Actualizado el martes, 28 noviembre, 2023
¿Alguna vez te has preguntado por qué le pasan cosas malas a la gente buena? Es una pregunta que nos ha desconcertado durante siglos y que todavía no tiene una respuesta definitiva. Desde desastres naturales hasta tragedias personales, puede parecer que el universo está conspirando contra nosotros. ¿Pero por qué? En este artículo, exploraremos algunas de las posibles explicaciones de por qué las buenas personas sufren en la vida y cómo podemos aceptarlo.
Esta es una pregunta que todo el mundo se ha hecho alguna vez. O por lo menos, una gran mayoría de los que fuimos criados en ciertos valores cívicos.
«Vamos a ver, si soy bueno, hago el bien, ¿por qué hay personas que se aprovechan de mí o me pasan cosas malas? Debería ser al revés: que el mundo me recompensase por hacer lo correcto».
Quizás parezca una tontería, pero es una cuestión que incluso mantiene en dilema a una generación entera de jóvenes, que ven que el mundo es muy diferente a como se lo dibujaron en su momento. En serio, ¿por qué a la gente buena le pasan cosas malas? ¿por qué todo me sale mal si soy buena persona?
Ser una buena persona no siempre es fácil, pero vale la pena. Todos podemos dar fe del hecho de que la vida puede ser difícil y, a veces, parece que todo nos sale mal si estamos tratando de hacer lo correcto. Pero, con perseverancia y resiliencia, podemos superar estos desafíos y salir fortalecidos. Este artículo explorará por qué las cosas pueden salir mal para nosotros cuando somos buenas personas y cómo podemos usar esta experiencia para convertirnos en mejores personas.
Muchos nos preguntamos por qué a la gente buena le pasan cosas malas, pero lo más importante es llegar a la raíz de esa pregunta.
Gente buena a la que le pasan cosas malas
Centrémonos en lo personal. La respuesta más sencilla a esta pregunta sería decir: «Porque el mundo no es como te lo imaginabas». Y sería correcta, pero nuestro interlocutor, más que tener una respuesta esclarecedora, tendría algo así como una puerta abierta a muchísimas más dudas. Por eso, en este artículo resumiremos muy brevemente tres elementos que seguro están interfiriendo contigo mismo para que termines haciéndote esta pregunta.
1. Tus propias expectativas sobre el mundo
Sí, retomamos esa frase del comienzo: «Porque el mundo no es como te lo imaginabas». Una parte de la vida es vivir las frustraciones, ya que es a través de ellas como aprendemos más eficazmente sobre el mundo. Si la pifiamos una vez, ten por seguro que la siguiente vez tendremos más cuidado.
Pero es un poco difícil encarar las frustraciones cuando nos hemos criado con axiomas tan rígidos como «no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti»; «sé bueno y siempre tendrás recompensa»; «si te portas bien, estudias mucho y eres honesto, llegarás lejos en la vida» o «la gente mala siempre tiene cosas malas».
Sin embargo, resulta que la realidad es un poco más compleja. La gente hace con nosotros un poco lo que le viene en gana. Ser bueno no siempre nos trae recompensas. Al contrario, a veces «nos castigan» por ello. Y la gente mala a veces aparece como más triunfadora que la buena.
Aquí existe un conflicto entre la expectativa de cómo es el mundo y la realidad. Creamos una serie de contingencias a través de estos axiomas y nos aventuramos a predecir el mundo a través de estas contingencias. El problema viene cuando nuestras expectativas no se cumplen. Entonces nos frustramos y el mundo que creíamos predecir se vuelve errático y raro.
Aplicamos aquí también la «disonancia cognitiva«, es decir, dos ideas contradictorias que fluctúan en nuestra mente, y que nos generan tensión. Por un lado, tenemos la frustración de nuestras expectativas sin cumplir. Por otro, tenemos un mundo al que necesitamos dar explicación. Por lo que lo resolvemos como mejor podemos: «Yo no estoy equivocado, es el mundo el que está mal».
Claro que esto se resuelve en el momento en que comprendemos que la vida no es tan sencilla como dividir el mundo entre luces y sombras, blancos y negros. Hay matices y nos tenemos que ir adaptando a cada cosa que pasa. Los axiomas pasados y rígidos ya no sirven. Tenemos que cambiarlos por otros más útiles.
Normalmente se genera un conflicto entre cómo creemos que debería ser el mundo y cómo es de verdad.
2. Ser demasiado amable
Hay un rasgo de personalidad denominado amabilidad o apertura emocional que hace referencia a nuestra capacidad de ser amable (valga la redundancia) con los demás. Esto consiste en ser atentos, prestar atención a las emociones ajenas, no buscar conflictos, ser servicial con los demás y, en definitiva, ser lo que reconocemos como alguien majo. Sin embargo, este rasgo tiene sus problemas, y es que las personas que son demasiado amables están destinadas a que se aprovechen de ellas por el propio estilo de relación que establecen con los demás, que no se aleja mucho del tipo de relación que tendría un padre o una madre protectora y cariñosa con un hijo dependiente.
Sí, puede sonar un poco descabellado, o incluso exagerado, pero muchas personas amables no pueden evitar ser serviciales con los demás. Es algo que les realiza y se sienten mal si no pueden hacerlo. Y esto conlleva relaciones donde uno se convierte en el eterno asistente voluntario y el otro es el asistido. El problema viene cuando el asistente no se siente del todo correspondido por sus servicios.
La solución pasa por adoptar otros roles más equilibrados. Pasar de ser un asistente a ser un igual. Alguien que se preocupa por la situación del otro, pero es consciente de que los estados del otro son del otro y no suyos.
No se trata de ser menos amable, sino de ser más responsable en el uso de esa amabilidad.
3. Jugar con el personaje del chico o chica buenos
Un personaje es una máscara que representamos para convencernos a nosotros mismos, o a los demás, de que representamos ciertos valores. Porque, ya de por sí, un personaje representa sobretodo valores.
Un ejemplo muy representativo de jugar papeles está en los juegos de seducción. Sobre todo en los chicos que se empeñan en ser buenos, atentos y serviciales con las chicas que pretenden conquistar, porque de alguna manera tienen la creencia de que eso les va a gustar de ellos. Y resulta que es todo lo contrario. Porque a no ser que esa sea tu verdadera naturaleza, y demuestres autenticidad, ellas notarán que estás fingiendo.
Un personaje es una máscara que representamos para convencernos a nosotros mismos, o a los demás, de que representamos ciertos valores.
Claro que después vienen los lamentos: «Las chicas solo quieren malotes, y pasan de mí porque soy bueno». En el momento que piensas de esa manera, te estás convirtiendo en un pasivo-agresivo con complejo de víctima. Y, a diferencia de tu máscara, esto último desgraciadamente sí dirá más de ti.
En estos casos, lo mejor es empezar a ser auténticos. Aceptar que el personaje del chico o la chica buena son muy interesantes en la ficción, pero en la vida real valoramos más a las personas por sus valores humanos reales que por los que intentan simular. Sabemos reconocer a una buena persona porque acepta esa parte mala y oscura de la naturaleza humana, pero en su infinita libertad de elección decide no ejecutarla.
¿Por qué todo me sale mal si soy buena persona?
Con estos tres factores, lo que venimos a decir es que el mundo es algo más complicado que una diferencia entre lo malo y lo bueno. Y si me voy con lo último, todo serán ventajas. La naturaleza es difícil de describir; es cambiante. Nuestro papel en ella no es esperar que nos dé, sino salir a su encuentro y adaptarnos a sus cambios.
Como dijo Bruce Lee: «Creer que por ser buena persona, la vida te tratará bien es igual que creer que un tigre no te atacará porque eres vegetariano».
El porqué a las mejores personas siempre les hacen daño es un concepto complejo.
La idea de que a las mejores personas siempre les hacen daño puede ser una percepción subjetiva y emocional en lugar de una verdad absoluta. En la vida, las personas experimentan una variedad de situaciones, algunas positivas y otras negativas. La sensación de que las mejores personas siempre sufren puede deberse a varios factores:
- Sensibilidad emocional: Las personas consideradas «las mejores» a menudo son más sensibles y empáticas, lo que puede hacer que sientan más intensamente cualquier dolor o injusticia.
- Expectativas altas: Las personas buenas a menudo tienen expectativas altas para sí mismas y para los demás. Cuando estas expectativas no se cumplen, pueden sentirse decepcionadas y heridas.
- Vulnerabilidad: Aquellas personas que son amables y compasivas pueden ser percibidas como más vulnerables, y algunos individuos pueden intentar aprovecharse de esa vulnerabilidad.
- Falta de límites: Las personas buenas pueden tener dificultades para establecer límites claros, lo que podría llevar a que otros se aprovechen de ellas.
- Circunstancias impredecibles: La vida está llena de eventos impredecibles, y a veces las personas buenas pueden encontrarse en situaciones difíciles simplemente debido a circunstancias fuera de su control.
Es importante recordar que cada persona es única, y no todas las personas consideradas «las mejores» experimentan daño de la misma manera. La vida está llena de altibajos, y las experiencias negativas no definen por completo la valía de una persona. En lugar de centrarse en por qué les hacen daño, es crucial concentrarse en el autocuidado, el establecimiento de límites saludables y la búsqueda de relaciones positivas y apoyo emocional.
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