Actualizado el lunes, 24 junio, 2024
Joel Salatin es considerado como uno de los granjeros orgánicos más célebres de Estados Unidos. Este granjero estadounidense se define «de la vieja escuela», de esos que crían a sus gallinas en libertad, guardan las semillas de un año para el otro, alimentan a sus vacas con hierba y cultivan alimentos sanos. Reniega, por supuesto, de las mentiras de la industria alimentaria.
El libro del que hablamos se titula Esto no es normal y, en él, Salatin reconoce su pasión por las pequeñas granjas, las cooperativas locales y el derecho a nuevas opciones lejos de la agricultura industrial. Todo el libro está lleno de ejemplos ilustrados de soluciones que él mismo ha creado e implementado en su propia granja, Polyface, que es bien conocida por convertirse en una pionera en demostrar que la producción ganadera basada en imitar a la naturaleza es el futuro de un sistema agrario realmente ecológico y eficiente.
Echa un vistazo al libro «Esto no es Normal» (Joel Salatin) en .pdf · [descarga gratuita y libre]
¿Es viable (y rentable) la ganadería extensiva o las pequeñas granjas?
Durante veinticinco años he visto como Joel Salatin y su familia han luchado para ganarse la vida con las cuarenta hectáreas de espacios abiertos que poseen en el norte de Virginia. Además de sufrir los caprichos del clima igual que cualquier otra iniciativa empresarial basada en la agricultura, Joel, a la par que otros productores
a pequeña escala como él, ha tenido que luchar con normativas y regulaciones gubernamentales que, intencionadamente o no, le han negado el acceso al mercado.
Nos dicen que la finalidad de la mayoría de estas normativas es asegurar que los consumidores estadounidenses obtengan alimentos saludables, pero en realidad lo que hacen es justamente lo contrario. Una normativa que se aplique de forma universal a todos los productores puede ser una pequeña molestia para una gran industria y un obstáculo insalvable para un granjero dedicado a la venta directa.
Como Joel explica claramente en este libro, estas normativas están diseñadas principalmente con el objetivo de dificultar el acceso al mercado, no de regular la calidad o la salubridad de la comida. No existen normativas que se apliquen a los alimentos servidos en una fiesta privada o en un evento eclesiástico, donde la comida se regala.
Las normativas solo entran en juego cuando la comida se vende. Una pregunta clave en el libro es, ¿qué tienen las iniciativas privadas para que el gobierno considere de pronto la producción de alimentos a pequeña escala como algo tan peligroso?
En un momento en el que la comida local está de moda, las normativas federales, estatales y locales obstaculizan enormemente el crecimiento de esta alternativa frente a la comida industrial. Sin duda, muchos consumidores urbanos se asombrarán al leer acerca del acoso hostil y la intimidación que sufren los productores de alimentos a pequeña escala por parte de los inspectores del gobierno que Joel apoda “la policía de la comida”. ¿En qué otro ámbito eres considerado culpable hasta que se demuestre que eres inocente? ¿En qué ámbito, cuando se demuestra que eres inocente, no se piden disculpas o se emite una declaración de prensa exculpatoria?
Tras varias ocasiones de sufrir este tipo de trato, ¿seguirías intentando vender alimentos directamente a los consumidores? Desgraciadamente, esta guerra financiada con el dinero de los contribuyentes en contra de la producción local de alimentos está llevándose a cabo sin la cobertura de los medios de comunicación. Con suerte, este libro conseguirá que los consumidores de alimentos producidos de manera sostenible la tengan en mente. Sin embargo, en esta batalla hay algo más que la mera lucha contra los burócratas del gobierno enloquecidos de poder. En ella también están los menús de los restaurantes, los emporios de la comida rápida, las políticas de compra de los supermercados ecológicos como Whole Foods e incluso los consumidores solidarios como tú.
El gran problema es que todo lo nuevo tiene que empezar siendo pequeño y bajo un prototipo de producción que sea simple y barato. Pocos granjeros autofinanciados tienen los recursos suficientes como para empezar a la escala que requiere la mayoría de los clientes corporativos. Los pequeños productores venden sus horas de trabajo a través de sus productos. En consecuencia, buscan sistemas de producción que requieran mucha mano de obra y poca inversión de capital, igual que hacían los granjeros hace cien años. Pero el mercado no es tan flexible como lo era hace un siglo. Un restaurante que solo quiera un tipo de corte de carne beneficia muy poco al productor a pequeña escala, ya que este también tiene que vender el resto de la carne del animal. De igual modo, obligar a una granja, cuya plantilla consiste en un matrimonio, a rellenar toneladas de papeleo y formularios antes de poder vender un solo bocado de comida a una franquicia es un castigo cruel y extraordinario.
Además, pedirle a un sistema de producción “natural” que funcione los doce meses del año es un contrasentido. Para que una granja funcione con poco capital de inversión, el modelo de producción ha de estar sincronizado con la temporada natural de producción. Por ejemplo, no puedes criar pollos, que son animales tropicales, en el exterior cuando hay un metro de nieve. Obligar a que un granjero a pequeña escala produzca todo el año como si fuera una industria es una fórmula asegurada para el agotamiento y la bancarrota, además de ser una receta para que fuera de temporada tú, el consumidor,tengas una experiencia culinaria insípida.
Como dicen en Suiza, “el queso de invierno es un queso aburrido”. En los productos de origen animal, los matices de sabor únicos de la carne y la leche tradicionales provenían del hecho de que los animales habían estado consumiendo pastos verdes y vivos. Estos sabores desaparecen cuando los animales se alimentan exclusivamente a base de heno o silo. La ventaja competitiva de un granjero a pequeña escala está en producir un alimento estacional que sea realmente sabroso, cuya producción requiera de una serie de habilidades y que pueda venderse a través de una cadena de distribución corta y barata. La venta local no solo cumple estos requisitos, sino que normalmente es imprescindible para que una granja pequeña pueda ser rentable y autosuficiente.
Para que la producción local de alimentos continúe creciendo, el sistema regulatorio y comercial va a tener que hacer algunas concesiones y encontrarse con el granjero a medio camino. No soy el tipo de persona que piensa que “o lo hacemos a mi manera o nada”. Como Joel, no deseo normativas que conduzcan al fracaso de la agricultura industrial. Solo deseo que el consumidor tenga más opciones. Los que defendemos la agricultura sostenible no nos oponemos a que existan normativas de sanidad. Nos oponemos a que las normativas requieran grandes inversiones cuando existen alternativas asequibles. Pedimos que nos digan cuáles son los requerimientos y que nos dejen idear una manera de cumplirlos. El diseño de alternativas de bajo coste es nuestra especialidad y lo hacemos realmente bien. Dadnos un poco de cuerda.
Joel Salatin es un ejemplo excelente de esta creatividad para desarrollar prototipos de producción barata. Sin ninguna ayuda creó la industria norteamericana del pollo criado en pastos, con sus refugios móviles de bajo coste. Desde utilizar cerdos para airear su compost en primavera, hasta gallinas libres de verdad para controlar la población de moscas en sus pastos, Joel ha descubierto maneras de producir alimentos con un mínimo de inversión y sin sustancias químicas tóxicas. Durante los veinticinco años que lleva escribiendo una columna mensual en nuestra revista Stockman Grass Farmer, Joel ha compartido sus ideas, sus éxitos y sus fracasos con todo aquel que ha querido leerlos. No tiene absolutamente ningún miedo a la competencia. Excelente orador, ha viajado por todo el mundo con su mensaje acerca de la necesidad de revivir una concepción jefersoniana, es decir, intelectual, de la agricultura. Sorprendiendo a la mayoría de sus audiencias, aparece en sus conferencias vestido con un traje de negocios, con camisa y corbata, para aclarar que es un empresario con titulación universitaria, no el paleto o el neohippy que estaban esperando. Sin importar la audiencia, no se muerde la lengua a la hora de discutir sus creencias libertarias en lo referente a la economía, su conservadurismo social o su fe religiosa. Ni qué decir tiene que esto desconcierta por completo a los que piensan que todos los productores de alimentos ecológicos son de izquierdas.
Personalmente, hace tiempo que pienso que la granja Polyface de Joel Salatin es un excelente ejemplo de cómo las granjas de venta directa y gran valor como la suya podrían ser un estímulo para el desarrollo económico del mundo rural. En la actualidad, Joel tiene catorce empleados, compra localmente todo el pienso suplementario
que comen sus pollos y cerdos criados en pastos y todos sus animales se procesan en el entorno local. A base de sudor equitativo, ha construido un negocio alimentario que genera dos millones de dólares al año sin ningún tipo de préstamo, asistencia o subsidio del gobierno. (Hay otros ejemplos, como la quesería de Mama Cabra en Extremadura que son similares).
Para mí, este es el tipo de historia que tendría que aparecer en la portada del Wall Street Journal. Y su granja es realmente hermosa, con pastos ultraverdes fertilizados con el estiércol de miles de pollos criados a base de pasto. En las zonas boscosas, la vegetación del sotobosque se ha despejado gracias a la intervención controlada de los cerdos, creando un entorno abierto similar al de un parque. Una serie de estanques escalonan la ladera de la montaña detrás de su casa, proporcionando agua a la fauna salvaje, además de un sistema de riego por gravedad para los pastos. Si quisieras darle un empujón a la economía del agroturismo, nada lo conseguiría mejor que cien granjas como la de Joel. Más puestos de trabajo, un paisaje más bonito, comida más sana, todo creado sin ningún gasto para el gobierno. ¿No suena esto a lo que Estados Unidos (y todo el mundo) está buscando en este momento? Aquí encontrarás cómo ayudar a conseguirlo.
El compromiso con el granjero también se extiende a ti, el consumidor. La mayoría de nosotros estamos tan condicionados por el sistema alimentario industrial que no nos damos cuenta del conflicto entre nuestro sistema de creencias y nuestras expectativas. Por ejemplo, no esperes encontrar carne de pasto fresca de vacuno o pollo, sin congelar, en mitad del invierno, en la tienda o el restaurante local.
Intenta aprender lo suficiente acerca de la producción ganadera como para que no te engañen con falsos sistemas naturales, como pollos de pasto criados sobre cemento en un edificio que tiene una puerta diminuta a un patio. Date cuenta de que la etiqueta de certificación ecológica de la USDA no te asegura que se hayan utilizado métodos de producción que imiten a la naturaleza. Por ejemplo, la mayoría del vacuno con certificación ecológica viene de cebaderos de tipo industrial y la leche ecológica producida en invierno utiliza los mismos prototipos de confinamiento que la industria lechera. La etiqueta “USDA Natural” no significa absolutamente nada en lo que se refiere a los métodos de producción utilizados. Los productos que parecen o suenan como productos naturales, pero que no lo son, son una manera de que la industria se beneficie económicamente del duro trabajo de divulgación que hacen los productores a pequeña escala, que realmente tienen algo diferente que ofrecer. No te dejes engañar por esos charlatanes mientras te gastas más dinero en comprar la misma basura de siempre con una etiqueta nueva.
Como consumidor comprometido, tienes que estar dispuesto a responsabilizarte por lo que comes. No delegues esa labor a la USDA o a la FDA ([Departamento de Agricultura de Estados Unidos, por sus siglas en inglés), para que aprueben a los granjeros por ti. Hazlo tú mismo. Intenta comprar el máximo de tu proteína animal y lácteos a un granjero al que visites ocasionalmente, e intenta producir muchas de las verduras y huevos que comes. Este camino puede empezar de una forma tan modesta como plantando una tomatera en un tiesto.
Si tienes un médico y un dentista de confianza, también necesitas tener un granjero como Joel Salatin en tu equipo. Esa es la verdadera revolución alimentaria local que se está extendiendo a lo largo del mundo. Súmate.
“El tipo de agricultura y ganadería promovida en este libro es tan aplicable en las zonas costeras del Mediterráneo o en el País Vasco, en América Central o en el extremo sur del continente americano. El alcance de la lengua española, legado de una cultura visionaria, llega ahora hasta mi corazón y nos conecta con la esperanza de una tierra sanada y un impulso agrario emprendedor”.
«Esto no es normal» · JOEL SALATIN (consigue el libro en papel o ebook desde este enlace)
Joel Salatin cree que la industria alimentaria podría hacer las cosas de otra manera, pero falta voluntad. Lo llaman «la conciencia de la industria alimentaria» como bien demuestra en su intervención en el documental Food Inc y, por ello, su último libro plantea interrogantes sobre la contaminante producción de carne y las alternativas viables que las grandes industrias no quieren adoptar.
El libro trata de cómo producir mucho de la forma más sostenible y sana. De la edición de Esto no es normal se ha encargado la editorial Diente de León. Así se recopila un gran compendio de ideas basadas en experiencias (nada de hipótesis teóricas) que podrá ayudarte a comenzar prácticas ganaderas y alimentarias sostenibles. El libro defiende la importancia de consumir alimentos sanos, ecológicos y estacionales, sin olvidarnos del consumo local y del respeto por el medio ambiente.
La conciencia de la industria alimentaria
Los circuitos cortos deben recuperar su capacidad de atracción para que los consumidores valoren qué aportan al producto
Comprar no se trata solo de adquirir lo necesario. Es una declaración de los consumidores sobre sus preferencias, prioridades y, cada vez más, sus políticas. Los consumidores impulsan la economía global, y las decisiones que toman los compradores pueden dar forma a las industrias, construir fortunas y frenar el cambio climático.
Los medios de comunicación han destapado las malas prácticas de la industria cárnica, pero ¿hay alternativas viables a este modelo? Las iniciativas de circuito corto reducen las distancias entre productores y consumidores. Se trata tan solo de recuperar prácticas tradiciones que eran más justas para las personas y el planeta.
Aunque parezca que el proceso fuera simplemente un sencillo retorno a los orígenes, supone el gran reto de crear una cadena de valor eficiente entre los productores y consumidores. Los circuitos cortos deben recuperar su capacidad de atracción para que los consumidores valoren qué aportan a la calidad del producto, la justicia social y el medio ambiente.
Empecemos por señalar lo bueno de nuestro contexto pese a lo desesperanzadoras que son algunas noticias: España es el primer productor en Europa y el quinto del mundo. Además, ya estamos en el ranking mundial de los 10 primeros también en consumo ecológico.
¿El punto negativo? La gran distribución aún representan el 61% de las ventas del conjunto de la alimentación (en supermercados un 43% y en tiendas de víveres un 18%) y suele ofrecer productos más «económicos».
Otro gran dato es que, según el estudio del 2015 del Ministerio de Agricultura (MAPAMA), el 15-20% vende parte de su producción en canales de circuito corto y es probable que actualmente la cifra haya aumentado.
Pagamos más al distribuidor que al productor
Los precios de los productos agrícolas pueden llegar a multiplicarse hasta por once al llegar a su punto de destino. Hay una diferencia media de 390% entre el precio en origen y el precio en destino. Y aún más desalentador: solo siete empresas controlan el 75% de la distribución de alimentos.
Optimizar la logística de la distribución
Una cadena logística poco eficaz no depende solo de si es producción de proximidad o no. Las furgonetas que no están llenas al 100% y que reparten mal o las distancias recorridas en coche por el consumidor en puntos lejanos de compra también implican un exceso de emisiones de gases. Proyectos como ¡La Colmena Que Dice Sí! ayudan a agrupar flujos de transporte diseñando un nuevo sistema de distribución y recogida dentro de circuito corto de distribución.
Abrir el diálogo directo entre consumidores y productores
Un diálogo directo que debe incluir transparencia para poder tomar consciencia del trato que reciben los animales y cómo son cultivados los alimentos. Eso lo conseguiría una propuesta de venta directa o donde el número de intermediarios fuera el menor posible.
Vale, ya lo sabemos, no es fácil, pero hay quien lo está intentando con interesantes experiencias de éxito.
Petit Paysan es el nombre de una película dramática francesa dirigida por Hubert Charuel. Esta fue presentada en el Cannes Film Festival, donde fue nominada para la Cámara de Oro. Estuvo protagonizada por Swann Arlaud, quien fue nominado en los Premios Lumières como Mejor Actor.
Se aparta de la tradicional alabanza de aldea y menosprecio de corte de cierto cine francés tendente a la idealización rural. Rodada en la granja familiar del director, la película adopta el punto de vista de su protagonista, Pierre, un joven ganadero que asume su labor diaria anteponiendo el afecto (por sus animales) a la productividad. El avance de una enfermedad, anunciado por los vídeos de YouTube que cuelga en la red un ganadero belga arruinado, dispararán la señal de alarma: Pierre sabe que una sola vaca enferma pondrá en marcha el protocolo de seguridad de las autoridades sanitarias que implicará el sacrificio de todas sus reses. Valiente y precisa en su juego de tonos, antisentimental e implacable, esta sorpresa encuentra su voz propia sin afectaciones.
Prefacio de «Esto no es normal» (Joel Salatin)
Quizá la lección más importante que he aprendido mientras impartía seminarios por todo el mundo es cuánto nos parecemos. Puede que nuestros políticos, nuestro clima y nuestras tradiciones sean diferentes, pero todos tenemos palabras para definir las mismas emociones, todos comemos y todos dependemos por completo de una tierra productiva para sobrevivir. Todos necesitamos agricultores.
Otra similitud que compartimos es la edad avanzada de los agricultores. Esta es más acusada en Japón, donde la edad media ha llegado a los setenta años, pero es similar en la mayoría de los países desarrollados. En Estados Unidos ahora mismo la media está en sesenta años, prácticamente igual que en toda Europa. Por lo tanto, a
lo largo de las próximas dos décadas, más o menos, la mitad del patrimonio agrícola (tierras, edificaciones y maquinaria) cambiará de manos.
¿A manos de quién? ¿Quién controlará este cambio? Esta transición es tan aterradora como emocionante. Significa que aquellos que saben cómo ganarse la vida trabajando la tierra tendrán una oportunidad sin precedentes. El paradigma actual altamente capitalizado y basado en monocultivos de alimentos de primera necesidad tiene poco que ofrecer a la próxima generación. De ahí la falta de sucesión.
Pero los nuevos modelos de producción diversificados, centrados en lo local y en la densidad nutricional de los alimentos, ofrecen a la siguiente generación una puerta de entrada a la más sagrada de todas las vocaciones. Si sabes cómo ganarte la vida trabajando la tierra, si puedes gestionar el paisaje para lograr belleza estética y aromática, si entiendes cómo se construye una tierra fértil, entonces te irá mejor que a cualquier otra generación agraria.
El tipo de agricultura que defiendo en este libro sustituye las grandes inversiones de capital, energía y productos farmacéuticos por grandes inversiones en personal y gestión. Es un intercambio positivo y una promesa para las sociedades con altas tasas de desempleo. Además, la agricultura ofrece una vocación noble y sagrada para los millones de personas que no quieran pasar su vida enjauladas en cubículos y sentadas delante de un ordenador. Somos muchos los que adoramos trabajar con las manos, tener callos y mantenernos vitales con un trabajo intenso. La participación visceral en la naturaleza a través del trabajo físico nos otorga sentido común y una satisfacción que reafirma el alma. Esto no es ganarse la vida, esto es vida.
El tipo de agricultura promovida en este libro es tan aplicable en las zonas costeras del Mediterráneo como lo es en el País Vasco, en América Central o en el extremo sur del continente americano. El alcance de la lengua española, legado de una cultura visionaria, llega ahora hasta mi corazón y nos conecta con la esperanza de una tierra
sanada y un impulso agrario emprendedor. Me siento agradecido y afortunado sabiendo que estas ideas encontrarán ahora un lugar en los corazones de muchas más personas.
—Gracias, muchas gracias a todos.
Joel Salatin
Polyface Farm, 2017
Recuperar la agricultura y ganadería orgánicas
Alrededor del 5 por ciento de los alimentos vendidos en los Estados Unidos en estos días son orgánicos, y ese número aumenta constantemente. No es de extrañar que los productores de alimentos convencionales estén preocupados: lo orgánico es un ataque a los alimentos tóxicos que han estado vendiendo durante décadas, un nuevo frente en la guerra por las billeteras de los estadounidenses. Pero antes de llegar a eso, echemos un vistazo más de cerca a los alimentos orgánicos. ¿Cuánto más saludable es realmente?
Bueno, un estudio de 2014 publicado en el British Journal of Nutrition encontró que, en comparación con los tomates convencionales, los tomates orgánicos contienen más vitamina C, antioxidantes y flavonoides, sustancias químicas vegetales que estimulan las enzimas de desintoxicación en el hígado. Mientras tanto, se ha demostrado que la carne y los lácteos orgánicos contienen alrededor de un 50 por ciento más de ácidos grasos omega-3 que los productos no orgánicos.
Luego hay un proyecto de investigación de 2017 financiado por el Parlamento Europeo que sugiere que los alimentos orgánicos no solo son más nutritivos, sino más seguros . ¿Porqué es eso? Bueno, los alimentos no orgánicos contienen rastros de pesticidas potencialmente tóxicos relacionados con el TDAH, un coeficiente intelectual más bajo en los niños expuestos en el útero, así como algunas formas de cáncer, diabetes tipo 2 y una serie de alergias.
Esta es la razón por la que las granjas orgánicas en los Estados Unidos solo pueden usar alrededor de 25 pesticidas, cada uno de los cuales debe ser aprobado por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos antes de que pueda ser certificado como orgánico. Las granjas no orgánicas, por el contrario, usan regularmente 900 o más pesticidas sintéticos.
Así que comprar productos orgánicos es una obviedad, ¿verdad? Claro, y es por eso que las corporaciones que dependen de la venta de pesticidas están tan interesadas en plantar semillas de duda en la mente de los consumidores.
El gigante químico Monsanto, por ejemplo, gana miles de millones de dólares vendiendo sus productos a granjas no orgánicas. Uno de sus más vendidos es un herbicida llamado Roundup, que se utiliza para cultivar cultivos básicos como el maíz y la soja. El ingrediente principal de Roundup es el glifosato, una sustancia química que se utilizó originalmente para disolver la acumulación de minerales en las tuberías; los científicos lo han relacionado con un mayor riesgo de enfermedad celíaca, síndrome del intestino irritable y cáncer.
Para evitar que este tipo de información llegue a los consumidores, las asociaciones comerciales crean grupos de fachada compuestos por agricultores, nutricionistas y científicos para emprender una campaña de propaganda contra las pruebas poco halagadoras. Estos grupos a menudo disfrutan de una gran influencia. Tome CropLife, un grupo que representa a Monsanto. ¡Logró convencer a la Agencia de Protección Ambiental de clasificar el glifosato como seguro a pesar de que la Organización Mundial de la Salud lo clasifica como un probable carcinógeno!
La sobreexplotación y el capitalismo son inseparables. De hecho, Karl Marx expone la tendencia inherente del capitalismo hacia la sobreproducción en su obra El Capital. El capitalismo no mejora la efectividad.La Crisis de sobreproducción de la década de los años veinte, el posterior crack del 1929 y la posterior Gran Depresión así como las crisis económicas y Burbujas económicas de finales del siglo XX y principios del XXI (Burbuja financiera e inmobiliaria en Japón, Crisis financiera asiática, Burbuja . com, Crisis económica de 2008) demostrarían los peligros del capitalismo y la Ley Say. Como alternativa, John Maynard Keynes formuló una teoría de la sobreproducción, lo que le llevó a proponer la intervención del gobierno para garantizar la demanda efectiva. El objetivo debe ser alcanzar la demanda efectiva, esto es, la demanda de consumo que se corresponde con el nivel de producción. Si demanda efectiva se logra, entonces no hay sobreproducción.
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