Actualizado el miércoles, 20 noviembre, 2024
Antes de que en 1877 el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen pusiera nombre a las rutas y caminos que unían las ciudades chinas con los mercados occidentales, nadie había pensado que el trayecto que llevaba desde Xi’an hasta Ámsterdam pudiera etiquetarse de alguna manera. Desde el S. I a. C. los comerciantes habían intercambiado productos y saberes en esta vasta extensión de territorio a lo largo de Eurasia y nunca se habló de esos infinitos senderos bajo un nombre concreto. Fue en el S. XIX cuando, por primera vez, se escuchó la denominación Ruta de la Seda.
La Ruta de la Seda es el nombre que se le da a todas esas rutas comerciales que unen distintos puntos de Oriente con ciudades de Occidente. Los historiadores han identificado varios puntos de salida y, aunque normalmente se cita la ciudad imperial de Xi’an, también hubo importantes rutas desde otras ciudades como Samarkanda, en Uzbekistán; Susa, en la antigua Persia; o incluso Alejandría, en Egipto. En cuanto al final de la ruta, se suele situar en Estambul, puerta de entrada al viejo continente, pero lo cierto es que los carros llegaban hasta los mercadillos de Viena, Praga, Venecia o París.
El mapa anterior intenta reflejar lo complicado que es delimitar la Ruta de la Seda, ya que tendríamos que hablar de rutas para entender lo que significó este corredor que unió el Lejano Oriente con Europa. A través de senderos por las montañas, travesías por desiertos y mil aventuras, las caravanas de camellos portaban piedras preciosas, pergaminos, alfombras, porcelana, especias y perlas hasta las ciudades medievales europeas. Los caminos se bifurcaban constantemente para que los mercaderes visitaran más lugares, y los que recorrían la tradicional Ruta de la Seda se desviaban llegando hasta Sri Lanka, Moscú o Libia.
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Siglos después, la Ruta de la Seda vuelve a estar de moda. Ahora, las distancias se acortan con aviones, ferrocarriles y rutas marítimas que recorren los buques portacontenedores, pero el espacio recorrido es el mismo. La geografía no ha cambiado, y la importancia estratégica de Asia Central sigue siendo clave en las relaciones económicas internacionales. La Ruta de la Seda es un espacio que, de ser impulsado de nuevo, beneficiaría a muchos países. Hay que recordar que son más de 60 las naciones que se ven integradas en esta red de rutas.
Es una de ellas, sin embargo, la que más esfuerzos está haciendo para dar un empujón a la tradición comercial de la Ruta de la Seda: China. Desde que el nuevo presidente Xi Jinping llegó al poder, ha tenido una idea en la cabeza en relación a este corredor comercial histórico. En 2013 se mencionó por primera vez el concepto nueva Ruta de la Seda. El plan era sencillo: potenciar el intercambio de mercancías entre varios países. Materializarlo requeriría de más de una década.
«Dejad que China duerma tranquila —dijo una vez Napoléon—, porque cuando despierte, dominará el mundo».
Casi siempre que pone un proyecto en marcha, China lo hace a lo grande. Macroinfraestructuras, megarascacielos, súperconstrucciones… en el caso de la nueva Ruta de la Seda, el gigante asiático no sólo se ha propuesto recuperar el trazado histórico por tierra, sino que quiere abrir una vía marítima atravesando el Índico y el Mediterráneo.
Este nuevo y complejo trazado involucra al 70% de la población mundial, recorre un espacio en el que se genera el 55% del PIB global y abarca una zona en la que descansan el 75% de las reservas de energía conocidas. Un suculento pastel que China quiere comenzar a saborear.
Nunca antes un país se había propuesto algo semejante.
La nueva Ruta de la Seda no se desarrollará por caminos de tierra ni en caravanas tiradas por bueyes; no transportará cofres con joyas ni rebaños de cabras. China ya se ha puesto manos a la obra y está construyendo puertos, vías de ferrocarril y carreteras para hacer realidad su sueño y convertirse en el centro económico, financiero y comercial del mundo. Ya ha conseguido llevar un tren desde su costa este hasta España, convirtiendo esta ruta en la línea ferroviaria más larga del mundo. Además, ha completado la construcción de puertos en la costa del Mar Rojo.
Esta reencarnación de la Ruta de la Seda sirve para llevar productos manufacturados desde las ciudades costeras chinas (la llamada fábrica del mundo) hasta los mercados occidentales y para transportar materias primas y recursos energéticos desde distintos puntos del planeta hasta China. Es un intercambio que favorece a ambas partes, lo que supone la clave del éxito de cualquier relación comercial.
Según los últimos planes del Gobierno chino, la nueva Ruta de la Seda llegará incluso a América, creando un tercer brazo transoceánico que alcance la costa de Perú y que atraviese Sudamérica por vía férrea hasta el Atlántico.
El ejemplo de la nueva Ruta de la Seda sirve para demostrar que el espíritu de los antiguos comerciantes que viajaban sobre camellos sigue vivo en el S. XXI. En cierta manera, el mundo no ha cambiado tanto: el motor que nos mueve sigue siendo la búsqueda continua de la riqueza material y, cuando la ganancia es compartida, no hay obstáculo para el progreso.
La pregunta que debemos hacernos siempre es: ¿quién gana?
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