Actualizado el lunes, 29 mayo, 2023
Durante años los padres han seguido un claro mandato cultural: hay que contener las emociones negativas delante de los niños y mantener la compostura. Es necesario ocultar la tristeza o frustración y mostrar la mejor cara. Así, garantizan a sus hijos una infancia feliz y equilibrada. Sin embargo, según los últimos estudios psicológicos, podríamos equivocarnos al ocultar las emociones negativas a los más pequeños.
Sintonía emocional
La brújula de los niños en la relación con sus padres
Desde muy pequeños, los niños son capaces de captar el estado emocional de sus padres, sobre todo el miedo, la tristeza y el estrés. Un bebé de un año no comprenderá por qué sus padres están tensos o estresados, pero podrá notarlo a partir de pequeñas señales como el tono de la voz, el olor corporal y sutiles expresiones faciales. Y mientras más estresados estén los padres, más estresados se mostrarán los bebés, según reveló un estudio realizado en la Universidad de California.
Esa sintonía emocional es un mecanismo natural de los bebés que les permite detectar si algo anda mal en su entorno, para lo cual deben confiar en las pistas emocionales que les brindan sus padres. A medida que crecen, esa sintonía emocional es clave para desarrollar un apego seguro y aprender a reaccionar ante los diferentes estímulos del medio. Es decir, los niños también aprenden de sus padres las reacciones emocionales.
«Las emociones son una fuente crítica de información para aprender». —Joseph LeDoux
Desde esta perspectiva podemos pensar que si reprimimos las emociones negativas y amplificamos las positivas les estaremos enseñando a reaccionar de manera equilibrada. Sin embargo, el verdadero modelaje emocional no consiste en reprimir ciertas emociones y falsear otras, sino en gestionarlas asertivamente.
Es tan malo reprimir las emociones negativas como exagerar las positivas
Un estudio realizado recientemente en la Universidad de Toronto sugiere que esconder o disfrazar los sentimientos negativos puede afectar tanto al bienestar de los padres como a la relación con sus hijos.
Estos psicólogos les dieron seguimiento durante diez días a más de 100 familias para descubrir qué estrategias de gestión emocional usaban los padres delante de sus hijos y cómo estas impactaban en su relación y bienestar. Descubrieron que, cuando los padres experimentaban emociones negativas, como el enojo, la frustración y el resentimiento, e intentaban ocultárselas a sus hijos, la calidad de la relación se resentía y disminuía su capacidad de respuesta ante las necesidades infantiles, en comparación con los padres que no reprimían esas emociones negativas.
De hecho, reprimir las emociones y sentimientos es una tarea muy exigente desde el punto de vista cognitivo y emocional que termina desgastando a los padres y puede hacer que se “desconecten” de sus hijos. Como resultado, los niños pierden la sintonía emocional con sus progenitores y pueden interpretar ese comportamiento como distracción, desinterés o incluso rechazo.
«La persona inteligente emocionalmente tiene habilidades en cuatro áreas: identificar emociones, usar emociones, entender emociones y regular emociones». —John Mayer
Exagerar las emociones positivas, con el objetivo de transmitir tranquilidad, apoyar o elogiar, tampoco es una buena estrategia porque los niños son capaces de notar la incongruencia y la falta de autenticidad, y se sienten mal por ello. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Utrecht descubrió que exagerar los cumplidos no ayuda a los niños con una baja autoestima a superar la sensación de inadecuación, más bien la acentúa.
Reprimir las emociones negativas y exagerar las positivas también puede tener consecuencias a largo plazo ya que, si los niños notan que sus padres no son auténticos, pueden perder la confianza ellos. Tampoco aprenderán a gestionar asertivamente sus estados emocionales, el mensaje que les llegará es que las emociones negativas son “malas” y deben reprimirlas, lo cual les impedirá desarrollar la Inteligencia Emocional.
El camino hacia una educación más auténtica y emocional
«La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón». —Howard G. Hendricks
Para muchas personas, la idea de expresar las emociones abiertamente supone un reto al modelo jerárquico de crianza que exige que los padres actúen de manera directiva, siempre imparciales, imperturbables y controlados. En realidad, todos ganamos si cedemos un poco de ese férreo control a favor de la autenticidad. Eso no significa cargar sobre los hombros de los niños nuestras preocupaciones, ni generar un entorno inestable emocionalmente, sino tan solo ser más transparentes y convertirnos realmente en un modelo de gestión emocional.
Las emociones “negativas” no son nuestras enemigas. Es peor que el niño note que estamos tristes e intentamos esconderlo, porque no sabrá qué sucede y se sentirá inseguro, a que le expliquemos por qué nos sentimos así. Esa transparencia validará las emociones “negativas” y sentará las bases para una relación de confianza mutua que durará toda la vida.
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