España, primeros años del siglo XX, Aurora Rodríguez Carballeira tiene una ambiciosa idea: traer al mundo un ser humano capaz de cambiar los cimientos de la sociedad. Planeó su sueño como un proyecto científico. Concebiría, sin amor y sin deseo, a una niña que sería educada fuera de los cánones de la sociedad, creando así un ser superior intelectualmente.
La propia historia de Aurora ya está de por sí rodeada de misterio. De niña, no asistió al colegio. Eso sería algo que le estaría atormentando toda la vida. Pero, aún así, la chica no era torpe, sino al revés. Se educó leyendo la biblioteca de sus padres y, desde muy temprana edad, empezó a aprender sobre filosofía. Se nutrió sobre todo de los socialistas utópicos, que marcaron sus ideales críticos y de cambio social.
Pero su revelación llegó cuando tenía 16 años y se quedó a cargo del hijo de su hermana. Los años que se hizo cargo de su sobrino fueron un éxito. Este se convirtió en un niño prodigio y, cuando su auténtica madre lo reclamó, tuvo una prometedora vida como músico. Aurora entonces lo supo: primero, que se le daba bien educar; y, segundo, que con una buena educación desde niño, cualquier persona puede convertirse en un genio en cualquier área.
Introvertida, metódica y reflexiva, Aurora criticaba duramente la sociedad en la que vivía. Y, sobre todo, despreciaba a las mujeres, pues, según ella, solo discurrían por el sexo en vez de por sus habilidades intelectuales. Por eso, se comprometió a crear la criatura perfecta: una mujer que representara esos valores de libertad y sabiduría, y que se convirtiese en el referente de las mujeres del futuro.
Para su concepción escogió a un sacerdote con el que tuvo 3 encuentros carnales antes de quedar embarazada. Un hombre fuerte, sano, que no reclamase a la niña en el futuro. Después, se instaló en Madrid, donde dio a luz y comenzó a criar a su proyecto de vida. Como esperaba, fue niña y la llamó Hidelgart, que en alemán significaba jardín de sabiduría.
Esta niña, a pesar de ser un proyecto científico, fue un éxito en sus comienzos. A los 3 años ya sabía leer y escribir. Con 6, hablaba varios idiomas y desde muy temprana edad empezó a estudiar filosofía racionalista y social, así como todo lo relacionado con el sexo, para que la niña no se desviase nunca del camino marcado por su madre.
La chica empezó a ser reconocida desde su adolescencia. Destacó dentro del ámbito político y su nombre se hizo famoso tanto en España como en el resto de Europa. Fue aquí cuando empezaron las primeras confrontaciones con Aurora.
Sin embargo, Hildegart cometió un error fatal que sería la gota que colmase el vaso de la relación madre-hija: su condición humana de tener sentimientos. A sus 18 años, la joven se enamoró de un joven llamado Abel Vilella. Eso fue demasiado para su madre.
Con los éxitos políticos de Hildegart se estaba deteriorando esa relación ideal entre madre e hija. Aurora había concebido a Hildegart para que se convirtiera en el faro de las mujeres, no para que tomase cada vez más peso en la política como lo estaba haciendo.
Aurora se volvía cada vez más paranoica. Temía perder el control de su experimento y que el trabajo de su vida se convirtiese en un fracaso. No podía permitirlo. Durante la noche, mientras su jardín de sabiduría dormía, se acercó en silencio a su cama y con un revólver en mano. Le disparó 4 veces.
Aurora se entregó a la policía. La gente pensaba que se había vuelto loca, pero no era así. Ella era plenamente consciente de todo lo que había hecho. Incluso aseguró en el tribunal que volvería hacerlo si fuese necesario. Como último alegato, dijo:
“Si un arquitecto ve peligrar su obra, la destruye antes de que se derrumbe”.
La historia de Aurora y de su hija Hidegart es asombrosa, pero muy triste. Demostró finalmente que con una buena educación, basada en el conocimiento y la disciplina, cualquier niño se podría convertir en un genio. Pero la joven no era otra cosa que un objeto en manos de su madre.
Aurora vivió toda su vida a través de los ojos de su jardín de sabiduría. Era ella a través de su hija. Su “experimento” iba a ser el principio de una nueva generación para una mujer más libre, más autónoma, que demostrara su posición social por sus habilidades físicas e intelectuales. Quería ser pionera en los movimientos feministas de la época. Y casi lo consigue, pero no quiso aceptar a su hija como un ser libre. Solo eso, y el proyecto Hildegart, a ojos de su madre, hubiese sido un éxito educativo y social. Y hubiese dado tiempo a que ese jardín de sabiduría hubiera seguido dando frutos.
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