Actualizado el sábado, 19 diciembre, 2020
En el año 1895, moría en Londres el filósofo alemán, revolucionario, liberal y anticristiano, Friedrich Engels quien, junto con Karl Marx, puso las bases del socialismo con su obra utópica de referencia Manifiesto comunista.
Este escrito es la base fundamental teórica de las reivindicaciones del proletariado internacional desde entonces hasta nuestros días y ha impregnado a todas las personas socialistas ya que constituye el fondo común de todos los programas socialistas allí donde la clase obrera trabaja por su emancipación.
Engels se dedicó al mercantilismo textil en su juventud, lo que le sirvió como aprendizaje técnico para el desarrollo de sus ideas sobre el capitalismo.
Defendía, por encima de todo, la artesanía y el oficio de los obreros y, por ello, quiso formar unas bases de reivindicación de los derechos de los obreros para su bienestar y su derecho a trabajar decentemente.
En el siglo XIX, cuando se formó este movimiento radical, existía una gran lucha de clases, puesto que la burguesía y la aristocracia se llevaba todos los derechos del bienestar, mientras que la clase obrera malvivía y a duras penas tiraba adelante.
Engels quiso cambiar la historia y reivindicó algo imprescindible para cualquier sociedad: el bienestar común.
«Cuando sea posible hablar de libertad, el estado como tal dejará de existir». Esta frase de Engels nos muestra su gran devoción por (y para) el pueblo, para conseguir la igualdad social, la paridad de los derechos en una sociedad para todos, para todos aquellos que trabajan y se merecen vivir en una sociedad común. Para tal cosa en aquellos años oscuros era menester cambiar el mundo y el estado político, y así lo consiguió Engels. Gracias a él y a otros que le han seguido y apoyado, hoy en día tenemos un bienestar común, que si no pleno, al menos mejor que el del siglo XX. Sin embargo, aún faltan camino por recorrer, aunque ya está empezado.
«Cuando sea posible hablar de libertad, el estado como tal dejará de existir».
«Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar».
«El cristianismo, especialmente el protestantismo, es la religión adecuada a una sociedad en la que predomina la producción de mercancías».
«El estado moderno no es sino un comité que administra los problemas comunes de la clase burguesa».
«El infinito matemático se da en la realidad… Tenemos, pues, un infinito no solo de primero sino además de segundo grado y podemos dejar a cargo de la imaginación de los lectores la construcción de nuevos infinitos de un grado más elevado en el espacio infinito, si tienen deseos de hacerlo».
«La religión no es más que un reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana. Un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas».
«Lo que no se sabe expresar es que no se sabe».
«Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de clases».
«Un pueblo que reprime a otro no puede ser libre. El poder que necesita para reprimir a los otros finalmente se gira siempre hacia sí mismo»
Reflexiones sobre Engels
.Primero quisiera recordarla porque en pocas palabras se explica cómo la represión puede propagarse o afianzarse por muchos caminos que al principio no somos capaces de ver; cómo muchos de los conflictos son protagonizados por personas de dos bandos que se sienten movilizados por una causa que en verdad, directa o indirectamente, lo es de su sometimiento. El pueblo, entonces, no aparece sino como el instrumento de otros intereses. La pregunta es: ¿cuántas veces luchamos por causas que en realidad, al menos indirectamente, nos perjudican y afianzan la desigualdad a la que en teoría nos oponemos? Segundo, quisiera recordarlo porque en verdad solo la segunda parte es propiamente de Engels. La primera, que también fue utilizada por otros como el mismo Marx para la Primera Internacional e incluso por Lenin, es de alguien mucho menos conocido: Dionisio Inca Yupanqui, un diputado peruano que hace dos siglos participó en las Cortes de Cadiz (donde se presentó como «inca, indio y americano») y donde reivindicó la igualdad para los súbditos de su continente y luchó para abolir la mita (lo que se consiguió).
Es decir, este pasaje atestigua cómo los pensamientos revolucionarios se pueden construir y renovar desde numerosos lados, incluso desde tradiciones, muchas veces soterradas, que en este caso ni siquiera provenían del continente europeo (y que pueden ayudarnos a replantear y reconocer el rol histórico que pudieron tener ciertos discursos y luchas anticolonialistas, en este caso poco después de la revolución haitiana).
«La mayor parte de sus diputados y de la Nación apenas tienen noticia de ese dilatado continente. Los gobiernos anteriores le han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos e inmorales; y la indiferencia absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con este país de delicias, ha llenado la medida de la paciencia del Padre de las misericordias, y forzándole a que derrame parte de la amargura con que se alimentan aquellos naturales sobres nuestras provincias europeas. Apenas queda tiempo ya para despertar del letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de nuestras presentes calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su seno la antorcha luminosa de la sabiduría, ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre».
Dionisio Inca Yupanqui, Cádiz (1810).
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