mejor el modelo del periodismo: la pirámide invertida. ¿La idea? Comienza con lo más importante. Haz que el público entienda desde el primer momento por qué debería importarles lo que vas a decir.
Piensa en la famosa prueba de fuego: “¿Y eso qué? ¿A quién le importa?”. Es lo que tu audiencia se está preguntando, aunque no lo diga en voz alta. Si no respondes rápido y bien, te desconectan.
Habla desde el valor, no desde el ego
Cuando alguien te pregunta “¿Qué hace tu empresa?”, lo que realmente quiere saber es “¿Qué ganas yo trabajando contigo?”. La empresa de software Zilliant lo entendió a la perfección. En vez de decir que “optimizan precios en entornos B2B” (que suena a jerga técnica), dijeron: “Eliminamos las conjeturas del pricing y devolvemos dinero a tu bolsillo como beneficio puro”. El cambio de perspectiva fue brutal, tanto que su CEO, considerado “aburrido”, terminó dando una de las charlas mejor valoradas de su evento.
Dale una brújula a tu audiencia
¿Sabes por qué a la gente le encantan las listas tipo “los 10 mejores…”? Porque dan estructura mental. El inversor Guy Kawasaki lo sabe bien y por eso usa siempre listas numeradas en sus presentaciones. Cuando dice “Vamos por el punto 6”, el público calcula que va por la mitad y se siente tranquilo.
En cambio, cuando un ponente se extiende sin rumbo y nadie sabe cuánto falta, el público se impacienta, desconecta… o directamente se va. Si respetas el tiempo de las personas, te lo agradecerán. Y si terminas un poco antes de lo previsto, mejor aún.
Ser claro no es simplón. Es brillante.
Richard Feynman, Premio Nobel de Física, decía que si no puedes explicar algo de forma simple, entonces no lo entiendes bien. Y tenía razón. La claridad es un signo de inteligencia. Explicar lo complejo sin caer en tecnicismos es una habilidad que se entrena y que marca la diferencia.
¿Cómo se logra? Con frases mágicas como:
- “Lo que esto significa es…”
- “Por ejemplo…”
- “Nuestros clientes siempre nos dicen que…”
- “Piensa en esto como si fuera…”
- “Lo que nos hace diferentes es…”
Estas frases no solo facilitan la comprensión, sino que invitan a escuchar. Conectan ideas con emociones, argumentos con experiencias.
Ponte en el lugar del que escucha
Imagina que estás en la fila 20 de la sala. ¿Qué tipo de charla te mantendría despierto? ¿Cuál te haría tomar nota o contarle a alguien después lo que oíste?
Ese es el tipo de presentación que deberías construir: cercana, conversacional y centrada en lo que el otro necesita escuchar. Porque el objetivo no es simplemente informar. Es conectar, entusiasmar y dejar una huella.
Así que la próxima vez que te toque hablar en público, recuerda esto:
Los primeros dos minutos pueden ser todo lo que necesitas para que tu mensaje no se pierda.
Hazlos contar.
Cómo mejorar tu comunicación no verbal para presentar con impacto
Has trabajado duro en el contenido de tu presentación. Has estructurado tus ideas, pulido cada frase y definido tu mensaje principal. Pero hay algo que no puedes dejar de lado: la forma en la que lo entregas.
Porque en una presentación, no solo importa lo que dices, sino cómo lo dices. Según el psicólogo Albert Mehrabian, hasta el 93% de la percepción de tu mensaje proviene de tu lenguaje corporal y tono de voz. Es decir, tu forma de comunicar puede potenciar o arruinar completamente tu mensaje.
Aquí tienes las claves para que tu voz, tu cuerpo y tu presencia trabajen a tu favor.
1. El poder de las pausas estratégicas
Uno de los recursos más potentes al hablar en público es el silencio. No el incómodo, sino el que se usa con intención. Barack Obama, en su discurso de investidura en 2009, lo demostró al pausar durante varios segundos tras palabras clave como “humilde”, “agradecido” y “consciente”.
¿Qué consigues al pausar?
- Subrayar conceptos importantes
- Dar tiempo al público para asimilar ideas
- Transmitir calma y seguridad
Consejo práctico: Visualiza tu presentación como un camino con picos (ideas clave) y valles (pausas). Marca en tus notas los momentos donde necesitas respirar y dejar que el mensaje cale.
2. Ritmo, volumen y naturalidad
Cuando estamos nerviosos, tendemos a hablar demasiado rápido. Eso transmite ansiedad y dificulta que te sigan.
Practica un ritmo conversacional, como si hablaras con una persona frente a ti.
Usa un volumen entre 6 y 7 sobre 10, y modifícalo en momentos clave para generar impacto.
Si haces presentaciones online, preséntate de pie y con auriculares: te oirán mejor y tu lenguaje corporal será más expresivo.
3. Muletillas: el ruido que distrae
«Eh…», «bueno…», «vale…», «¿sabes?»… Todos los usamos a veces. Pero cuando se repiten constantemente, se convierten en un obstáculo.
Un estudio reveló que las muletillas llegan a ocupar hasta el 25% del tiempo en conversaciones grabadas. Y sí, hay casos extremos: en una presentación, los ejecutivos dejaron de escuchar para empezar a contar los “ums” del ponente.
¿La solución? Ensayo consciente. Grábate. Detecta las muletillas. Reemplázalas por pausas.
4. El lenguaje corporal también habla
Tu cuerpo dice mucho de ti, incluso antes de que empieces a hablar.
Muévete con intención: camina en semicírculo, sin moverte demasiado ni quedarte estático. El humorista Chris Rock lo resume así: “Si estás quieto, pueden distraerse. Si te mueves, deben seguirte.”
Evita los atriles: bloquean tu cuerpo y te hacen parecer más lejano.
Mantén el contacto visual durante 1 a 2 segundos por persona. Más es intimidante, menos se percibe como falta de interés.
Gesticula por encima de los hombros en espacios grandes. Cuanto más grande la sala, más amplios deben ser tus gestos.
Y nunca subestimes el poder de una sonrisa sincera al comenzar: genera cercanía al instante.
5. Alinea tus palabras, tu voz y tu cuerpo
Cuando todo está en sintonía —lo que dices, cómo lo dices y cómo te mueves—, logras una conexión real con tu audiencia.
No solo escucharán tu mensaje: lo sentirán.
Y eso, en cualquier presentación, es lo que marca la diferencia.
La paradoja de presentar con naturalidad: cuanto más espontáneo pareces, más has ensayado
Las mejores presentaciones no son las que parecen forzadas, ni las que dependen de mil diapositivas. Tampoco son fruto del azar. Las presentaciones más naturales, aquellas que parecen fluir sin esfuerzo, son precisamente las que más trabajo esconden detrás.
La falsa espontaneidad: un mito popular
Muchos profesionales dicen lo mismo: “Yo funciono mejor improvisando”. Pero la verdad es que la improvisación sin preparación suele llevar al caos. Lo paradójico es que quienes parecen improvisar con soltura, en realidad han ensayado hasta el detalle más mínimo.
Steve Jobs, por ejemplo, es recordado por su estilo fluido y aparentemente relajado en las keynotes de Apple. Sin embargo, antes de cada presentación de 45 minutos, ensayaba durante dos días completos. Incluso mandaba instalar un baño portátil cerca del escenario para no interrumpir la sesión. ¿Espontáneo? Sí, pero solo en apariencia. En realidad, era rigurosamente estratégico.
Winston Churchill, otro gran orador, invertía 45 minutos de preparación por cada minuto de discurso. Martin Luther King Jr. ensayaba 15 horas semanales para sus sermones. Y el actor Anthony Hopkins repitió sus líneas más de 250 veces antes de interpretar a Hannibal Lecter. ¿Qué tienen en común? Todos entendían que la práctica es lo que crea la sensación de naturalidad.
Ensayar en voz alta: el secreto que no puedes saltarte
Leer en silencio tu presentación no sirve. Para que tu discurso fluya con ritmo, entonación y naturalidad, necesitas entrenar la voz y el cuerpo. La clave es desarrollar memoria muscular. Hablar en voz alta, repetir, grabarte, corregirte.
Grabar tus ensayos es como verte en el espejo: incómodo al principio, sí, pero absolutamente revelador. Descubres tics, muletillas, falta de claridad… y puedes corregirlos a tiempo.
Caso real: cómo se prepara un líder para un gran momento
Kevin Hogan, CEO de Zurich Global Life Insurance, tenía que hablar ante 300 líderes empresariales. ¿Qué hizo? Dedicó siete horas grabándose en vídeo, afinando su narrativa, ajustando el ritmo. Siguió ensayando en casa, enviando versiones mejoradas a su coach. ¿El resultado? Una presentación poderosa, con una introducción inolvidable que unía motores, erizos y sherpas. La audiencia quedó atrapada desde el primer minuto.
Ensaya como un atleta profesional
Los deportistas de élite analizan sus partidos. Ven grabaciones, corrigen posturas, repiten jugadas. Tu presentación merece ese mismo nivel de atención. Empieza con semanas de antelación. Ensaya primero sin slides. Luego grábate. Luego afina. Repite.
Una buena medida: una hora de preparación por cada minuto de presentación. Puede parecer exagerado, pero no lo es si tu público son personas clave para tu negocio, tu carrera o tu proyecto. Y la buena noticia: esa inversión se reduce cuando repites o adaptas contenidos ya ensayados.
Evalúa más allá del aplauso
No te fíes solo del aplauso final. Es importante, pero subjetivo. Crea un sistema de evaluación sencillo que contemple tres dimensiones:
- Verbal: contenido y claridad del mensaje
- Vocal: ritmo, entonación, pausas
- Visual: lenguaje corporal, presencia, conexión
Reparte esta evaluación a personas de confianza durante ensayos y presentaciones reales. Te darán un feedback valioso que no conseguirás de otra forma.
La incomodidad inicial vale la pena
Revisar grabaciones, aceptar críticas, repetir una y otra vez… puede parecer agotador o incluso incómodo. Pero es la única forma de mejorar de verdad.
Y cuando estés en el escenario, con la atención de todos sobre ti, agradecido de sentirte preparado, sabrás que valió la pena.
Porque al final, lo que parece espontáneo… suele ser el resultado de mucha práctica. Y esa es la diferencia entre una charla que se olvida y una que deja huella.