Actualizado el martes, 7 febrero, 2023
Nuestro enfoque actual en maximizar la eficiencia nos ha cegado a los placeres del ocio y la ociosidad. Irónicamente, nuestra obsesión por mejorar nuestras vidas nos ha dejado más solos, enfermos y estresados que nunca. La solución a este estado de cosas es simple: dedique tiempo para el verdadero ocio en su vida y simplemente no haga nada.
La epidemia de la optimización no descansa ni en tiempos de reclusión social impuesta. No pasa nada por no hacer nada: cómo resistir a la hiperproductividad en tiempos de coronavirus.
En italiano existe una frase que haría a más de uno llevarse las manos a la cabeza: «il dolce far niente«. Significa disfrutar del placer de no hacer nada.
Para quienes piensan que el tiempo es dinero, la simple idea de dejar que los minutos transcurran sin hacer nada puede parecerles una locura increíble. Sin embargo, el tiempo no es dinero, el tiempo es vida, y quizá deberíamos replantearnos cómo lo estamos utilizando. ¿Es tan terrible perder el tiempo?
Además del noble arte de realizar las tareas, existe el noble arte de dejar las tareas sin realizar. El saber de la vida consiste en la eliminación de todo aquello que no es esencial.
– Lin Yutang, escritor chino
Elogio de la ociosidad
En el ámbito de la productividad, se pone mucho énfasis en hacer más cosas, ganar más dinero y volverse más eficiente. Pero hay mucho que decir sobre perder el tiempo. La verdad es que algunas de las ideas más creativas e innovadoras provienen del tiempo que se dedicó a hacer cosas que no tenían ningún propósito.
«En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona con curiosidad científica podrá satisfacerla, y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros. Los escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la atención por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y para las cuales, cuando por fin llega la oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad».
Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell
En su Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell imagina la posibilidad de un mundo en el que la jornada laboral esté suficientemente reducida como para que una persona pueda dedicarse al cultivo de su espíritu, a pintar o escribir, a desarrollar esa otra parte de nuestra naturaleza que, desde cierta perspectiva, es la que realmente constituye nuestra humanidad, la que justifica nuestra existencia en este mundo.
Sin embargo, sabemos bien que el sistema dominante tiene como uno de sus engranajes principales la supresión de dicha humanidad, la alienación como antecedente y consecuencia del trabajo, el dinero como aparente sucedáneo de eso que se pierde al dedicar la mayor parte del tiempo a generar la ganancia de otro.
La frenética búsqueda de la productividad genera culpabilidad
Siempre tendremos por delante una lista interminable de trabajo pendiente y tareas por terminar, así como una implacable cultura de productividad que nos empuja y nos dice que tenemos que hacerlo todo de inmediato y que debemos sentirnos terriblemente culpables por el tiempo «perdido».
No debemos sentirnos culpables por «perder el tiempo», pero la cultura de la productividad nos obliga a ello
Productividad, eficacia y procrastinación
Palabras como productividad, eficacia y procrastinación no solo se han insertado exitosamente en nuestro léxico, sino que también se han hecho un hueco en nuestra manera de pensar, determinando cómo organizamos nuestra jornada y, lo que es aún peor, cómo nos sentimos al respecto.
Perseguimos frenéticamente la productividad, hasta tal punto que no logramos descansar de verdad. Mientras damos un paseo, nos tomamos un día libre o incluso mientras leemos o vemos una peli, nuestra mente se mantiene ocupada en las cosas que deberíamos estar haciendo. Así terminamos abrumados por la culpa.
Sensación de culpabilidad al perder el tiempo
Para exorcizar esa sensación de culpabilidad, recurrimos a la peor estrategia posible: navegar sin rumbo por internet o sumergirnos en maratones televisivos. Eso mantiene nuestra mente relativamente ocupada, pero no contribuye a nuestra productividad y menos aún a la felicidad.
De hecho, una encuesta realizada por Netflix reveló que el 76% de sus usuarios reconocen someterse a maratones de series como un remedio para escapar de sus vidas ocupadas. Sin embargo, un estudio de la Universidad de Texas descubrió que los maratones televisivos están relacionados con la soledad y la depresión: no nos hacen más felices ni nos ayudan a desconectar de verdad.
Perder el tiempo es tan importante como aprovecharlo
Grandes personajes como Charles Dickens, Gabriel García Márquez y Charles Darwin seguían horarios bastante relajados, trabajaban cinco horas al día o menos. Se dice que Albert Einstein necesitaba dormir unas 10 horas e incluso tomaba pequeñas siestas.
Muchos genios sabían que perder el tiempo es tan importante como aprovecharlo trabajando. Eran conscientes de la importancia del descanso, la relajación y el sueño, ya que en esos momentos se activa en el cerebro la red neuronal por defecto que es, precisamente, la que se pone en marcha para producir las ideas más originales y creativas.
Nuestra fascinación hacia lo inmediato es tal que ya incluso se habla de «latencia cero», aun a sabiendas de que, desde un punto de vista tecnológico, tal cosa es imposible. Una ficción que hemos creado para no asumir la cuestión de fondo. Es decir, que en muchas ocasiones las prisas solo nos sirven para una cosa: para llegar antes al lugar equivocado.
Ser más productivo no significa trabajar más
Por tanto, debemos deshacernos de la creencia de que la productividad es sinónimo de trabajar más. Los estudios realizados por la OCDE muestran que en los países más prósperos y productivos se trabajan menos horas. En 2016, Alemania lideraba la lista de productividad en la Unión Europea, pero sus trabajadores dedicaban una media de 1.363 horas, mientras que en España se trabaja una media de 1.695 horas anuales pero la productividad es más baja.
Descansa, desconecta, haz algo que te haga dejar de pensar en el trabajo. Solo así podrás mejorar tu productividad
Relajarse de verdad, desconectándonos por completo del trabajo y dedicándonos a actividades regeneradoras, como la terapia del bosque, o simplemente disfrutando de buena música sin hacer nada, nos permite deshacernos del cansancio mental, desarrollar un estado emocional más positivo y recuperar nuestro equilibrio psicológico.
Descansar nos permite pensar mejor y ser más creativos
Descansar también nos permite adoptar nuevas perspectivas para hallar mejores soluciones a los problemas. Un estudio realizado en la Universidad del Sur de California desveló que tomamos mejores decisiones cuando estamos relajados ya que podemos sopesar con mayor objetividad los pros y los contras de la situación en la que estamos inmersos. Por tanto, ahora ya lo sabes: cuando no haces nada, en realidad te estás haciendo un enorme favor.
¡Abraza esos momentos y asúmelos como lo que son: tiempo muy bien empleado!
Aprende a valorar el tiempo libre sobre la eficiencia
Ya sea que estén haciendo ejercicio dos veces al día, aprendiendo italiano desde casa o dedicando muchas horas a una startup tecnológica, puede parecer que las personas son más eficientes y productivas que nunca.
Pero, ¿es esto algo bueno?
Según el autora de Do Nothing, Celeste Headlee, nuestra obsesión por la eficiencia nos hace infelices, estresados y enfermos físicamente. Durante años, hemos estado persiguiendo puntos de referencia cada vez mayores como si lo que realmente importa en la vida fuera la alta productividad. Al final, solo hemos logrado hacernos miserables.
Estas claves ofrecen tanto un diagnóstico como un plan de acción. Combinando una descripción general de dónde nos equivocamos en el pasado con estrategias simples para arreglar las cosas en el futuro, son un antídoto para nuestro mundo hiperproductivo.
Nuestra fijación moderna con la productividad tiene sus raíces en el pasado
Recientemente, es posible que haya notado que la productividad está en tendencia. Todo el mundo parece estar cada vez más ocupado, y las metas para nuestro trabajo y nuestra vida personal nunca habían parecido tan ambiciosas.
Quizás tus amigos te han hecho pensar en correr un maratón. Quizás esté planeando su próxima promoción. O tal vez se esté preguntando si sus hijos deberían aprender a tocar un instrumento o practicar otro deporte.
Si constantemente agregas cosas a tus listas de tareas pendientes, buscas optimizar tu horario y esperas encontrar de alguna manera más horas del día, es posible que hayas sido víctima del «culto a la eficiencia».
Entonces, ¿qué es exactamente este culto? Bueno, es una actitud que supone que cuanto más ocupados estemos, mejor. Y aunque nunca ha sido más poderoso de lo que es ahora, este fenómeno no creció de la noche a la mañana.
Lo crea o no, no siempre trabajamos tan duro como lo hacemos ahora. Incluso los campesinos medievales trabajaban menos horas que el trabajador moderno promedio, ¡y también tenían más tiempo de vacaciones!
Pero las cosas cambiaron en los días de la Revolución Industrial. En lugar de pagar a los trabajadores por tarea, los propietarios de las fábricas comenzaron a pagar salarios por hora. Esto llevó a un aumento dramático en la cantidad de horas que se esperaba que trabajaran las personas.
En Estados Unidos, la fe popular en el sueño americano ayudó a normalizar estos nuevos y agotadores regímenes de trabajo. ¿Quién podría quejarse de jornadas laborales más largas, cuando todos sabían que el trabajo duro te ayudaba a salir adelante en la vida? Esta creencia estadounidense de que la diligencia y la perseverancia siempre son recompensadas con riqueza ayudó a sembrar las semillas de nuestro moderno culto a la eficiencia.
Ahora la distribución de la riqueza es una historia diferente. Desde la década de 1960, el salario de los trabajadores casi ha superado la inflación, pero en el mismo período, los directores ejecutivos se han llevado a casa cheques cada vez más grandes. Entonces, en esencia, el fruto de nuestra mayor eficiencia generalmente lo cosechan nuestros jefes y no nosotros.
Nuestro impulso por la productividad también se ha visto influenciado por la cultura del consumidor. El marketing inteligente nos ha convencido de trabajar más horas para poder pagar productos que nunca antes habíamos deseado, y el aluvión constante de nuevas modas y dispositivos nos ha mantenido trabajando mucho después de habernos ocupado de nuestras necesidades más básicas.
El culto a la eficiencia nos hace sentir culpables por disfrutar del tiempo libre
Como acabamos de ver, la era industrial introdujo un cambio en la compensación laboral. A los empleados se les pagaba por hora de trabajo, no por tarea realizada. De alguna manera, esto parece una distinción trivial, pero sus efectos psicológicos son profundos.
¿Por qué? Porque cuando paga a los trabajadores en función de la cantidad de horas que registran, en realidad cambia sus actitudes hacia el tiempo, especialmente hacia el tiempo libre. Cuando los empleados industriales aprendieron a poner un valor en dólares a una hora de su tiempo, una hora de ocio comenzó a parecer cada vez más indulgente.
Con el costo financiero del ocio más evidente, comenzamos a pensar en el tiempo libre como tiempo perdido. Esto no es solo de interés histórico. De hecho, es tan cierto hoy como lo era entonces.
Considere un experimento realizado por investigadores de UCLA y la Universidad de Toronto. Los participantes de este estudio se dividieron en dos grupos y cada uno escuchó una pequeña pieza de música clásica. Sin embargo, antes de escuchar, se pidió a los miembros de un grupo que estimaran su salario por hora.
¿Los resultados del estudio? Las personas que habían pensado en el valor económico de su tiempo estaban mucho más ansiosas por que la música terminara.
En pocas palabras, pensar en su salario por hora les dificultaba sentarse y disfrutar de la música.
No es de extrañar, entonces, que a menudo nos resulte difícil desconectar del trabajo cuando llegamos a casa. De hecho, los investigadores usan el término tiempo contaminado para describir el tipo de tiempo libre que experimentamos cuando todavía sentimos la necesidad de devolver correos electrónicos, llamadas de campo y reflexionar sobre decisiones comerciales.
El efecto del tiempo contaminado es que muchas personas nunca se sienten realmente a gusto. Y esta es una de las principales desventajas de los horarios de trabajo modernos y flexibles.
Cuando trabajábamos de 9 a 5 todos los días, era fácil saber dónde terminaba el trabajo y comenzaba nuestro tiempo libre. Ahora que nuestro horario es «flexible», es mucho más probable que estos dos mundos se superpongan.
Los inconvenientes del tiempo contaminado son numerosos. Tomar un descanso real del trabajo aumenta nuestra creatividad y productividad, e incluso puede fortalecer el sistema inmunológico.
El exceso de trabajo, por otro lado, a menudo solo aumenta nuestros ingresos en un 6 por ciento al año, una compensación pobre, dado el agotamiento y el estrés que puede desencadenar el trabajo excesivo.
Incluso en nuestra vida personal, nos esforzamos por lograr la eficiencia
Hasta ahora, las cosas han sido bastante sencillas. Hemos abordado los orígenes del culto a la eficiencia y analizado algunas de las formas en que el trabajo puede «contaminar» nuestro tiempo libre e interferir con nuestro ocio.
Todo lo que tenemos que hacer es mantener separados nuestro trabajo y nuestra vida personal, y el problema se resolverá, ¿verdad?
Bueno, no del todo. Verá, una de las cosas más importantes de la tendencia de la eficiencia es que rápidamente escapó de sus orígenes en el lugar de trabajo y se convirtió en una actitud hacia la vida en general.
Entonces, incluso si no ha trabajado en años, es posible que se encuentre bajo el dominio de una mentalidad que valora la superación personal constante y el ajetreo por su propio bien.
Una forma en que podemos rastrear la intrusión de la eficiencia en nuestras vidas personales es en la idea de pasar “tiempo de calidad” con la familia.
Ahora, no hay nada de malo en querer pasar tiempo con sus seres queridos; a menudo es un antídoto gratificante para nuestro enfoque habitual en «hacer las cosas». Pero la noción de tiempo de calidad supone que podemos y debemos concentrar nuestras obligaciones familiares en unas pocas horas gratificantes, comprimidas y memorables.
En otras palabras, el tiempo de calidad es la vida familiar adaptada a una mentalidad de productividad, una mentalidad que alguna vez estuvo confinada al lugar de trabajo.
Otra forma en que podemos identificar una mentalidad de eficiencia en nuestra vida personal es prestando atención al valor social asociado a estar ocupado.
El tiempo libre abundante alguna vez fue señal de riqueza y alto estatus social, pero ahora las tornas han cambiado por completo. En estos días, los trabajadores con educación universitaria tienen el doble de probabilidades de trabajar más de 40 horas a la semana, en comparación con las personas sin un título.
En este sentido, no sorprende que el ajetreo se haya convertido en una característica tan valorada. Y nuestro entusiasmo por compartir nuestros logros en las redes sociales deja en claro que el ajetreo aporta un prestigio innegable.
Nuestro enfoque en la eficiencia puede privarnos de conexiones humanas significativas
Antes de que la Revolución Industrial atrajera a los empleados a las grandes ciudades, la gran mayoría de la gente vivía en comunidades pequeñas y unidas. Estas comunidades se adaptaron a las necesidades sociales de la época; la gente necesitaba un pequeño número de amigos íntimos, un grupo más amplio de buenos compañeros y un círculo más amplio de conocidos.
Desafortunadamente, en estos días muchas de nuestras necesidades sociales no se satisfacen. Tener cientos de «amigos» en Facebook simplemente no puede reemplazar las conexiones emocionales de una comunidad cálida del mundo real.
Lamentablemente, hemos erosionado gran parte de la intimidad humana en nuestra búsqueda por hacer que nuestras vidas sean más eficientes, un hecho con consecuencias indescriptibles.
Verá, el aislamiento no es solo emocionalmente doloroso. Entre otros peligros, puede reducir su esperanza de vida e incluso aumentar el riesgo de contraer cáncer o sufrir un ataque cardíaco.
Veamos el problema en un microcosmos. La diferencia entre escribir un mensaje y hablar con alguien puede decirnos mucho sobre las desventajas de maximizar la eficiencia en todo momento.
En el mundo del trabajo, los correos electrónicos y los mensajes de texto con frecuencia son útiles. Por un lado, pueden enviarse en cualquier momento, independientemente de que la persona con la que se comunique tenga libertad para hablar o no. No solo eso, ambos se quedan con registros coincidentes del intercambio, por lo que no hay lugar para confusión en el futuro.
A pesar de estas ventajas, todavía perdemos mucho cuando descuidamos la voz humana. Una de sus mayores fortalezas es el hecho de que puede humanizar a quien habla. Esto no es solo una charla sentimental: un estudio reciente mostró que somos mejores para tolerar las diferentes opiniones cuando las escuchamos articuladas en voz alta en comparación con cuando las leemos.
Otro estudio fascinante conectó a los participantes a una máquina de resonancia magnética funcional y monitoreó sus ondas cerebrales mientras escuchaban una historia que se contaba. Sorprendentemente, los investigadores descubrieron que la actividad cerebral de los oyentes comenzó a imitar la del narrador. Los científicos llaman a este fenómeno acoplamiento neuronal hablante-oyente o, en palabras sencillas, fusión mental .
Ningún número de emojis puede igualar ese impacto emocional, lo que dificulta el establecimiento de conexiones significativas por correo electrónico. Una vez más, entonces, el triunfo de la eficiencia finalmente ha resultado vacío.
Las redes sociales hacen que sea demasiado fácil compararnos con los demás
No se puede negar que las redes sociales han ayudado e incitado al culto a la eficiencia en su ascenso al poder. Después de todo, es el lugar ideal para presumir de todo lo que ha marcado en su lista de tareas pendientes.
¿Acabas de terminar tu décima reunión del día? Luego, tuitea sobre lo ocupado que estás. ¿Hiciste un pastel elaborado? Bueno, ¿por qué no compartir una foto en Instagram? ¿Correr un maratón con fines benéficos? No olvide decirle a todos sus amigos de Facebook.
Sin embargo, hay una trampa. Cuando usamos las redes sociales, no solo compartimos actualizaciones sobre nosotros mismos, también encontramos las actualizaciones que publican otras personas.
Si no tenemos cuidado, el deseo de superar a los demás puede hacernos participar en una competencia sin fin para ser la persona más eficiente y productiva en Internet. No hace falta decir que esa es una batalla que nunca podremos ganar.
Es la naturaleza humana compararnos con quienes nos rodean. Es poco probable que ese hecho cambie pronto, y ciertamente no se originó en la era de las redes sociales.
De todos modos, las redes sociales han cambiado profundamente las reglas del juego. En el pasado, estábamos muy limitados en el número de personas con las que podíamos compararnos. En su mayor parte, «mantenerse al día con los vecinos» significaba igualar el nivel de vida de un puñado de vecinos y colegas.
Ahora, sin embargo, cualquiera en su línea de tiempo puede ser Joneses. Eso podría estar bien si solo sigues a amigos cercanos y familiares, pero ¿qué pasa con aquellos de nosotros que seguimos a las Kardashian y Elon Musk?
Cuando nos comparamos con valores atípicos de gran éxito como estos, implícitamente nos decimos que no somos lo suficientemente buenos y que las vidas que llevamos son lamentablemente inadecuadas.
¿La solución? Aprenda a basar sus evaluaciones en usted mismo, sin hacer referencia a nadie más ni a lo que podrían haber hecho.
En otras palabras, deja de comparar tus espaguetis a la boloñesa con el plato perfecto que viste en Instagram. Si la comida fue lo suficientemente buena para usted, no tiene que preocuparse por comparaciones dolorosas.
Unos pocos cambios simples pueden ayudarnos a frenar y mejorar nuestra calidad de vida
Por supuesto, el culto a la eficiencia está en todas partes. Domina el lugar de trabajo y se está abriendo camino en nuestra vida personal. Contamina nuestro tiempo libre y puede privarnos de enriquecer las interacciones humanas. Y si nuestras vidas no están a la altura de las de los demás, el culto a la eficiencia puede hacernos sentir como si fuéramos personas totalmente inadecuadas.
Pero eso no significa que toda esperanza esté perdida. De hecho, lo opuesto es verdad. Nuestro enfoque único en la productividad es uno de los pocos problemas que podemos resolver sin hacer nada. Pero, por fácil que parezca, no hacer nada es algo que debemos planificar conscientemente.
El primer problema que debemos afrontar al abordar nuestro enfoque en la eficiencia es que muchos de nosotros simplemente no tenemos idea de a dónde va nuestro tiempo. Por ejemplo, los estudios han demostrado que la gente suele sobrestimar el tiempo que trabaja; A pesar de los sentimientos generalizados de agotamiento, ¡el tiempo total dedicado al trabajo no ha aumentado en las últimas décadas!
Entonces, lo que debemos hacer es mejorar nuestra percepción del tiempo . ¿Por qué? Bueno, para empezar, creer que estamos sobrecargados de trabajo puede impedir nuestra toma de decisiones y nuestra compasión, ya sea que trabajemos demasiado o no.
En segundo lugar, es menos probable que las personas con una mejor percepción del tiempo se sientan abrumadas y pasen menos tiempo viendo televisión y navegando en las redes sociales. Como resultado, pueden hacer tiempo para el verdadero ocio.
De hecho, un estudio realizado en la Academia de Música de Berlín encontró que los mejores músicos jóvenes eran los más conscientes de cómo pasaban su tiempo. No solo eran conscientes de las horas que pasaban ensayando, sino que también eran más conscientes de la cantidad de tiempo que pasaban socializando y relajándose.
¿Cómo puedes hacer uso de esta información en tu propia vida? Empiece por llevar un registro de sus actividades para mejorar su percepción del tiempo. Registre todo, incluso si solo está navegando por las redes sociales.
Una vez que tenga una idea clara de cómo gasta su tiempo actualmente, elabore un horario que describa cómo le gustaría que fueran sus días. Recuerde, este es un horario que prioriza el ocio, no la productividad. Reserve un poco de tiempo todos los días para permitirse estar totalmente inactivo e improductivo.
Para recuperar nuestro tiempo libre, debemos aprender a distinguir entre medios y fines
Uno de los problemas de ensalzar la eficiencia y la productividad es que estos valores pueden hacer que perdamos de vista el panorama general. Una cultura que enfatiza el trabajo duro y el ajetreo no solo nos persuade de descuidar el tiempo libre; también nos anima a centrarnos en los medios en lugar de en los fines.
Para ser más explícitos, centrarse en cuánto hacemos puede llevarnos a pasar por alto lo que hacemos. Muchos de nosotros estamos tan preocupados por marcar casillas que hemos dejado de preguntarnos si las cosas que estamos haciendo realmente nos hacen más felices.
Al prestar tanta atención a la eficiencia, estamos descuidando el objetivo final y, en cambio, nos centramos en el proceso. Una vez que aprendemos a corregir esto, el culto a la eficiencia pierde gran parte de su atractivo.
En pocas palabras, un medio es un proceso o un método que nos acerca a un objetivo final. Conseguir un buen trabajo podría ser un medio de ganar un salario decente, lo que a su vez podría ser un medio para criar una familia feliz. Y comer de manera saludable, por ejemplo, es un medio sensato para vivir una vida más larga.
El problema de centrarse en la eficiencia es que nos lleva a ignorar el objetivo final. Pasar largas horas en la oficina puede ser una demostración impresionante de autodisciplina, pero también puede interferir con valiosas metas a largo plazo, como establecer relaciones cercanas con nuestros hijos o retribuir a nuestras comunidades locales.
Entonces, ¿qué puede hacerse? Bueno, tenemos que hacer un hábito de cuestionarnos si nuestros comportamientos «productivos» nos están acercando más a nuestras preciadas metas a largo plazo.
¿Responder correos electrónicos un domingo por la mañana te ayuda a lograr algo que te importa? Si la respuesta es no, elimínela de su vida. ¿Hace ejercicio dos veces al día para mejorar su salud o simplemente por la satisfacción de hacer las cosas? Si no te está ayudando a lograr un objetivo final, siéntete libre de dejar los entrenamientos excesivos.
Si pierde de vista sus metas a largo plazo, es fácil llenar su vida con actividades «productivas» pero, en última instancia, poco gratificantes. Una vez que abandone estas tareas, encontrará que tiene suficiente tiempo para trabajar hacia sus objetivos reales y también para relajarse.