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5 pasos para afrontar la culpa y dejar de sentirla constantemente

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Actualizado el martes, 10 enero, 2023

Al igual que todo entrenamiento para dejar cualquier hábito, deshacernos de la culpa no es fácil, pero estos pasos nos ayudarán a encontrar una solución. Siempre y cuando nos ajustemos a nuestras circunstancias, claro.

La culpa es un sentimiento que surge cuando rompemos algún significado personal o social, o dañamos a alguien o algo que consideramos propio o cercano.

El sentimiento de culpa, o de culpabilidad, al tener una naturaleza emocional, depende siempre de un acto o estímulo que lo active. Es decir, la culpa nunca viene sola; siempre se da por una causa que provoca su efecto. Y cuando ello ocurre, sentimos tristeza, vergüenza, autocompasión, mala conciencia, remordimiento, etc.

Otra forma de plantear este paso es saber «redireccionar» nuestros pensamientos para no cargar con tanto peso y saber qué está dentro de nuestra responsabilidad y qué no.

¿Cómo dejar de sentir culpa?

Sentirse culpable puede ser una emoción abrumadora que puede afectar su salud mental y física. También puede impedirle vivir su vida al máximo de su potencial. Pero, no tiene por qué ser así. Hay pasos que puede tomar para dejar de sentirse culpable y comenzar a vivir una vida libre de culpa. En este artículo, exploraremos las diferentes formas en que puedes hacer esto, como comprender por qué te sientes culpable, practicar el perdón a ti mismo y cambiar los patrones de pensamiento negativos. Siguiendo estos consejos, podrá avanzar con una nueva sensación de paz y claridad.

El valor de sentirse culpable

Sentirse culpable tiene algo positivo: es un elemento socializador. Desde pequeñitos nos han manipulado con el sentimiento de culpa. Nos han reñido cuando hemos hecho algo malo, nos sentimos mal por ello y eso provoca que no volvamos a repetir dicho acto en el futuro. Por lo cual, la culpabilidad es útil para adaptarnos a un grupo y para empezar a desarrollar nuestra conciencia moral.

Eso sí, la culpa no es un «sentimiento homologado», Es decir, todos la sentimos, pero no la sentimos igual, ni por las mismas cosas. Todo depende mucho de la educación y de la cultura.

Pero claro. Pocos asociarán la culpa con algo positivo; sino más bien con todo lo contrario. La culpa no es algo agradable de vivir. Y tenéis razón. Su parte más negativa viene cuando sentimos culpa sin que haya hechos reprochables. ¿Recordáis lo de la causa-efecto? Pues cuando esa relación no existe, la culpa carece de utilidad.

Las emociones de la culpabilidad

La culpa genera una amalgama de emociones que se mezclan entre ellas y se retroalimentan, haciéndonos sentir muy mal. Además, estas sirven como una especie de pantalla de humo que nos dificulta identificar realmente las causas de esas emociones.

Estas tienen el riesgo de caer en un error de atribución básico, que es creer que todo lo bueno que nos pasa es por obra del azar, o es algo que incluso carece de importancia para nosotros. Y que todo lo malo que pasa es solo y exclusivamente culpa nuestra.

Esta culpa perjudicial, y aparentemente carente de causa, no está del todo carente de causa.

El elemento socializador

Como dijimos antes, la culpa es un elemento socializador. Nos permite adaptarnos a un grupo. Y cada grupo tiene sus propias normas de convivencia. Y con ello hablo desde una familia, hasta una sociedad entera. Pero, claro, la mayoría de esas normas vienen impuestas desde fuera y algunas veces las adoptamos sin cuestionarlas. Esto puede traer consecuencias.

Imaginaos una familia demasiado estricta y rígida, o una comunidad religiosa demasiado férrea, o un pueblo muy estancado en viejas tradiciones. Vamos, ambientes con normas muy estrictas, rígidas y autoritarias; prácticamente, es imposible crecer sin romper alguna norma. Es más, aquellos niños criados en un régimen autoritario con muchos castigos físicos suelen ser agresivos. Sin embargo, los criados con muchos castigos psicológicos, tipo «ya no te quiero» o «aprende de tu hermano que es mucho mejor que tú», tienden a desarrollar más culpabilidad.

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Los niños sometidos a castigos psicológicos suelen desarrollar mayor culpabilidad.

Si hemos convivido en esos contextos, hemos interiorizado estas normas rígidas y creemos que rompemos constantemente con esa normalización. Por ello, estaremos siempre atormentados. Ante esto, tenemos dos salidas:

  • Nos podemos limitar a la autocompasión eterna, es decir, nos sentimos culpables por cualquier cosa: por tener hambre, por vestir de una forma o de otra, por la manera en la que mostramos nuestra sexualidad, etc.
  • Limitamos toda nuestra vida, porque la culpabilidad limita, no deja avanzar. Estamos necesitados constantemente de aprobación, porque necesitamos que alguien nos quite esa corona de espinas de culpa. Nos volvemos dependientes.

O también podemos negar la existencia de esa culpa. ¿Cómo? Pues desplazándola a los demás, es decir, usándola como arma.

Justificamos que el sentimiento negativo que yo tengo al sentirme culpable es causa de un ataque de otras personas o cosas que pretenden que yo me sienta culpable. Me siento mal porque otros han hecho que me sienta mal. Más resumido: nos convertimos en unos victimistas.

¿Cómo afronto mi culpa?

Llegados a este punto toca preguntarnos cómo mitigamos la culpabilidad

1. Primer paso: acéptala

Ya sabes lo que es, ya sabes de dónde procede, ya sabes que todos la sienten. Acepta que estará ahí y que surgirá cada vez que tenga que surgir. Buscar destruirla o desplazarla no sirve porque, aunque miremos para otro lado, se manifestará de otra forma.

No podemos eliminarla, pero sí reconducirla.

2. Segundo paso: analiza ese sentimiento

Como dijimos antes, ninguna emoción surge sola, todas son provocadas. Busca qué provoca esa culpabilidad, porque si localizas la razón, sabrás qué hacer con ella.

Sí, se dice fácil. Pero habrá ocasiones que sintamos culpa y no sepamos por qué. A veces, esa revisión de nosotros mismos no será sencilla, pero no es imposible.

3. Tercer paso: redefine tus roles

Este paso depende mucho de dónde provenga ese sentimiento de culpa, pero hemos hablado de atribuciones, de normas muy estrictas, o de cosas que consideramos que hemos hecho mal.

Si hablamos de atribuciones, debemos redistribuir la responsabilidad de nuestros actos. O, lo que es lo mismo, no cargar con «todo el muerto» innecesariamente. Si hablamos de normas muy estrictas del pasado, pues bien: revisemos si esas normas no están interfiriendo con lo que realmente tú eres.

Y, en cuanto a cosas que hacemos y nos hacen sentir culpables, pues elimina las fuentes de culpa y acepta lo que estás haciendo.

Es un proceso confuso y difícil, pero no por ello imposible. Básicamente consiste en revisar las situaciones que nos provocan culpa desde otros prismas y ver si realmente somos tan culpables como nos pensamos. Quizás haya otras personas responsables por lo sucedido, como puede pasar con una ruptura de pareja. No todo sería nuestra culpa. O que aquello que nos atormenta tenga que ver con unas normas demasiado restrictivas que seguimos manteniendo desde la infancia como, por ejemplo, la culpabilidad que sienten muchos jóvenes por su condición homosexual.

O puede que tengamos que eliminar nuestras fuentes de culpa y aceptar ciertos comportamientos como, por ejemplo, cuando rompemos constantemente con nuestros hábitos de dieta, puede que se deba a que nos estamos forzando demasiado en unas conductas que no van con nosotros, y debemos encontrar otras formas de seguirla añadiendo nuevos hábitos, o retirando otros.

4. Cuarto paso: sé constructivo

Sentir culpa es inevitable, es algo que no podremos controlar, pero lo que sí podemos controlar es lo que haremos al respecto. Si buscamos una forma de enmendar el daño hecho, podremos incluso aprender de la experiencia.

5. Y esto nos lleva al quinto y último paso: aprender para el futuro

La culpabilidad nos obceca tanto en lo ocurrido que no sacamos nada en claro de lo que nos pasa la mayoría de las veces. Esto nos puede llevar a seguir cometiendo los mismos errores en el futuro. Recordad que la culpa es un elemento socializador: la sentimos para no volver a repetir ciertas cosas. Pues sigamos aplicando el cuento.

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La culpabilidad es un elemento socializador que sirve para no volver a cometer los mismos errores.

No sé si lo habréis notado, pero en realidad todo lo anterior se puede resumir en una cosa: actúa con responsabilidad.

La responsabilidad no es una emoción, es una cualidad o una forma de actuar. Consiste en ser consciente de los hechos, asumir lo que hicimos y actuar en consecuencia. La culpa nos señala qué hemos hecho mal. Está en nosotros actuar con responsabilidad ante lo ocurrido.


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