En el silencio que precede al rugido del estadio, cuando el foco ilumina al atleta y el mundo contiene la respiración, hay una batalla que no se ve. Es la lucha interna, silenciosa y persistente, que muchos deportistas enfrentan lejos de las cámaras y los aplausos. Mientras el público celebra victorias y lamenta derrotas, pocos se detienen a pensar en el peso emocional que conlleva cada competencia, cada entrenamiento, cada expectativa.
Alejandro Davidovich Fokina, tras una victoria en el Masters 1000 de Montecarlo, rompió en llanto al admitir que no supo manejar sus emociones durante el partido. Jarren Durán, beisbolista de los Red Sox, reveló en un documental su intento de suicidio durante la temporada 2022, abrumado por la presión y las críticas. Macarena Cabrillana, tenista paralímpica chilena, transformó una experiencia traumática en una carrera deportiva exitosa, encontrando en el tenis una forma de rehabilitación y superación.
Estas historias no son solo anécdotas del deporte de élite. Lo puede vivir cualquier persona deportista en su día a día y nos recuerdan que la salud mental es tan crucial como la física en el ámbito deportivo. Es fundamental que entrenadores, compañeros y el entorno del deportista estén atentos a las señales de alerta. La intervención temprana y el apoyo psicológico adecuado pueden marcar la diferencia en la carrera y la vida del atleta. En mi caso, encontré una psicóloga deportiva en zaragoza que me cambió la vida.
Para ayudarte también a ti, en este artículo, exploraremos la importancia de visibilizar la salud mental en el deporte, analizando cinco señales de alerta y cómo el apoyo adecuado puede ser la clave para el bienestar integral de los atletas.
1. Pérdida de motivación y disminución del rendimiento sin un motivo aparente
Como os decíamos en la introducción, hay señales silenciosas que a menudo pasan desapercibidas. Una de las más frecuentes —y a veces más ignoradas— es la pérdida de motivación. Ese momento en el que el o la deportista, de pronto, ya no tiene ganas de entrenar, le cuesta levantarse para competir, y siente que todo se le hace cuesta arriba, sin que haya una lesión física de por medio.
Esta bajada de energía no siempre tiene que ver con lo físico. A veces, el cuerpo está bien, pero la cabeza está agotada. Ese cansancio mental puede venir tras una racha de presión constante, de exigencias externas o internas, o simplemente por no tener tiempo ni espacio para descansar emocionalmente.
Lo preocupante es que muchos no lo reconocen a tiempo. Se sigue entrenando, se sigue compitiendo, pero con una sensación de vacío que va apagando poco a poco el entusiasmo. Lo que antes era pasión, se convierte en rutina. Lo que antes ilusionaba, ahora pesa.
Por eso es tan importante aprender a leer estas señales. No se trata solo de «echarle más ganas», sino de entender que la mente también necesita cuidados. Que perder el interés puede ser la forma en la que el cuerpo grita lo que las palabras no alcanzan a decir. Y aunque el apoyo de la familia o del entrenador es fundamental, hay veces en las que no es suficiente. Cuando la desmotivación se prolonga o se hace más profunda, puede que estemos ante algo que necesita ser atendido por un profesional de la psicología deportiva. Alguien que sepa acompañar esos procesos internos, ayudar a identificar lo que hay detrás de ese bloqueo y ofrecer herramientas reales para afrontarlo.
Con el acompañamiento adecuado —profesional y humano—, es posible recuperar la motivación, el placer por el juego y el equilibrio necesario para seguir adelante. Porque cuidar la salud mental también es parte del entrenamiento.
2. Cambios de comportamiento y reacciones emocionales
A veces, el cuerpo sigue entrenando como siempre, pero algo ha cambiado por dentro. Hay días en los que el o la deportista está más irritable de lo habitual, salta a la mínima, se enfada con facilidad o, por el contrario, se muestra apagado, triste, distante. Ya no se ríe con el equipo, ya no se queda a charlar después del entrenamiento, empieza a encerrarse en sí mismo. La perdida de capacidad de interacción empática puede ser una de estas alertas.
Estos cambios de humor o de comportamiento no son simples «malos días». Cuando se repiten o se alargan en el tiempo, pueden ser una señal de que algo no va bien emocionalmente. La tristeza constante, el aislamiento o la sensación de que todo molesta son indicadores de una lucha interna que muchas veces no se expresa con palabras, pero sí se nota en los gestos, en la actitud, en la forma de relacionarse.
En el deporte, donde todo parece girar en torno a la fuerza, la resistencia y la superación, cuesta hablar de vulnerabilidad. Pero justamente por eso es tan necesario prestar atención a estas señales. Porque detrás de ese cambio de humor puede haber una persona pidiendo ayuda sin saber cómo hacerlo.
El entorno —compañeros, entrenadores, familia— juega un papel clave. No se trata de diagnosticar, sino de estar presentes, de observar sin juzgar, de abrir espacio para que el o la deportista pueda expresar lo que siente. Porque a veces, solo con saber que no se está solo, ya empieza a cambiar todo.
Ahora bien, también es importante entender que no siempre basta con el acompañamiento cercano. Leer adecuadamente si estos cambios en el estado de ánimo o el comportamiento son parte de una etapa pasajera o una señal de alerta requiere sensibilidad, pero también formación. Y ahí es donde, en muchos casos, un entrenador o un consejo familiar no son suficientes.
Un profesional de la psicología deportiva puede ayudarnos a ver lo que no es evidente, a detectar si hay un problema de fondo y, sobre todo, a aplicar la estrategia adecuada para abordarlo. Pedir ayuda profesional no es un signo de debilidad, sino un acto de cuidado y responsabilidad. Porque entender lo que nos pasa —y saber cómo enfrentarlo— también forma parte del juego.
3. Diálogo interno negativo y sentimientos de culpa
Hay batallas que no se libran en la pista, en el campo o en el gimnasio. Se libran en silencio, en la mente del deportista. Una de las más frecuentes —y a la vez más invisibles— es el diálogo interno negativo: esa voz constante que juzga, que cuestiona, que repite que no se es suficiente, que no se está a la altura.
Cuando un atleta empieza a verse a sí mismo solo a través de sus errores, cuando la autocrítica se convierte en norma y la autoestima se va desgastando, el impacto no tarda en aparecer. La confianza se resquebraja, y con ella, también el rendimiento. Incluso el talento y la preparación pueden quedar anulados si la mente está convencida de que nada será suficiente.
En estos casos, el apoyo del entorno es valioso, pero puede no ser suficiente. Animar, consolar o razonar desde fuera a veces no basta para desmontar ese discurso interno tan arraigado. Por eso, es fundamental saber cuándo es necesario dar un paso más. Un profesional de la psicología deportiva no solo ayuda a identificar esos patrones de pensamiento, sino que puede ofrecer herramientas reales para transformarlos y construir una relación más sana con uno mismo.
Reconocer este tipo de señales no es un lujo, es una necesidad. Porque el primer paso hacia la superación personal empieza, muchas veces, por cambiar la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos.
4. Dificultades para concentrarse y tomar decisiones
En el deporte, la capacidad de concentración y la toma de decisiones rápidas y precisas son esenciales. Un segundo de distracción o una duda en el momento clave pueden marcar la diferencia entre ganar o perder. Por eso, cuando un o una deportista comienza a sentirse disperso, le cuesta mantener el foco o toma decisiones impulsivas, algo importante puede estar ocurriendo.
La falta de concentración y la indecisión no siempre son fruto del cansancio físico o de un mal día. A menudo, son síntomas de algo más profundo: ansiedad, estrés acumulado, exceso de presión. Y lo más difícil es que estos signos suelen pasar desapercibidos o, peor aún, ser juzgados como “falta de compromiso” o “flaqueza mental”.
Un psicólogo o psicóloga deportiva puede ayudar no solo a identificar el origen del problema, sino también a entrenar la mente con la misma seriedad con la que se entrena el cuerpo. Porque tomar buenas decisiones bajo presión no solo depende de la técnica o la experiencia. Depende también de un equilibrio interno que, cuando se ve alterado, necesita atención especializada. Aprender a detectar estas señales y buscar apoyo profesional cuando hace falta, es cuidar del rendimiento… pero, sobre todo, de la persona.
5. Alteraciones en el sueño y la alimentación
Las alteraciones en el sueño y la alimentación en deportistas no son solo síntomas físicos: pueden reflejar un desequilibrio profundo en el eje intestino-cerebro. La microbiota intestinal influye directamente en el estado de ánimo, el descanso y el comportamiento alimentario, por lo que su desajuste puede afectar tanto al bienestar mental como al rendimiento. Además, hábitos como la exposición a pantallas, una mala alimentación o rutinas desordenadas pueden empeorar la calidad del sueño.
Estas señales deben atenderse de forma integral. A veces, el apoyo del entorno no basta, y es clave contar con profesionales de la psicología deportiva y de la salud digestiva que ayuden a detectar el origen del problema y a recuperar el equilibrio físico y emocional. Porque cuidar la mente también pasa por cuidar el intestino… y por dormir bien.
Mi recomendación personal
Hay heridas que no se ven, pero que duelen igual o más que las físicas. Y en el caso de las mujeres deportistas, estas heridas invisibles muchas veces se agravan por el silencio, la autoexigencia y la presión constante por demostrar que “pueden con todo”.
Además de todo esto, debemos ser conscientes de que muchas mujeres siguen compitiendo con una carga añadida: no solo deben rendir físicamente, sino también enfrentarse a estereotipos, a la invisibilización mediática, a la desigualdad de recursos y a juicios constantes sobre su cuerpo, su carácter o sus emociones. En ese entorno, hablar de salud mental puede parecer un lujo… o una debilidad.
Pero no lo es.
La ansiedad, la pérdida de motivación, los trastornos del sueño o de la alimentación, el diálogo interno negativo… son señales que hay que escuchar. No siempre basta con el apoyo del entorno, por bienintencionado que sea. A veces hace falta algo más: la mirada profesional de alguien especializado, que pueda acompañar sin juzgar y ofrecer herramientas reales para comprender y cuidar lo que está pasando.
Más vale prevenir que curar. ¿Acaso hace falta que lo recordemos? No hay que esperar a tocar fondo para pedir ayuda, ni justificar el malestar como una consecuencia “normal” del alto rendimiento. Detectar a tiempo esas pequeñas señales puede marcar la diferencia entre seguir adelante con fuerza o arrastrar un malestar que se va enquistando.
Si tienes una compañera, una hija, una amiga o una entrenada que empieza a apagarse, acompáñala, escúchala, y si es necesario, anímala a buscar apoyo profesional. Y si eres tú quien siente que algo no va bien, permítete ese paso.
Cuidarse no es rendirse. Es reconocerse como valiosa más allá del resultado, del marcador o del podio. Es poner la salud —la tuya— en el centro. Porque el verdadero rendimiento empieza con el bienestar, y el bienestar empieza con el derecho a ser escuchada, comprendida y acompañada.