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Si no te preocupa el cambio climático es porque te lo han explicado mal

Si no te preocupa el cambio climático es porque te lo han explicado mal

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El cambio climático es una realidad innegable que está transformando nuestro planeta de manera alarmante. Sin embargo, a pesar de la evidencia científica abrumadora y los llamados de atención constantes por parte de expertos y organizaciones internacionales, aún hay quienes parecen no preocuparse lo suficiente por este fenómeno. ¿Por qué sucede esto? La respuesta podría estar en cómo se ha comunicado el problema del cambio climático.

Desde hace décadas, los científicos han advertido sobre los peligros del cambio climático, señalando sus impactos devastadores en el medio ambiente, la economía y la sociedad en general. Sin embargo, la complejidad del tema y la falta de una comunicación efectiva han contribuido a que muchas personas no comprendan la gravedad de la situación o la perciban como algo lejano e irrelevante para sus vidas cotidianas.

Uno de los errores más comunes en la comunicación sobre el cambio climático ha sido la falta de conexión con la realidad de las personas. Demasiado a menudo, los mensajes sobre el calentamiento global se han centrado en datos científicos abstractos y proyecciones a largo plazo, lo que dificulta que el público general comprenda cómo afectará realmente sus vidas y las de las generaciones futuras.

Además, la politización del tema ha polarizado el debate y ha llevado a la desconfianza hacia la ciencia y las instituciones que advierten sobre el cambio climático. En lugar de abordar el problema como una cuestión apolítica y urgente que requiere acciones inmediatas, se ha convertido en un tema de confrontación ideológica donde las opiniones personales y los intereses partidistas priman sobre la evidencia científica.

Otro aspecto crucial es la falta de soluciones tangibles y accesibles para abordar el cambio climático. Muchas personas se sienten abrumadas por la magnitud del problema y no saben qué pueden hacer a nivel individual para contribuir a su mitigación. La comunicación efectiva debería centrarse en proporcionar información clara y acciones concretas que las personas puedan llevar a cabo en su vida diaria para reducir su impacto ambiental.

Por último, la urgencia del cambio climático ha sido subestimada o minimizada en muchos casos. Si bien es importante transmitir un mensaje de esperanza y empoderamiento, también es fundamental destacar la gravedad de la situación y la necesidad de tomar medidas drásticas de manera inmediata para evitar consecuencias catastróficas.

A pesar de ser conscientes de los límites del planeta, nos resulta difícil vivir de manera sostenible. Nuestros sesgos cognitivos contribuyen a este desafío. Hasta ahora, los profesionales de la comunicación han reforzado estos sesgos al presentar el cambio climático de una manera que no nos motiva a actuar.

Explicar el cambio climático

Si colocamos unas pocas bacterias en un matraz con medio de cultivo, sabemos con certeza que se dividirán rápidamente, duplicando su población cada veinte minutos. Este ritmo de crecimiento es insostenible, pero las bacterias son seres unicelulares que no pueden hacer otra cosa que consumir todos sus recursos mientras su población crece exponencialmente.

Hasta donde sabemos, las bacterias no pueden ver el vidrio del matraz ni pensar en el futuro; por lo tanto, no pueden imaginar una vida sostenible.

Si dibujamos un gráfico de su crecimiento, sería muy parecido al del ser humano desde la revolución industrial, salvo por su escala: minutos equivaldrían a años. Y, por mucho que nosotros sí podamos ver que nuestro planeta tiene unos límites y sepamos que no podemos huir mucho más allá, nos cuesta vivir de una forma sostenible. Una incapacidad marcada por taras presentes en nuestros sobrevalorados cerebros: nuestro órgano más distintivo es prácticamente ciego al cambio climático.

No le importa aquello que percibimos como algo lejano en el tiempo o en el espacio. De hecho, solamente nos permite tenerlo realmente presente en días de eventos climáticos extremos.

No le gusta lidiar con la incertidumbre, y la huele cada vez que los científicos actualizan los impactos conforme avanza su conocimiento. Además, no entiende como peligroso algo que no es personal, ni abrupto, ni inmoral.

Nos hace seres muy sociales y, si nuestros compañeros no hacen nada, nosotros tampoco. De ser todo cierto, es una tragedia común.

Por no decir que nos gusta pensar que todo irá bien y que el futuro no será muy distinto del pasado. Con todos estos sesgos, identificados durante años por científicos de distintas disciplinas, estamos lejos de estar bien equipados para lo que se nos viene encima. 

Palabras que no nos dicen nada

Además, históricamente, la comunicación del cambio climático no ha hecho más que alimentar estos sesgos y ayudar, en cierta medida, a conducirnos a la situación actual. 

Empezando por el oso polar en un trozo de hielo a la deriva, una imagen recurrente e impactante que lanza un mensaje dramático. Y funciona estupendamente para que lo recordemos y lo compartamos. Lamentablemente, funciona fatal a la hora de ayudarnos a hacer algo. Diversos estudios indican que mensajes negativos y atemorizantes solo nos paralizan. Además, el oso polar, para una inmensa mayoría, está lejos, reforzando la distancia psicológica.

Durante años ha primado la terminología más aséptica posible para hablar sobre este complejo proceso: cambio climático. ¿Se acuerdan del calentamiento global? Pues esa expresión no la querían ni los republicanos en campaña, ni los científicos. Unos porque les convenía, y otros, por purismo: calentamiento global no definía todas sus causas y consecuencias.

Ahora estamos intentando llamarlo emergencia climática, pero puede generar problemas llamar “emergencia” a algo que no sentimos como tal. Es sobrealimentar el efecto de “Pedro y el lobo” que llevamos a hombros desde hace años. “Emergencia” no es una palabra que funcione bien el día que vuelve a salir el sol después de una inundación. “Emergencia” no es a lo que huele el nuevo césped que crece donde hubo un incendio. 

Por otro lado, la equidistancia periodística mal entendida ha enfrentado en numerosas ocasiones a los negacionistas y a los científicos como iguales, inflando su marginal representación de un 3 % a un 50 %. Esto incrementa subliminalmente la sensación de incertidumbre, en lugar de mostrar el amplísimo consenso existente entre la comunidad científica. 

Ni de derechas ni de izquierdas

 

En comunicación, la figura del portavoz es crucial. Es la cara pública del problema y la persona que lidera el cambio. Aquí, una vez más, hemos fracasado. Históricamente, nos hemos conformado con figuras populares capaces de amplificar el mensaje, sin considerar si contaminaban la causa con ideologías particulares. Al Gore es el ejemplo más destacado, pero hay muchos otros. Todos tienen algo en común: ninguno es conservador.

La politización de la causa es grave, porque nuestro cerebro procesa la información en bloques. Los seres humanos comprendemos mejor el mundo agrupando ideas y rechazamos aquellas que pertenecen al grupo contrario. Por ello, a pesar de que la lucha contra el cambio climático tiene todos los elementos necesarios para convencer y preocupar a un electorado de derechas (es una lucha conservadora), hemos perdido el apoyo de aproximadamente el 50 % de la población.

Sin embargo, no todo ha sido negativo en estos años. Estamos empezando a entender la importancia del relato para cambiar nuestros modelos mentales o reforzar nuestros sesgos. La literatura, por ejemplo, puede ayudar a reducir la distancia psicológica.

Por eso, existe un género literario dedicado a traer el cambio climático al presente: la «cli-fi» o climate fiction. Es el equivalente del cambio climático a series como Black Mirror o Years and Years. Libros como Solar de Ian McEwan, Far North de Marcel Theroux o Year of the Flood de Margaret Atwood ayudan a acercar este tema a nuestro cerebro y nos mueven, poco a poco, hacia la acción.

También estamos aprendiendo a moldear el mensaje para que resuene en el electorado más conservador. Porque hay ángulos como “el planeta que le dejas a tus nietos”, la “independencia económica que otorgan las renovables” o “mantener la buena vida”. Por no decir lo orgullosos que estamos de nuestra patria y lo poco que queremos que cambie nuestro patrimonio natural, perspectivas que rara vez se han tratado en campañas lanzadas desde la izquierda, dirigidas generalmente a concienciar culpabilizando. 

Acción política, solución científica

Incluso el IPCC, el consenso científico hecho documento, entendió que su manera de comunicar, en muchas ocasiones, era demasiado ambigua. Decidieron añadir entre paréntesis una etiqueta a sus afirmaciones, para indicar la certidumbre científica (baja, media o alta). Para incluso desambiguar más el discurso, un estudio señaló que añadir un porcentaje numérico de certidumbre ayudaría: es menos ambiguo que utilizar palabras para las que cada uno podemos pensar un peso. Estos pequeños detalles son los que pueden determinar enormes diferencias de comportamiento.

No podemos depender únicamente de la comunicación para salvarnos, ya que en el mejor de los casos, solo puede ayudar a que los individuos modifiquen ligeramente su comportamiento a nivel personal. El ciudadano promedio está demasiado arraigado en sus sesgos para lograr un objetivo de cero emisiones. Sin embargo, podemos ralentizar ligeramente el proceso y disfrutar de algunas generaciones más en nuestro único planeta, lo cual no es poco.

El mayor impacto que la comunicación puede tener es persuadir a los líderes para que tomen medidas drásticas que puedan frenar el cambio climático. Después de todo, este es un problema político que afecta gravemente a la economía, la salud pública y la seguridad nacional. Reconocerlo como tal puede motivar a los políticos a invertir en el desarrollo de soluciones científico-tecnológicas.

Quizás la única salida de esta crisis climática sea encontrar una fórmula científica que equilibre la balanza. Los más aptos para descubrir esa solución son aquellos que han estudiado cómo el efecto invernadero provoca el calentamiento global, cómo nuestro cerebro nos engaña o cuánto se multiplican las bacterias en un matraz de cristal.

Quizás así tengamos más suerte que las bacterias.


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