Edvard Munch pintó “El grito”, una de las obras más importantes y reconocibles de la historia del arte, en 1893. Más de un siglo después, tras una investigación llevada a cabo por el Museo Nacional de Noruega, se ha podido confirmar de quién era el apenas perceptible mensaje escrito que aparece en el cuadro, grabado para la posteridad con el carboncillo de un lápiz.
“Enfermedad, locura y muerte fueron los tres ángeles que velaron mi cuna”
Edvard Munch
El propio Munch, poco antes de morir en 1944, señaló cuáles eran los motivos que habían guiado su vida, los que le habían acompañado desde siempre: enfermedad, locura y muerte. Sin saberlo, esos motivos se convertirían también en una pequeña crónica de su tiempo, de un incipiente siglo XX marcado por la tragedia.
El pintor noruego falleció de neumonía a los 80 años, una vida larga para alguien que estuvo perseguido por la calamidad desde temprana edad y que reconocía que sin el profundo sentimiento de ansiedad que siempre había sufrido, y que es seguramente el tema más recurrente de su obra, su vida habría sido “como un barco sin timón”.
“Autorretrato con una botella de vino” (Munch, 1906)
Edvard Munch nació el 12 de diciembre de 1863 en la localidad noruega de Løten, aunque creció en Kristiania, la capital del país que pasaría a llamarse Oslo en 1925. Perdió a su madre y hermana por culpa de la tuberculosis cuando era muy joven, y tanto su padre como otra hermana y él mismo padecieron durante toda su vida de lo que entonces se denominaba “melancolía”.
Sus relaciones amorosas fueron intensas y al mismo tiempo ambiguas, puesto que Munch creía que le distraían de su labor como artista. Estuvieron marcadas por su desesperación por Milly Thaulow (a la que a veces se refería como “Madame T”) y por un matrimonio no deseado con Tulla Larsen, por el que llegó a sentirse muy agobiado. Una biografía marcada por pasiones oscuras y desmedidas que hace que muchas veces se le relacione con otro pintor universal como es Vincent Van Gogh.
Munch y Van Gogh fueron contemporáneos (el holandés nació apenas 10 años antes que el noruego), pero el pintor postimpresionista falleció mucho antes, en 1890. El noruego tuvo una etapa impresionista que fue abandonando por la influencia de Van Gogh y a partir de su estancia en París, en 1885, cuando se puso en contacto con pintores que introducían elementos más vanguardistas como Toulouse Lautrec o Paul Gauguin. Empiezan las formas más esquemáticas y el uso simbólico de los colores que se convertirían en sus señas de identidad.
“Autorretrato, dedicado a Paul Gauguin” (Van Gogh, 1888)
En su formación como artista, no solo es importante el contacto con otras figuras determinantes para el arte del siglo XX, sino que también hay que sumar su personal sentimiento trágico de la vida, que conecta con el nihilismo de otro contemporáneo, el filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900), que se convierte en una gran influencia para el pintor noruego.
“Solo pudo haber sido pintado por un hombre loco”
Inscripción en “El grito”
En otoño de 1893, durante una estancia en Niza después de haberse mudado a Berlín el año anterior, Edvard Munch pinta la que es su obra más conocida. En realidad, “El grito” forma parte de una serie de pinturas que llamó “La crisis de la vida”, entre las que también se encuentra otro de sus cuadros más famosos, “Ansiedad” (1894).
El propio Munch describe cómo nació “El grito”. Un grito, por cierto, que no se ve, sino que se oye. En 1892, el pintor escribe sobre una experiencia que tiene cuando estaba de paseo con unos amigos en Oslo -de hecho, el paisaje que aparece en el cuadro es la cuesta de Ekeberg, de esa localidad. Cuenta que, de pronto, el cielo se tornó rojo y le sobrecogió un sentimiento de tristeza; paralizado por el dolor, quedó atrás observando cómo “lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado”. Lo que refleja el cuadro es la expresión del terror y la ansiedad ante lo que, según Munch, era “un grito interminable [que] atravesaba la naturaleza”.
“El grito” (Munch, 1893)
Según los expertos, la figura principal del cuadro, medio humana medio fantasma, está inspirada por una momia peruana que Munch vio en un museo en París. Pintó hasta cuatro versiones de esta obra. Una de ellas se vendió en subasta en 2012 por casi 120 millones de dólares, un récord en aquel momento. Otra, fue robada en 2004 y recuperada dos años después tras una investigación que involucró a detectives británicos.
Es esa copia recuperada la que se conserva en el Museo Nacional de Noruega (las otras dos están en la Casa Museo Munch de Oslo), aunque apenas ha estado expuesta. Ahora se está preparando para que el público pueda volver a disfrutar de ella en 2022.
En los trabajos de reparación -la obra se ha visto afectada por la humedad- se utilizaron rayos ultravioletas para destacar y ver mejor esa extraña inscripción a lápiz que acompaña al cuadro. Después de analizar la caligrafía, el pasado mes de febrero, los responsables del Museo pudieron confirmar por fin quién es el autor del misterioso mensaje: Edvard Munch.
La teoría más plausible es que Munch lo escribiera después de haber visto la reacción que había provocado el cuadro en su primera exposición. Se habló de repulsa y fue tachado de demente; el crítico de arte Henrik Grosch dijo de él que no se le podía considerar “un hombre serio con un cerebro normal”, y el médico Johan Scharffenberg cuestionó públicamente que estuviera en su sano juicio.
La intención de aquel “Solo pudo haber sido pintado por un loco” fue probablemente irónica, aunque es posible que también él mismo se creyese algo loco.
Diseccionar almas
Decía Munch que, igual que Leonardo da Vinci había estudiado y diseccionado el cuerpo humano para representarlo en su arte, en su caso, su intención era “diseccionar almas”. El pintor habla de los sentimientos humanos, también -especialmente- los desagradables.
Esa es realmente su gran influencia en lo que sería el Expresionismo alemán; antes ya había pintores que deformaban la realidad y querían expresar sentimientos a través del arte, lo que aporta Munch es ese salto al vacío hacia lo más oscuro y profundo. Su pintura no muestra la realidad como la ve, sino como la siente, y eso incluye aquello que nos produce rechazo, lo grotesco, extraño, deforme, obsceno…
Pero la obra de Munch es muy amplia y, desde luego, no se limita a “El grito”. Es más, fueron sus trabajos posteriores, los de principios del siglo XX, los que resultaron más influyentes.
El pintor noruego pintó la vida en todas sus tonalidades, incluso tiene cuadros cuya temática puede considerarse costumbrista, como el caso de “La mesa de ruleta en Montecarlo” (1903), que retrata aquellos tiempos en los que los juegos de ruleta eran todo un acontecimiento social, y también retratos como “Los cuatro hijos del Dr. Linde” (1903), que están entre sus obras más reconocidas.
Por supuesto, está también su inmensa serie “El friso de la vida”, más de 40 años de trabajo que cubren distintos aspectos de la vida, como “esa batalla entre hombres y mujeres llamada amor”. Comienza con su serie de Madonnas (1894-95) e incluye obras tan importantes como “El beso” (1897), esa fusión de dos amantes que pasa la escultura de Auguste Rodin del mismo nombre por el rodillo de Munch.
“El beso” (Rodin, 1881-82)
“El beso” (Munch, 1897)
El legado de Edvard Munch es profundo, pese a que a veces parezca que se ha quedado en unemoticono de WhatsApp o en la careta del malo de “Scream”. Munch tenía razón, era un “grito interminable” que pervive hoy en día en cuentas de Instagram, pero que se sigue escuchando porque, en el fondo, seguimos siendo iguales. Dijo el pintor que en su arte intentó explicarse la vida y su sentido, y también “ayudar a los demás a entender su propia vida”. Y así seguimos, como Munch, buscando respuestas.mu