
Los medios de comunicación no dejan de repetirnos a diario que cada uno de nosotros somos únicos, que somos especiales y que cada decisión que tomemos en nuestra vida va a determinar lo que somos. Esta forma de entender la vida nos lleva a que la queramos aprovechar al máximo y, sobre todo, a que hagamos solo y exclusivamente aquello que nos hace felices (o que nos acerca a la felicidad).

__ ¿Qué descubrirás en este post? __
Mentiras de la felicidad
Pero, ¿qué pasa si no lo conseguimos?
¿Qué sucede si la vida no es como nos la habían pintado? Vivimos con la presión de solo aceptar aquello que nos hace felices y no estamos preparados para el fracaso. Estas situaciones nos llevan a estados de ansiedad e, incluso, a la depresión por pensar que jamás podremos alcanzar esa felicidad total.
Con esta forma de entender la vida se ha creado una generación narcisista que carece de autocrítica en la que no hay cabida para la imperfección. Para soportarlo solemos mentirnos. Mentimos sobre lo que somos, sobre lo que tenemos e incluso sobre aquello que jamás haremos. Se nos ha olvidado que la vida no es un camino en línea recta, sino que hay montañas que escalar, curvas que sortear y no atajos para llegar al punto final.
Abre los ojos: no somos perfectos y probablemente nunca lo seremos. Lo más importante es que no nos pasemos la vida intentando serlo.
Estas son las 4 mentiras que nos acompañarán toda la vida y no nos permiten ser felices

Nada, ni nadie, es perfecto. La felicidad no consigue en lograr la perfección
1. “Si tuviera más tiempo para hacer lo que quiero…”
Si quieres hacer algo, hazlo ya. No dejes que tus expectativas te cieguen y haz lo que amas. Debes eliminar de tu cabeza la expresión “el tiempo es dinero”. Quizás cuando eras adolescente perdiste mucho tiempo dejando de lado grandes oportunidades, pero que tus decisiones pasadas no te impidan ser feliz en el presente. Si tienes algo de tiempo libre inviertelo en aquello que ames y no en intentar ganar más dinero. Busca tu inspiración, como hizo Iñigo Sáenz.
2. “Tengo miedo a lo que los demás piensen de mis decisiones”
Nos fijamos demasiado en las apariencias, pero ¿por qué nos importa tanto la opinión que los demás tienen de nosotros? Sin darnos cuenta somos esclavos de las expectativas que los demás ponen en nosotros. Aunque creas que eres fuerte y que no te influyen, a veces hasta tu propia familia toma decisiones por ti.
¿Cuántos amigos conoces que han estudiado una carrera por la presión de sus padres? ¿Cuántos siguen con su pareja porque es lo que los demás esperan? Sé fiel a ti mismo, a tus convicciones y a tu intuición. Pierde el miedo al fracaso y recuerda que, a veces, las cosas más simples son las piedras que no nos dejan caminar hacia delante.

3. Si tuviera más … sí que sería feliz
Supera el miedo al fracaso y deja de darle tanta relevancia a lo que los demás piensen de ti
Nos pasamos la vida programando el siguiente paso, lo que vamos a hacer después. Acabar la primaria; después, ir al instituto; luego, sacarte una carrera e independizarte. Después, encontrar el trabajo que queremos, viajar tanto como soñamos, casarnos o tener hijos… Pero, ¿cuándo llegaremos a nuestro punto máximo de felicidad? El problema radica en que ese punto no existe. Por ello, debemos eliminar esta posibilidad de nuestra cabeza y empezar a ver la felicidad en el camino, no en las metas.
4. “Cuando encuentre a ‘esa persona’ seré feliz”
Desde que somos pequeños iniciamos la búsqueda del amor perfecto y, aunque muchos crean que es producto de la educación y la televisión, se trata de algo mucho más complejo. Está claro que el amor te puede hacer feliz, pero no es la clave de la felicidad (ni mucho menos). La felicidad debe de surgir de uno mismo y no del estado que sentimos cuando estamos con alguien.
Afronta estas mentiras y busca la felicidad en las pequeñas cosas de la vida, en tu día a día.
El dinero puede comprar la felicidad, pero solo hasta cierto punto
¿Recuerda ese viejo dicho, el dinero no puede comprar la felicidad? Bueno, estudio psicológico tras estudio psicológico ha demostrado que es falso. Después de todo, el dinero puede comprar comodidad y seguridad, cubrir las necesidades fundamentales y proporcionar placeres y lujos. En términos generales, cuanto más riqueza tiene una persona, más altos niveles de felicidad es probable que informe.
Pero también puede haber una pizca de verdad en el viejo dicho.
Las personas que no tienen mucho dinero experimentan un marcado aumento de la felicidad cuando adquieren más. Pero esta felicidad tiene rendimientos decrecientes. Cuando alguien tiene mucho dinero, adquirir aún más lo hará feliz, pero no por mucho y no por mucho tiempo. Cuanto más rico es alguien, más rápidamente se adapta a tener más dinero.
Entonces, cuando se trata de felicidad, la comodidad material sí juega un papel. Pero no es todo lo que a veces pensamos que es. Y ser ahorrativo podría ser bueno para tu felicidad.
Usemos el ejemplo de comprar una casa. Puede obtener muchas emociones positivas al realizar una compra. Y las compras no son más grandes que una casa lujosa con un jardín extenso. Pero la mente supera rápidamente el placer de la compra. Pronto, incluso estará acostumbrado a la experiencia positiva de vivir en una casa lujosa.
Si bien nos adaptamos a las experiencias positivas rápidamente, las experiencias negativas pueden tardar más en recuperarse. Y pagar la alta hipoteca adjunta a esa casa de lujo es una experiencia negativa que probablemente causará estrés y tensión a intervalos mensuales, años después de que el placer de la casa en sí haya disminuido.
Pero hay una salida. Digamos que vende su casa grande y compra una casa más modesta. Te enfrentarás a menos infelicidad y estrés día a día, incluso si no tienes la prisa a corto plazo de hacer una compra extravagante. Además, ha reducido su experiencia negativa en general. Un estudio de 1997 muestra que disminuir una experiencia negativa puede generar de tres a cinco veces más felicidad que simplemente crear una experiencia positiva. Pagar su tarjeta de crédito, por ejemplo, lo hará al menos tres veces más feliz que cargarle un televisor nuevo.
Entonces sí, el dinero es un componente importante de la felicidad. Pero tampoco puedes comprar completamente tu camino hacia la felicidad.

Las matemáticas detrás de los ratios positivos estaban equivocadas. Pero no menos equivocada es la distinción teórica y funcional que los psicólogos positivos establecen entre emociones positivas y negativas. Lejos de ser válida y firme, como afirma Fredrickson, tal distinción adolece de multitud de problemas que bien vale la pena señalar. Por un lado, el marco general de las emociones defendido por los psicólogos positivos es muy reduccionista. Las emociones son más bien experiencias complejas que engloban fenómenos numerosos y muy diversos, y cuyas relaciones entre estos fenómenos son imperfectas y difíciles de limitar. Esto incluye desde las sensaciones (percepciones corporales y sensoriales, por definición muy variables), las apreciaciones subjetivas (conciencia y evaluación del individuo) y los comportamientos interpersonales (que incluyen patrones de comunicación y de expresión de las emociones) hasta los significados históricos y culturales (connotaciones, valores y relatos compartidos) y las estructuras sociales (normas, guiones y modelos sociales de comportamiento).
[*] Extracto de “Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas.” Edgar Cabanas y Eva Illouz, 2019.
La psicología positiva, en cambio, se adhiere a una aproximación que entiende las emociones como inherentes, es decir, como un conjunto de estados psicológicos fijos, naturales y perfectamente delimitables. Esta aproximación, al tiempo asocial y ahistórica, pasa por alto la verdadera densidad y complejidad de las emociones, tal y como otras aproximaciones de corte histórico, psicológico o social han defendido.
En relación con esto, la psicología positiva se niega a comprender que las emociones son propiedades de los grupos, de las comunidades y de las sociedades tanto o más que de los individuos. Esto es así porque las emociones no solo se gestan y cumplen un papel fundamental e interpersonal en la comunicación, la identificación o el apego, sino porque las emociones están saturadas de significados culturales y sociales38 (incluidas cuestiones raciales, de género y de clase). También se niega a comprender el modo en que la vida emocional de los individuos está estrechamente vinculada a relaciones de poder, patrones de consumo y valores morales.
Así, a pesar de numerosos estudios que enfatizan la dimensión moral, coercitiva e ideológica de la felicidad (este libro, entre ellos), la psicología positiva opta por aproximaciones reduccionistas que niegan o minimizan todas estas dimensiones.Por otro lado, la taxativa división que establecen estos psicólogos entre emociones positivas y negativas yerra en reconocer que no hay, de hecho, forma alguna de separar entre positivo y negativo cuando hablamos de emociones, ni desde el punto de vista psicológico, ni social, ni de ningún otro.
La ambivalencia es el color de cualquier experiencia emocional en la vida. Se puede sentir tristeza y al mismo tiempo alivio por la muerte de un familiar afectado de una enfermedad larga y dolorosa; un ladrón que roba en una tienda puede sentir a la vez excitación y culpabilidad; ver una película de terror causará miedo y al mismo tiempo placer, etc. Es erróneo concebir las emociones como entidades separadas dotadas de valencias y de contornos precisos, así como pensar que existen emociones simples e irreductibles que estarían en la base de experiencias emocionales más complejas.
A este respecto, Jerome Kagan señala que toda experiencia emocional es siempre compleja e irreductible a un solo término (asustado, triste, feliz, culpable, sorprendido, enfadado), ninguno de los cuales agota la experiencia emocional, ni por sí solos, ni por adición de varios de ellos, y mucho menos en términos de positivo o negativo. Por extensión, deberíamos dudar de que haya un estado emocional específico, mucho menos universal, al que pudiéramos inequívocamente llamar «felicidad», así como de que haya estado emocional alguno que no sea al mismo tiempo bueno y malo, positivo y negativo, placentero y desagradable, funcional y disfuncional.Más allá de eso, el afirmar que las emociones positivas producen resultados positivos y que las negativas producen resultados negativos es simplificar demasiado. Las denominadas emociones positivas se relacionan con efectos indeseables tanto como las negativas con lo contrario.
Por ejemplo, emociones como la esperanza combinan siempre un deseo enérgico de que algo bueno ocurra con el miedo o la ansiedad de que finalmente no llegue a suceder; la alegría puede impulsar a las personas a emprender tareas difíciles, pero a veces hace que las personas desistan antes frente a retos complicados, que tomen elecciones menos meditadas, o que sean más conformistas y aquiescentes; el perdón puede ser beneficioso entre personas que discuten poco, pero no en el caso contrario; el enfado puede llevar a adoptar un comportamiento destructivo y a humillar a otros, pero también a desafiar a la autoridad y estrechar lazos interpersonales y comunitarios ante determinadas injusticias o amenazas; la nostalgia puede sumir a la persona en un estado de abatimiento y de refugio en el pasado, pero también fortalecer el sentido de identidad y pertenencia, o favorecer el análisis crítico; y la envidia puede desembocar en resentimiento y hostilidad, pero también en admiración y en mayores esfuerzos por mejorar.
En cuanto a la positividad, esta no siempre es deseable, tampoco. El optimismo, por ejemplo, puede aumentar el riesgo de depresión ante decepciones graves; las personas con estados de ánimo alegres a menudo presentan una mayor tendencia al egoísmo (por ejemplo, Tan y Forgas muestran que «en el juego del dictador, los individuos más alegres se mostraban mucho más egoístas que otros individuos de humor más melancólico, tanto en experimentos de laboratorio como fuera de ellos»), un buen estado de ánimo puede reducir el comportamiento empático, favorecer conductas estereotipadas, o aumentar errores de juicio cuando se trata de evaluar el propio comportamiento y el de los demás, favoreciendo así la tendencia a ignorar factores circunstanciales y a dejarse llevar por los prejuicios.Por último, la arraigada asunción entre los psicólogos positivos de que son las emociones positivas las que mejor forjan la personalidad y construyen la cohesión social choca frontalmente con análisis históricos y sociológicos al respecto, incluidos los estudios de Smail sobre el odio y el virtuosismo en la sociedad de la Baja Edad Media, los estudios de Barbalet sobre la vergüenza en la Inglaterra previctoriana o los trabajos de Cahill sobre la relación entre vergüenza y confianza.
Emociones como la envidia, la humillación, el miedo o la cólera son tan favorables o desfavorables como el amor o la compasión para la formación de la personalidad y la cohesión social. Mientras que los psicólogos positivos insisten en que la frustración, la tristeza o el odio son síntomas de una formación defectuosa de la psique y perjudiciales para las relaciones sociales, muchas de estas emociones catalizan dinámicas sociales cruciales de cohesión grupal y de movilización colectiva: Arlie Hochschild, por ejemplo, ha estudiado el resentimiento como uno de los motores principales del movimiento feminista de finales de la década de 1960. Igualmente, la ira empuja a individuos y colectivos a oponerse a la opresión, a la injusticia y a la falta de reconocimiento. Así pues, algunas de las denominadas emociones negativas, como por ejemplo el odio, están intrínsecamente ligadas a todas las lógicas de acción y reacción política, y contribuyen a conformar el sentimiento que uno tiene de su propio valor, esto es, la identidad personal. Lo que la psicología positiva llama emociones negativas son, en realidad, complejos emocionales cargados de un fuerte componente de reacción y cambio político. Instigando a eliminarlas o a convertirlas en emociones más positivas en aras del crecimiento personal, los psicólogos positivos no solo vacían estas llamadas emociones negativas de su utilidad y valor social y personal, sino que también neutralizan su naturaleza política.Los psicólogos positivos deberían pues reconocer que cuando hablamos de emociones no caben juicios a priori sobre su funcionalidad o disfuncionalidad.
Cualquier emoción proporciona una valiosa información sobre la manera en que las personas construyen los relatos sobre sí mismos, las formas en que entablan relaciones, se mueven en su entorno social, lidian con las decepciones, las presiones, los infortunios o las oportunidades. Toda emoción proporciona también información sobre qué lleva a los grupos a actuar, a cambiar, a expandirse, a disolverse y a movilizarse. El principal desafío, por lo tanto, es comprender la funcionalidad de cada emoción y el papel que desempeña cada complejo emocional en la configuración, el mantenimiento o la oposición de particulares dinámicas individuales, sociales y culturales en contextos también particulares (las identidades personales y sociales, las acciones colectivas, el humor, la libertad de expresión, la resistencia política, el consumo) y no descartar ninguna alegando que son inherentemente negativas e indeseables para cualquier cosa que uno se proponga en la vida.Recientemente, algunos psicólogos positivos sensibles a estas y otras críticas han impulsado la denominada «segunda ola de la psicología positiva», la cual pretende adoptar un enfoque más dialéctico y menos taxativo en su aproximación a las emociones.
Sin embargo, si esta reforma cuaja o no y ayuda a mover el campo hacia posicionamientos más integrales y autocríticos, y el hecho de que esta iniciativa haya surgido desde las propias filas de la psicología positiva, evidencia aún más lo fuertemente establecida que está la división positivo-negativo en la disciplina —así como en todas aquellas corrientes populares y profesionales que beben de ella.No obstante, y a pesar de las críticas tanto externas como internas, la psicología positiva se adhiere a un discurso emocional que fetichiza la felicidad, que reduce la noción de funcionalidad al ámbito de lo psicológico y que identifica la salud, el éxito y la superación personal con la positividad.
Paradójicamente, lejos de superar el supuesto sesgo negativo de la psicoterapia tradicional, la taxativa división entre emociones positivas y negativas trae consigo nuevas formas de patologización, es decir, una nueva jerarquía emocional de acuerdo con la cual las personas sanas pero negativas no se consideran lo suficientemente sanas o funcionales. Adoptar una visión optimista hacia el mundo y hacia la propia vida se impone como requisito emocional para preservar una imagen de salud, adaptación y normalidad: si uno no es positivo es que algo (malo) le ocurre.
