Actualizado el domingo, 27 octubre, 2024
En la era digital, donde la información fluye sin cesar a través de múltiples plataformas y redes sociales, es crucial ser consciente del impacto que nuestras acciones tienen en la propagación de las ‘fake news’ (noticias falsas) y los discursos de odio. A menudo, sin siquiera ser conscientes, podemos estar contribuyendo a la difusión de información engañosa o al fomento de narrativas divisivas. Es esencial reflexionar sobre cómo nuestras interacciones en línea pueden inadvertidamente fortalecer estos fenómenos.
1. Compartir sin verificar:
Uno de los principales modos en los que se propagan las ‘fake news’ es a través de la compartición irresponsable de información. Antes de hacer clic en el botón de compartir, es fundamental tomarse un momento para evaluar la veracidad de la noticia. ¿La fuente es confiable? ¿La historia está respaldada por pruebas y fuentes creíbles? Compartir información falsa sin verificar solo contribuye a su difusión y legitimidad, alimentando así un ciclo de desinformación.
2. Caer en la trampa de los algoritmos:
Los algoritmos de las redes sociales están diseñados para mostrarnos contenido que coincida con nuestros intereses y opiniones previas. Sin embargo, este enfoque puede crear burbujas de filtro, donde solo vemos información que refuerza nuestras creencias existentes, sin tener en cuenta su veracidad. Al interactuar únicamente con contenido que confirma nuestras perspectivas, podemos fortalecer inadvertidamente las narrativas falsas y los discursos de odio, sin exponernos a puntos de vista alternativos y datos contrastantes.
3. No cuestionar nuestras propias creencias:
Todos tenemos sesgos y prejuicios que influyen en cómo percibimos la información. Es importante estar conscientes de estos sesgos y cuestionar nuestras propias creencias antes de aceptar una historia como verdadera. Si una noticia nos hace sentir emocionalmente impulsados, es aún más crucial verificar su veracidad antes de compartirla o respaldarla. La introspección y la autocrítica son herramientas poderosas para combatir la difusión de información engañosa y los discursos de odio.
4. Contribuir al sensacionalismo:
El sensacionalismo es una táctica común utilizada por los medios para atraer la atención del público. Al compartir contenido que es sensacionalista o exagerado, incluso si no es necesariamente falso, podemos alimentar la cultura del clickbait y la desinformación. Es importante considerar si una historia está siendo presentada de manera objetiva o si está siendo exagerada para generar reacciones emocionales.
5. No ser conscientes de las consecuencias:
Finalmente, es esencial reconocer que nuestras acciones en línea tienen consecuencias tangibles en el mundo real. La difusión de ‘fake news’ y los discursos de odio pueden sembrar la discordia, promover la violencia y socavar la confianza en las instituciones democráticas. Al ser conscientes del impacto de nuestras acciones en línea, podemos asumir la responsabilidad de promover un ambiente digital más saludable y libre de desinformación.
Claro, aquí está una revisión del texto:
Sabes qué sucede cuando un dato contradice tus creencias? ¿Qué ocurre cuando llega nueva información que cambia tu percepción? Lo correcto sería aceptar esa nueva información y modificar nuestras opiniones. Eso es la esencia de la ciencia y la realidad. Cuando un dato contradice nuestras creencias, a menudo desconfiamos del dato y nos aferramos más a nuestras creencias. Cuando algo desacredita lo que creíamos, nuestro cerebro se defiende, reforzando nuestra convicción en lo erróneo. Este mecanismo no es exclusivo de las religiones, sino que también se observa en los cultos, incluidos aquellos de índole política extremista.
Quizás pienses que esto solo afecta a otros, pero la verdad es que a todos nos sucede si no somos conscientes. Nuestra reacción inicial al enfrentarnos a una idea que contradice nuestras creencias es a menudo de rechazo hacia quien nos presenta esa información. Hoy voy a presentarte una serie de datos que desafiarán tus creencias, y tu primera reacción puede ser rechazarme a mí en lugar de considerar el mensaje que te estoy transmitiendo.
Tomemos, por ejemplo, la imagen de Paris Hilton con la camiseta «Stop Being Poor». Esta imagen ha sido utilizada para criticar a Paris Hilton por su supuesta insensibilidad. Sin embargo, resulta que esa imagen está manipulada y es falsa. La verdadera camiseta que usaba Paris Hilton en esa ocasión decía «Stop Being Desperate», un mensaje completamente diferente. Esta manipulación ilustra cómo encajamos la información en narrativas preestablecidas sin cuestionar su veracidad.
Otro ejemplo es la reciente inundación en Dubai. Se difundió la idea de que la siembra de nubes causó esta inundación, pero esta explicación carece de base científica sólida. A menudo nos dejamos llevar por explicaciones que suenan interesantes y divertidas, sin considerar su veracidad.
La desinformación también se extiende al tema de los autos eléctricos y su impacto ambiental. Aunque existen preocupaciones legítimas sobre la fabricación y el reciclaje de baterías, la noción de que los autos eléctricos contaminan más que los vehículos de combustión interna es simplemente falsa. Es importante cuestionar las afirmaciones que escuchamos, especialmente cuando provienen de fuentes que consideramos confiables.
La desinformación no solo proviene de medios de comunicación o empresas, sino también de gobiernos y actores extranjeros que buscan influir en nuestras percepciones. La propagación de noticias falsas y la manipulación en las redes sociales son tácticas comunes para sembrar discordia y desconfianza en la sociedad.
Es crucial cultivar el escepticismo y buscar fuentes confiables de información. No podemos permitir que la desinformación moldee nuestras creencias y nuestras acciones. Debemos ser críticos con lo que escuchamos y estar dispuestos a cambiar de opinión cuando nos enfrentamos a nueva evidencia. Recuerda, la verdad puede ser incómoda, pero es fundamental para una sociedad informada y resiliente.
Es posible que un usuario, sin darse cuenta o sin tener la intención, contribuya al apoyo de fake news y discursos de odio en las redes sociales. Esto puede ocurrir por varias razones:
- Compartir información sin verificar: Muchas personas comparten contenido en las redes sociales sin verificar su veracidad. Esto puede incluir noticias falsas, rumores o información sesgada que promueve discursos de odio. Al compartir este tipo de contenido, incluso sin intención maliciosa, se contribuye a su difusión y legitimación.
- Interacción con contenido perjudicial: Incluso interactuar con publicaciones que contienen fake news o discursos de odio puede contribuir a su visibilidad y legitimidad. Al dar «me gusta», comentar o compartir este tipo de contenido, se aumenta su alcance y se fomenta su propagación en la plataforma.
- Perpetuación de sesgos de confirmación: Los algoritmos de las redes sociales a menudo muestran a los usuarios contenido que coincide con sus opiniones y creencias previas, lo que puede reforzar sus sesgos de confirmación. Esto puede llevar a que los usuarios consuman y compartan activamente contenido que refuerza discursos de odio o información falsa, sin cuestionar su veracidad.
- Participación en grupos extremistas o polarizados: Al unirse a grupos en línea que promueven ideologías extremistas o polarizadas, los usuarios pueden verse expuestos a un flujo constante de contenido perjudicial, incluyendo fake news y discursos de odio. La participación activa en estos grupos puede reforzar estas creencias y contribuir a su difusión.
Es importante que los usuarios sean conscientes del impacto de sus acciones en las redes sociales y se esfuercen por consumir y compartir contenido de manera crítica y responsable. Verificar la veracidad de la información antes de compartirla, evitar la interacción con contenido perjudicial y promover el diálogo constructivo son formas de mitigar el apoyo involuntario a las fake news y los discursos de odio en línea.
¿Fakenews o desinformación?
Actualmente se ha popularizado el término de fake news. Sin embargo, instituciones como la Comisión Europea prefieren seguir hablando de desinformación, entre otras cuestiones, porque actores políticos de proyección global, como el expresidente estadounidense Donald Trump, han manoseado el término de fake news otorgándole connotaciones políticas arrojadizas. Cuando algún periodista le preguntaba por una noticia o información negativa, el simplemente respondía «fake news».
Antes de hablar de fake news, describamos de qué estamos hablando exactamente: “Hacen referencia a la desinformación a través de la creación o difusión de noticias engañosas o parciales, utilizadas viralmente como medio de propaganda política a fin de crear la confusión en la opinión pública”. Han cambiado los tiempos y también el contexto social y político. Pero, casi 50 años después de haberse acuñado, esta definición de la Enciclopedia Soviética de 1972 continúa plenamente vigente. La patente del término de desinformación, pues, es de la Unión Soviética, y así ha evolucionado:
- Durante principios y mediados del siglo XX, desinformar consistía simplemente en no informar;
- Pero el términó evolución para pasar a referirse al carácter nocivo de la información desde una perspectiva de manipulación de las masas. Primero usada en el ámbito bélico y más tarde, en el periodístico.
En esta segunda fase, la investigación científica en torno a la desinformación comenzó en la Guerra Fría y se centró, después, en la década de los 80, en procesos políticos de países latinoamericanos como Chile y su dictadura, El Salvador o Nicaragua. De ahí saltó al ámbito periodístico y se empleaba, sobre todo, para referirse a la actividad, la calidad y la función de los medios de comunicación.
Como vemos, el objetivo es muy similar al fenómeno de la desinformación tradicional. La gran diferencia es que los medios de creación y difusión de información han cambiado en forma, contextos, velocidad…
Los medios de creación y de difusión de contenido informativo nos hemos multiplicado exponencialmente: al margen de los buenos, los mediocres y los malos medios de comunicación, somos nosotros mismos, a través de nuestros aparatos electrónicos, quienes también creamos y difundimos en masa contenido del que somos responsable.
Compartir bulos o fake news es algo relativamente humano y natural o, por lo menos, tiene una explicación muy relacionada con nuestra biología y psicología. Spinoza decía que los impulsos, motivaciones, emociones y sentimientos eran un aspecto fundamental de la humanidad. Uno de esos impulsos que sentimos como personas que interactuamos en un espacio público como las redes sociales es compartir noticias que recibimos y con el que nos sentimos identificados o nos han provocado una emoción que queremos compatir.
Discernir entre lo relevante y lo peligroso
El sociólogo y crítico cultural estadounidense Neil Postman describió el mundo de finales del siglo pasado dominado por la televisión como el Peek a Boo World (juego infantil del cucú-tras). Una sociedad ávida de entretenimiento y banalidad, porque la información se había transformado en infoxicación y perdía relevancia.
La situación actual es más complicada y perversa. A veces nos cuesta discernir entre lo relevante y lo intrascendente, también en lo que se refiere a la información que recibimos sobre asuntos públicos. La información seria y transcendental antes se mezclaba con los memes y vídeos ociosos. Ahora, mucha de la información seria la consumimos directamente en formato meme y esto da poco espacio a la profundidaz y la reflexión. Recibir determinado vídeo, mensaje o noticia con su titular y con un enlace, dedicarle unos segundos y pulsar en el icono “compartir” es algo parecido a compartir un cotilleo antes de verificar si es cierto, relevante o dañino.
No tenemos una evidencia clara de que lo que estamos haciendo esté bien, de que la opinión que estemos fomentando sea real o de que no perjudique a nadie; pero, realmente, ¿nos es indiferente compartir odio?
Todo esto tiene una explicación: cada vez que pedimos a una persona que no difunda bulos o contenido banal le estamos pidiendo que traslade su actividad social digital de su sistema límbico (instinto, emoción, pulsión, etc.) a su sistema cognitivo. Internet no es un espacio que juegue a favor de ello: los adultos que interactuamos en este espacio estamos utilizando nuestra inteliencia social y nuestra actividad se basa, en muchos casos, en impulsos emocionales y sesgos cognitivos.
Lista de algunas webs que se hacen pasar por medios de información y son difusoras de bulos, aportada por Julio Montes (@Montesjulio), de cofundador de Maldita.es, en el #LabAPM sobre «Comunicación política y desinformación»
Cómo romper con una cadena de difusión de mentiras o de odio
Es, por tanto, complicado pedir o exigir que la gente active su lado cognitivo-racional antes de abrir, leer o compatir información. ¿Estamos realmente dispuestos a cambiar a fondo su forma de interactuar digitalmente? ¿Por qué compartimos desinformación o discursos de odio?
- Poder y autoestima: Nos da una falsa sensación de poder e influencia sentir que pertenecemos a ese colectivo que tiene la verdad y también, que pertenece a la clase social que merece más derechos.
- Liderazgo e influencia: Nos sube la autoestima porque queremos ser los influencers del grupo que aportan información que será aplaudida por los demás (por los demás dentro del endogrupo).
- Creencias confirmadas: Ante un entorno VUCA y muy polarizado eafirma nuestras creencias (fenómeno denominado sesgo de confirmación).
Individualmente se pueden hacer grandes cosas, pero no podemos olvdar exigir exigir a las instituciones que vayan a las raíces del problema: la educación que recibimos, la legislación vigente y cómo los sistemas democráticos han dejado en manos de oligopolios privados la información que reciben sus ciudadanos.
Pero mientras eso sucede, podemos ir dando pequeños pasos. La detección y el combate de bulos puede ser una divertida cruzada similar a la de recoger basura contaminante. Podemos también pasar el concepto de hábitos saludables para el cuerpo a hábitos saludables para conocimiento y tener hábitos digitales más sanos y equilibrados en lo cognitivo y en lo emocional. Es decir, dejar las altas dosis de azúcar y grasas saturadas que generan las noticias falsas que confirman mis creencias o que me hacen ser valorado dentro de un determinado grupo social y entender que esta dopamina fácil que alimenta mi sistema límbico no me hará ningún bien a medio-largo plazo. Ni a mi ni a la sociedad en la que vivo. Las mentiras y el odio jamás podrán llevarnos a una sociedad mejor.
Consejos esenciales para una dieta digital sana
- Rodéate de gente diferente que opine diferente pero que sea profesional del ámbito del que opina.
- Desarrolla tu propio pensamiento crítico.
- Si quieres buen periodismo, suscríbete al canal de pago del medio que te genere confianza. De este modo no dependerán tanto de la publicidad de instituciones y grandes empresas.
- Establece unos morales antes de darle me gusta o compartir. El filtro de Sócrates te puede ser de gran ayuda.
- Ante la duda, utiliza portales de verificación de noticias como malditobulo.es o Newtral.es.
- Ten paciencia. Puede que al principio te cueste sanear tu actividad digital pero recuerda qué te motiva a cambiar y ve mejorando poco a poco.