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El cuerpo que llora: cómo el duelo se manifiesta físicamente y puede abrir la puerta a la sanación

Merece ser compartido:

Basado en The Grieving Body (2025) de Mary-Frances O’Connor

El duelo no solo duele en el corazón: vive en el cuerpo. Se manifiesta en un pecho oprimido, en noches sin sueño, en músculos tensos, en la pérdida del apetito. Aunque la mayoría de los recursos sobre el duelo se enfocan en la dimensión emocional o psicológica, la realidad es que el cuerpo también atraviesa su propio proceso profundo de adaptación ante una pérdida.

Mary-Frances O’Connor, neurocientífica y experta en el estudio del duelo, nos invita en The Grieving Body a mirar más allá de la tristeza para observar cómo el sistema nervioso, el sueño e incluso la microbiota intestinal se ven alterados cuando sufrimos una pérdida significativa. Comprender estos cambios físicos no solo permite dar sentido a lo que sentimos, sino que abre la posibilidad de acompañar con mayor compasión nuestro proceso de duelo.

Nuestro cerebro crea un mapa detallado de la persona que amamos: su voz, su olor, sus gestos, su presencia en nuestra vida cotidiana. Cuando esa persona ya no está, el cuerpo y el cerebro entran en una especie de desajuste, tratando de reconciliar lo que esperan con una realidad que duele. Es por eso que, en momentos de duelo, podemos girarnos instintivamente buscando a alguien que ya no está o sentir un nudo en el estómago al ver un objeto cargado de recuerdos. Es el cuerpo intentando procesar la ausencia.

Estos síntomas no son debilidades ni señales de que algo va mal: son la forma en que el cuerpo humano ha vivido el duelo desde tiempos ancestrales. Fatiga persistente, problemas digestivos, tensión muscular, alteraciones en el sistema inmune, pérdida de apetito o sabor por la comida: todo esto forma parte del paisaje físico del duelo.

Afortunadamente, hay formas de acompañar este proceso corporal con amabilidad. Ejercicios tan simples como colocar una mano sobre el corazón y otra sobre el abdomen, y respirar lentamente, pueden ayudar a calmar el sistema nervioso. Nombrar las sensaciones físicas –“mi pecho está apretado”, “me duele la mandíbula”– ayuda al cerebro a integrar lo que sucede.

El duelo no se supera. Se transforma. Y en ese proceso, el cuerpo necesita ser escuchado tanto como la mente o el corazón. Entender sus señales, sostenerlas con compasión y cuidarlo con gestos cotidianos puede abrir una puerta inesperada: la del comienzo de una sanación profunda y respetuosa.

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El duelo no solo es emocional, también es físico. Nuestro cuerpo reacciona al dolor con síntomas reales que merecen atención y cuidado. Comprender la dimensión corporal del duelo —desde el sistema nervioso hasta el aparato digestivo— nos ayuda a normalizar lo que sentimos, a dejar de luchar contra ello y a adoptar herramientas simples pero poderosas para acompañar el proceso. El cuerpo, lejos de ser un obstáculo, puede ser un aliado silencioso y sabio en el camino hacia una vida donde el dolor convive con el amor y la memoria.

1. ¿Cómo se manifiesta el duelo en el cuerpo, además de en lo emocional?
El duelo afecta directamente al cuerpo: puede alterar el sueño, la digestión, el sistema inmunitario y el sistema nervioso. Se manifiesta en síntomas como fatiga extrema, tensión muscular, pérdida de apetito, insomnio o sensación de vacío físico. No son signos de debilidad, sino respuestas naturales de adaptación a la pérdida.


2. ¿Qué sucede con el sistema nervioso durante el duelo?
El sistema nervioso entra en modo de alerta, activando el sistema simpático (lucha o huida). Esto genera síntomas como palpitaciones, hipervigilancia, respiración superficial o rigidez muscular. El cuerpo interpreta la pérdida como una amenaza vital, como lo hacía en tiempos ancestrales ante la separación del grupo.


3. ¿Por qué el sueño se ve tan afectado durante el duelo?
El duelo altera la arquitectura del sueño, reduciendo el sueño profundo y la fase REM, claves para la recuperación física y emocional. Incluso durmiendo muchas horas, es común despertarse varias veces o no sentir descanso. Las hormonas del estrés también interfieren con el ritmo circadiano.


4. ¿Qué impacto tiene el duelo sobre el sistema inmunitario?
Durante el duelo, disminuye la actividad de las células inmunitarias encargadas de defendernos, como las NK (natural killer). Aumentan los marcadores inflamatorios, lo que nos hace más vulnerables a infecciones y enfermedades, especialmente si se prolonga en el tiempo.


5. ¿Cómo afecta el duelo al sistema digestivo?
El intestino, conocido como “segundo cerebro”, se ve alterado en el duelo. Cambia la microbiota intestinal y esto puede causar pérdida de apetito, sensación de nudo en el estómago, digestiones pesadas o incluso angustia emocional, ya que el intestino participa en la producción de neurotransmisores.


6. ¿Qué prácticas sencillas pueden ayudar al cuerpo a atravesar el duelo?
Respirar de forma consciente (como con la técnica 4-7-8), moverse suavemente, comer alimentos nutritivos, hidratarse bien, y pasar tiempo en la naturaleza. También ayudan los baños calientes, el uso de mantas con peso y las infusiones relajantes como la manzanilla o la melisa.


7. ¿Qué son los rituales personales de duelo y por qué ayudan?
Son acciones repetidas que conectan el cuerpo con el proceso emocional, como sumergirse en agua, modelar barro, plantar algo, o usar objetos del ser querido. Estos rituales dan forma física al dolor y ayudan al sistema nervioso a integrar la pérdida con más serenidad.


8. ¿Cómo saber si el cuerpo está empezando a sanar tras una pérdida?
Las señales incluyen dormir mejor, recuperar el sabor por la comida, tolerar más fácilmente el contacto social, o sentir momentos breves de bienestar sin culpa. También cuando los recuerdos del ser querido pueden convivir con el presente sin desbordarte.


9. ¿Por qué escuchar música o sonidos de la naturaleza puede ser útil?
La música suave, especialmente con ritmos cercanos a 60 latidos por minuto, ayuda a regular el corazón y la respiración. También activa zonas del cerebro que las palabras no alcanzan, ofreciendo alivio emocional y corporal sin exigir procesamiento racional.


10. ¿Qué debemos recordar sobre el cuerpo y el duelo?
Que el cuerpo no es un obstáculo, sino un aliado en el proceso de sanar. Sus reacciones no son errores, sino respuestas ancestrales que buscan protegerte. Atenderlas con compasión y respeto permite integrar la pérdida con más presencia, sin negar el dolor, pero sin quedar atrapados en él.

El sistema nervioso en duelo: cómo tu cuerpo reacciona para protegerte cuando pierdes a alguien

Tu sistema nervioso es el centro de mando de tu experiencia corporal del duelo. Cuando pierdes a alguien importante, tu sistema nervioso autónomo —el que regula funciones sin que tengas que pensar en ellas— activa un antiguo mecanismo de protección. No se trata de un error: es la sabiduría milenaria de tu cuerpo en acción.

La ciencia ha demostrado que el duelo pone en marcha tu sistema nervioso simpático, el que desencadena la respuesta de lucha o huida. Tu corazón se acelera, la respiración se vuelve superficial, los músculos se tensan, y tu estado de alerta se dispara. Es la reacción de un cuerpo que percibe una emergencia: desde una perspectiva evolutiva, la separación de un ser querido o de tu grupo podía significar un peligro real para la supervivencia.

Mientras tanto, el cerebro libera hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina. Aunque útiles ante amenazas inmediatas, su presencia prolongada desgasta al organismo. Esta es una de las razones por las que el duelo agota de forma tan profunda, incluso cuando aparentemente no estás haciendo nada. Tu cuerpo está trabajando intensamente, intentando sostenerte desde dentro.

El sistema de apego del cerebro también entra en juego. Forjado a lo largo de millones de años, este sistema genera vínculos potentes entre las personas. Cuando alguien a quien amamos muere o se aleja, el cerebro sigue buscándolo. Por eso sentimos esa punzada de anhelo, esa sensación física de vacío o búsqueda: es el sistema de apego intentando restablecer la conexión perdida.

La tristeza también viaja por el nervio vago, que conecta el cerebro con numerosos órganos. Esto explica por qué el duelo puede sentirse en el pecho, el estómago, los pulmones o la garganta. En momentos de pena intensa, este nervio puede generar síntomas como dificultad para tragar, presión en el pecho o molestias digestivas.

Uno de los aspectos más sorprendentes del duelo es cómo altera los sistemas de predicción del cerebro. Nuestra mente anticipa el futuro basándose en la experiencia pasada. Tras una pérdida, sigue esperando ver, escuchar o interactuar con esa persona. Cada vez que la realidad contradice esa expectativa, el cerebro debe actualizar su “modelo del mundo”, lo que genera una sensación de confusión y agotamiento que acompaña al duelo.

Para cuidar tu sistema nervioso en estos momentos, alterna el descanso con movimientos suaves. Caminar unos minutos, estirarte o balancearte al ritmo de una canción puede ayudar a regular tu sistema autónomo. En momentos de ansiedad, mojarte la cara o las manos con agua fría puede calmar la sobrecarga nerviosa. Por la noche, una manta con peso puede ofrecer una presión reconfortante que transmite seguridad. Durante el día, observa si tus hombros se elevan sin darte cuenta: bajarlos con una respiración profunda puede ser un mensaje de calma para tu cerebro.

El duelo no es solo una experiencia emocional, es también un fenómeno profundamente corporal. Tu sistema nervioso responde como si tu vida estuviera en peligro, activando mecanismos ancestrales de supervivencia. Comprender esta dimensión física del duelo puede ayudarte a normalizar tus sensaciones, aliviar la culpa por “sentirte mal” y encontrar estrategias sencillas para acompañarte. El cuerpo, cuando es escuchado, puede ser un poderoso aliado en el proceso de sanar sin olvidar.

1. ¿Puede el duelo causar síntomas físicos reales?

Sí. El duelo no solo es emocional; también se manifiesta físicamente. Puede provocar fatiga, insomnio, tensión muscular, problemas digestivos, dolores de cabeza y una sensación general de malestar. Estas respuestas son normales y reflejan cómo el cuerpo procesa la pérdida .​


2. ¿Qué sucede en el cuerpo durante el duelo?

El sistema nervioso entra en un estado de alerta, activando la respuesta de «lucha o huida». Esto eleva la frecuencia cardíaca, la presión arterial y los niveles de cortisol. Además, el sistema inmunológico puede debilitarse, aumentando la susceptibilidad a enfermedades .​


3. ¿Es posible morir de un «corazón roto»?

Sí. Existe una condición llamada «síndrome del corazón roto» o miocardiopatía de Takotsubo, donde el estrés emocional intenso afecta temporalmente el corazón. Estudios han demostrado que el riesgo de eventos cardíacos aumenta significativamente después de la pérdida de un ser querido .​Time


4. ¿Cómo afecta el duelo al sistema inmunológico?

El duelo puede reducir la actividad de las células inmunitarias y aumentar la inflamación en el cuerpo. Esto puede hacer que las personas en duelo sean más propensas a infecciones y enfermedades .​Science Friday


5. ¿Por qué el duelo altera el sueño?

El estrés del duelo puede interrumpir los patrones normales de sueño, causando insomnio o sueño no reparador. Esto se debe a cambios en la química cerebral y a la activación del sistema nervioso simpático .​


6. ¿Qué prácticas ayudan a aliviar los síntomas físicos del duelo?

Técnicas como la respiración profunda, el ejercicio suave, una alimentación equilibrada y la meditación pueden ser beneficiosas. Además, establecer rutinas y buscar apoyo social son estrategias efectivas para manejar el duelo .​


7. ¿Cómo se relaciona el duelo con el sistema digestivo?

El estrés del duelo puede afectar el sistema digestivo, provocando síntomas como náuseas, pérdida de apetito o molestias estomacales. Esto se debe a la conexión entre el cerebro y el intestino, conocida como el eje intestino-cerebro .​


8. ¿Es normal experimentar cambios en el apetito durante el duelo?

Sí. Muchas personas experimentan pérdida o aumento del apetito durante el duelo. Estos cambios son respuestas comunes al estrés emocional y físico que acompaña a la pérdida .​


9. ¿Qué son los rituales personales de duelo y cómo ayudan?

Los rituales personales, como escribir cartas al ser querido fallecido o crear memoriales, pueden proporcionar consuelo y ayudar en el proceso de sanación. Estos actos simbólicos permiten expresar emociones y mantener un vínculo con la persona perdida .​


10. ¿Cuándo debería buscar ayuda profesional durante el duelo?

Si los síntomas del duelo persisten intensamente durante más de seis meses, interfieren con la vida diaria o se presentan pensamientos suicidas, es crucial buscar ayuda profesional. El apoyo de terapeutas especializados puede ser fundamental en el proceso de recuperación .​

Cuando el cuerpo se descompensa: cómo el duelo altera el sueño, la digestión y la inmunidad

Una de las dimensiones más desconcertantes del duelo es cómo desajusta los sistemas más básicos del cuerpo. Dormir, digerir y defendernos de enfermedades —funciones automáticas en otros momentos— se vuelven inestables, frágiles, difíciles de sostener. Comprender estos cambios puede ayudarnos a dejar de luchar contra ellos y empezar a cuidarnos con más compasión.

El sueño, por ejemplo, suele alterarse profundamente. Muchas personas en duelo sufren insomnio, dando vueltas en la cama mientras su mente intenta asimilar la pérdida. Otras, en cambio, duermen durante horas pero se despiertan agotadas, como si el descanso no hubiera llegado del todo. Esto ocurre porque el duelo modifica la arquitectura del sueño: reduce la cantidad de sueño profundo y de fase REM, etapas fundamentales para la recuperación física y emocional.

Aunque pases ocho horas en la cama, si no alcanzas estas fases de sueño, te levantarás con sensación de fatiga, y el procesamiento emocional será más lento. Además, el duelo puede desajustar tu reloj interno o ritmo circadiano, haciendo que despiertes en plena madrugada —cuando tu cuerpo debería estar en su punto más profundo de descanso— debido al efecto de las hormonas del estrés que alteran las señales naturales de sueño.

Tu sistema inmunitario también se ve afectado. Está estrechamente vinculado al descanso y al equilibrio hormonal, y en situaciones de duelo suele debilitarse. Estudios han demostrado que las personas en duelo presentan una disminución de la actividad de las células NK (encargadas de eliminar virus y células tumorales) y un aumento de marcadores inflamatorios en el cuerpo, lo que puede generar más vulnerabilidad a enfermedades y una sensación general de malestar.

El sistema digestivo, por su parte, es otro de los grandes impactados. El intestino, conocido como el “segundo cerebro”, contiene millones de neuronas que se comunican directamente con el cerebro. El duelo puede alterar la microbiota intestinal —las bacterias beneficiosas que habitan nuestro intestino— afectando la digestión y también el estado de ánimo, ya que estas bacterias participan en la producción de neurotransmisores clave. No es casualidad que muchas personas en duelo pierdan el apetito o noten que los alimentos han perdido su sabor.

¿Qué podemos hacer para acompañar al cuerpo en este proceso? Lo ideal es no forzar, sino ofrecerle pautas suaves y sostenibles. Establecer una rutina de sueño con horarios regulares y reducir la exposición a pantallas antes de dormir puede favorecer un descanso más reparador. En lugar de forzarte a comer grandes platos, opta por alimentos sencillos, ricos en nutrientes y fáciles de digerir, como frutos secos, frutas o caldos vegetales.

Pasar tiempo al aire libre, especialmente por la mañana, ayuda a reajustar tu ritmo circadiano. Moverte suavemente durante el día —caminar, estirarte, bailar— puede mejorar la calidad del sueño por la noche y, además, reforzar el sistema inmunitario al activar la circulación linfática.

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El duelo no solo se vive en la mente o el corazón: también habita el cuerpo. Alteraciones en el sueño, en la digestión y en la inmunidad son respuestas naturales ante una pérdida significativa. Comprenderlas no solo aporta alivio, sino que permite adoptar prácticas sencillas y amorosas para cuidar de ti misma o de alguien cercano. El cuerpo no se ha roto: está tratando de sobrevivir a su manera. Escucharlo, respetar sus ritmos y ofrecerle apoyo puede ser el primer paso hacia una recuperación profunda y sostenible.

Rituales personales de duelo: cómo el cuerpo encuentra consuelo a través del gesto, el agua y la repetición

El duelo no solo necesita palabras. También necesita movimiento, tacto, ritmo. Crear rituales personales permite que el cuerpo participe activamente en el proceso de sanación. A diferencia de las ceremonias culturales o religiosas, que ocurren una vez y en colectivo, los rituales personales pueden repetirse cuando el cuerpo lo necesite. Son prácticas íntimas que le ofrecen al sistema nervioso una vía de integración segura y compasiva del dolor.

Entre ellos, los rituales con agua tienen un poder profundo. Sumergirse en un baño, una ducha, un lago o el mar puede simbolizar limpieza, transformación, renacimiento. El agua sobre la piel ancla en el presente, y su fluir refleja cómo el duelo puede moverse dentro de ti sin estancarse. No se trata de eliminar la tristeza, sino de permitir que se exprese y transforme.

Crear con las manos es otra forma de diálogo corporal con el dolor. Amasar pan, modelar barro, sembrar semillas, coser o bordar —todo aquello que implique transformar una materia— conecta distintos sistemas sensoriales y libera al cuerpo del exceso de pensamiento. Es un gesto que representa, a su manera, el tránsito de un duelo crudo hacia algo que puedes sostener.

Algunos rituales giran en torno a objetos que pertenecieron a quien has perdido. Llevar su reloj, tomar café en su taza favorita, o guardar una pequeña prenda en el bolsillo son formas concretas de mantener el vínculo mientras el cerebro se adapta a la ausencia. No son signos de negación, sino puentes sensoriales que ayudan a sostener la transición.

Con el tiempo, el cuerpo empieza a dar señales de integración. El sueño mejora poco a poco, los alimentos recuperan su sabor, el estómago se serena. Aparece, tímidamente, la posibilidad de sentir placer sin culpa: disfrutar del sol, de una comida, de una risa breve. Estos indicios, aunque sutiles, muestran que el sistema nervioso empieza a recuperar su flexibilidad.

Otra señal significativa es la capacidad de estar con otras personas sin agotamiento. Al principio, incluso el cariño puede ser abrumador. Pero poco a poco, el cuerpo va permitiendo el reencuentro con la presencia ajena sin sentir que invade o sobrepasa.

El mayor signo de integración llega cuando los recuerdos pueden habitar el cuerpo sin desgarrarlo. Cuando la vida con esa persona no choca de forma constante con la vida sin ella. Cuando el cuerpo puede sostener ambos tiempos —pasado y presente— sin quebrarse. El vínculo permanece, pero se transforma, y se vuelve parte de un todo más amplio.

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El duelo se expresa en el cuerpo a través de patrones predecibles que afectan el sueño, la inmunidad y la digestión. No son fallos, sino adaptaciones profundas ante la pérdida. Acompañar al cuerpo con respiración consciente, alimentación nutritiva, contacto con la naturaleza y rituales personales es una forma de cuidar sin reprimir. Reconocer las pequeñas mejoras —una noche de mejor sueño, una comida que sabe bien, una caminata sin agotamiento— es señal de que el cuerpo está empezando a integrar el dolor. Sanar no es olvidar, sino encontrar una forma de vivir en la que el amor y la pérdida puedan coexistir.

El cuerpo también llora: prácticas cotidianas para sanar el duelo desde lo físico, lo emocional y lo relacional

El duelo no solo se siente en el corazón; también se aloja en el pecho apretado, en la respiración entrecortada, en el estómago cerrado y en la piel que anhela contacto. Nos afecta de manera integral: altera el cuerpo, la mente y nuestra forma de vincularnos con el mundo. Mary-Frances O’Connor, en su obra The Grieving Body, nos recuerda que el dolor por la pérdida no es solo un estado emocional, sino una experiencia corporal profunda que, si se acompaña con cuidado, puede abrir la puerta a una transformación amorosa.

Desde esta perspectiva, prácticas como los ejercicios para el desapego amoroso no buscan borrar la memoria de quien ya no está, sino permitir que su ausencia encuentre un lugar habitable en nuestro presente. Meditar, escribir, visualizar o ritualizar el recuerdo son formas de reconocer el dolor sin quedar atrapados en él, de tejer una nueva relación con la ausencia.

Por su parte, las actividades para trabajar el apego en adultos —como la arteterapia, el mindfulness o el acompañamiento en grupo— nos invitan a observar cómo nuestros vínculos afectan la forma en que atravesamos las pérdidas. Identificar patrones de dependencia y construir un apego más seguro fortalece nuestra capacidad de sostenernos emocionalmente y acompañar a otros con mayor consciencia.

En este tránsito, también puede aparecer la figura de la persona victimista, alguien que se queda anclado en la queja o la impotencia. El duelo puede activar esa tendencia, pero no debe convertirse en un lugar permanente. Acompañar con empatía, poner límites sanos y promover la responsabilidad personal son formas de sostener sin cargar, de estar presentes sin invalidar la autonomía del otro.

Y es que, como bien apunta Silvano Agosti en su documental De amor se vive, el amor no muere con la pérdida. Honrar los vínculos que ya no están físicamente puede convertirse en una fuente de consuelo y de sentido. Recordar lo vivido, celebrar lo compartido, invocar la presencia en lo cotidiano: todo eso es también vivir desde el amor, incluso cuando duele.

Finalmente, el abrazo tántrico se presenta como una metáfora —y una práctica real— del poder del cuerpo en la sanación. Respirar en sincronía, tocar con atención plena, estar con el otro sin palabras. En el contexto del duelo, este tipo de contacto consciente puede ofrecer un espacio seguro para liberar el dolor, reconectar con el cuerpo y volver a sentir que estamos vivos, incluso en medio de la pérdida.

El duelo es un viaje complejo que no se recorre solo desde la mente. Cuando integramos prácticas que abordan el desapego, el vínculo, la comunicación emocional, el amor que permanece y la conexión física consciente, no solo sobrevivimos al dolor: comenzamos a transformarlo. Porque cuidar del cuerpo que llora es también una forma de cuidar del alma que ama.


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