Actualizado el sábado, 13 enero, 2024
Comer y beber sin necesidad deriva en la creación de residuos y en el desperdicio de alimentos que, en realidad, son muy necesarios en otras partes del mundo. Las pautas alimenticias en todo el globo están cambiando. En parte esto es debido a las modas —cada vez se lleva más lo orgánico, lo vegano, lo natural…— pero ¿puede que nos estemos concienciando?
La Cumbre del Clima de París lanzó un mensaje muy importante a la comunidad internacional: o cambiamos nuestros hábitos o no tendremos futuro como especie. Esa recomendación imperativa hecha en Francia sobre mantener el aumento de temperatura del globo por debajo de los 2 grados será difícil de llevar a cabo si continuamos produciendo alimentos tal y como lo hemos hecho hasta ahora. El cambio climático, la supervivencia humana y cómo será nuestra alimentación en 2030 están muy relacionados con los sistemas alimenticios.
El efecto invernadero y la alimentación
Cómo y qué comemos produce un tercio de las emisiones de gases invernaderos que el ser humano emite a la atmósfera. Cultivar alimentos y piensos, procesar los productos y transportarlos, cocinar, comer y tirar los restos: todo este proceso consume, potencialmente, la cuota de carbono acordada en París. El World Economic Forum llega a una conclusión muy clara: la única manera de reducir el carbono del proceso alimenticio es reduciendo la consumición de alimentos que producen gases de efecto invernadero, entre los que destacan los productos cárnicos.
Consumo de carne mundial por habitante [Foto: ChartsBin statistics collector team 2013 vía ChartsBin.com]
Objetivo 2030: nutrición y agricultura sostenible en todo el planeta
La nutrición sostenible parece ser el futuro hacia el que nos dirigimos, muy lentamente eso sí. En algunos países ya se están buscando alternativas al desperdicio de alimentos, como supermercados sin desperdicios o aquéllos en los que se venden productos que normalmente acabarían en el cubo de basura. Además, las alternativas eco, veganas y sostenibles aumentan —al menos en Europa— como nunca antes.
No podemos olvidar que, mientras unas zonas del mundo carecen del alimento suficiente para llevar una dieta sana; otras, sin duda, consumen por encima de sus necesidades. Por ejemplo —todo relacionado con el cambio climático también—, la cantidad de carne recomendada para consumo humano sería 26 kg al año. Sin embargo, sobre todo en los países ricos, se excede considerablemente esta cantidad: en España consumimos alrededor de 97 kg por persona al año, en Estados Unidos superan los 120 kg al año y en Argentina rebasa los 98 kg; mientras que países empobrecidos como Tanzania no llegan ni a los 10 kg al año por persona. Está claro que, como dice el profesor de Política Alimenticia de la City University de Londres, Tim Lang, «los ricos necesitan comer menos para que, así, los pobres puedan comer más»; frase que puede extrapolarse a otros alimentos a parte de los cárnicos.
Comida desperdiciada [Foto: US Department of Agriculture]
Algo muy llamativo es la cantidad de desperdicios —y aquí no hablamos de basura si no de comida tirada a la basura— que producimos a nivel mundial. Si estos desperdicios de comida se uniesen y fundasen su propio país, éste sería el tercero en emisiones de gases de efecto invernadero, justo detrás de China y EEUU. Da qué pensar, ¿verdad?
La revolución verde y el futuro de nuestra alimentación
Hoy en día, teniendo en cuenta los ingresos de las personas, para muchos la comida es un producto verdaderamente barato. La agricultura de gran escala produce alimentos calóricos —es decir, energéticos— a un precio reducido. Todo gracias a las nuevas técnicas intensivas de cultivo de maíz, trigo, arroz, soja y aceite de palma.
El problema de este tipo de producción es que, a pesar de que los alimentos son baratos, el coste medioambiental es altísimo —se aniquila la biodiversidad, se ensucia el agua o se destroza la calidad de la tierra—, al igual que la cantidad de desperdicios que se producen. Además, este tipo de cultivo prescinde del ser humano por lo que se destruyen puestos de trabajo y se empeoran las condiciones laborales, pero requiere una inversión de capital cada vez mayor.
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