Actualizado el domingo, 1 agosto, 2021
Al beso romántico, que no al beso familiar o amistoso, se le suponen todo tipo de atributos y poderes. Los más poéticos hablan de expresión que nace del alma y los más prosaicos achacan la fuerza y la necesidad de besar a los impulsos naturales y sexuales más básicos. Pero lo cierto es que el beso no es algo estrictamente instintivo. No sólo ocurre que la práctica totalidad del mundo animal no presenta un comportamiento parecido, sino que ni siquiera la especie humana al completo práctica este acto.
Un estudio del que se hace eco la BBC arroja cifras desconcertantes. Tras investigar en 168 culturas diferentes, resulta que nada más el 46% de éstas utilizan el beso como una expresión amorosa. Algunas, incluso, lo ven con aprensión. El beso entre familiares o de amistad no está incluido en este estudio. En este último caso, sí hay un mayor consenso global: pasadas investigaciones aseguran que el 90% de la humanidad utiliza este beso de cordialidad o fraternidad.
Queda así fuera de toda duda que el beso, ya sea morreante o picoteante, no conforma un comportamiento inherente a nuestra especie. Además, se sospecha que este comportamiento apareció hace relativamente poco. Rafael Wlodarski, de la Universidad de Oxford, buscó pruebas en la arqueología. La evidencia más vieja que localizó data de hace 3.500 años. Dio con ella en un texto sánscrito que definía el beso como el intento de inhalar el alma del otro.
Y, precisamente, en el olfato parece estar la respuesta a por qué nos besamos. Los hombres hemos heredado nuestro funcionamiento sexual de los mamíferos. Para éstos, resulta fundamental la captación de hormonas segregadas para elegir la pareja más conveniente. Normalmente, y como se observa con facilidad, la mayoría de animales buscan las características aromáticas de la potencial pareja oliendo directamente. Sin tapujos. Sin embargo, nosotros tenemos unas reglas sociales que castigarían esta acción. De manera que la forma más efectiva y aceptable de husmear en el otro es a través del beso. Constituye, ni más ni menos, una solución imaginativa. El beso parte, pues, de una especie de engaño. Un engaño, eso sí, que da ganas de vivir.
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