¿Cómo sabes cómo estará el tiempo mañana? ¿Cómo sabes cuántos años tiene el Universo? ¿Cómo sabes si estás pensando racionalmente?
Estas preguntas y otras del tipo «¿cómo lo sabes?» son el ámbito de la epistemología, el área de la filosofía que se dedica a comprender la naturaleza del conocimiento y las creencias.
La epistemología trata de entender cómo llegamos a saber que algo es cierto, ya sea una cuestión de hecho, como «la Tierra se está calentando», o una cuestión de valor, como «las personas no deben ser tratadas simplemente como medios para fines particulares». Incluso se ocupa de interrogar algún tuit presidencial para determinar su credibilidad.
La epistemología no solo plantea preguntas sobre lo que deberíamos hacer para descubrir cosas; esa es la tarea de todas las disciplinas hasta cierto punto. Por ejemplo, la ciencia, la historia y la antropología tienen sus propios métodos para investigar y descubrir hechos.
La epistemología convierte esos métodos en objeto de estudio. Su objetivo es comprender cómo los métodos de investigación pueden considerarse esfuerzos racionales. Esto incluye examinar falacias argumentativas y sesgos cognitivos, como el sesgo de confirmación, que nos lleva a buscar solo la información que confirma nuestras creencias, o la falacia del argumento ad populum, que nos hace pensar que algo es cierto simplemente porque muchas personas lo creen.
En esencia, la epistemología se ocupa de la justificación de las afirmaciones de conocimiento, investigando qué hace que una creencia sea justificada o racional, y cómo podemos diferenciar entre conocimiento válido y meras opiniones infundadas.
La necesidad de la epistemología
Independientemente del área en la que trabajemos, algunas personas imaginan que las creencias sobre el mundo se forman mecánicamente a partir de un razonamiento sencillo o que surgen completamente formadas como resultado de percepciones claras y distintas del mundo.
Pero si conocer las cosas fuera tan simple, todos estaríamos de acuerdo en muchos temas sobre los que actualmente discrepamos, como cómo tratarnos unos a otros, qué valor otorgar al medio ambiente y el papel óptimo del gobierno en una sociedad. Que no lleguemos a tal acuerdo sugiere que algo anda mal con ese modelo de formación de creencias.
Es curioso que, individualmente, tendemos a considerarnos pensadores claros y vemos a quienes no están de acuerdo con nosotros como equivocados. Imaginamos que nuestras impresiones del mundo nos llegan inmaculadas y sin filtrar. Creemos que vemos las cosas tal como son y que son otros los que tienen percepciones confusas.
Como resultado, podríamos pensar que nuestro trabajo es simplemente señalar dónde otras personas se han equivocado en su pensamiento, en lugar de entablar un diálogo racional que permita la posibilidad de que nosotros mismos estemos equivocados.
Sin embargo, la filosofía, la psicología y la ciencia cognitiva nos enseñan lo contrario. Los complejos procesos orgánicos que modelan y guían nuestro razonamiento no son tan clínicamente puros. Estamos atrapados en una serie asombrosamente compleja de sesgos y disposiciones cognitivas, y generalmente ignoramos su papel en nuestro pensamiento y toma de decisiones.
Un ejemplo de esto es el sesgo de confirmación, donde buscamos y valoramos la información que confirma nuestras creencias preexistentes, ignorando o rechazando la que las contradice. Otro es el efecto Dunning-Kruger, donde las personas con bajos niveles de habilidad tienden a sobreestimar su competencia, mientras que los expertos subestiman la suya. Estos sesgos afectan profundamente nuestra capacidad para evaluar de manera objetiva la información y las opiniones de los demás.
Combine esta ignorancia con la convicción de nuestra propia superioridad epistémica, y podrá ver la magnitud del problema. Apelar al «sentido común» para superar la fricción de puntos de vista alternativos simplemente no será suficiente.
Por lo tanto, necesitamos una forma sistemática de cuestionar nuestro propio pensamiento, nuestros modelos de racionalidad y nuestro propio sentido de lo que constituye una buena razón. Esto puede utilizarse como un estándar más objetivo para evaluar el mérito de las afirmaciones realizadas en el ámbito público.
Este es precisamente el trabajo de la epistemología: ayudarnos a comprender y justificar nuestras creencias y conocimientos de manera más rigurosa y objetiva.
Epistemología y pensamiento crítico
Una de las formas más claras de entender el pensamiento crítico es a través de la epistemología aplicada. Cuestiones como la naturaleza de la inferencia lógica, por qué deberíamos aceptar una línea de razonamiento sobre otra y cómo entendemos la naturaleza de la evidencia y su contribución a la toma de decisiones, son todas preocupaciones decisivamente epistémicas.
El hecho de que la gente use la lógica no significa que la esté usando bien. Aquí es donde entra en juego el sesgo de confirmación, que nos lleva a interpretar la información de manera que confirme nuestras creencias preexistentes, y la falacia del hombre de paja, donde se distorsiona el argumento de un oponente para hacerlo más fácil de refutar.
El filósofo estadounidense Harvey Siegel señala que estas y otras preguntas son esenciales en una educación para pensar críticamente. Nos plantea interrogantes como: ¿Con qué criterios evaluamos las razones? ¿Cómo se evalúan esos criterios en sí mismos? ¿Qué significa justificar una creencia o una acción? ¿Cuál es la relación entre la justificación y la verdad? Estas consideraciones epistemológicas son fundamentales para una adecuada comprensión del pensamiento crítico y deben tratarse explícitamente en los cursos básicos de pensamiento crítico.
En la medida en que el pensamiento crítico se trata de analizar y evaluar métodos de investigación y la credibilidad de las afirmaciones resultantes, es un esfuerzo epistémico. Aquí es útil entender conceptos como el efecto Dunning-Kruger, que describe cómo las personas con menor habilidad en una tarea tienden a sobrestimar su capacidad, afectando su juicio crítico.
Comprometerse con cuestiones más profundas sobre la naturaleza de la persuasión racional también puede ayudarnos a emitir juicios sobre afirmaciones incluso sin conocimientos especializados. Por ejemplo, la epistemología puede ayudar a aclarar conceptos como “prueba”, “teoría”, “ley” e “hipótesis”, que a menudo son mal entendidos por el público en general y, a veces, incluso por algunos científicos.
De esta manera, la epistemología no solo sirve para juzgar la credibilidad de la ciencia, sino para comprender mejor sus fortalezas y limitaciones. Al hacerlo, hace más accesible el conocimiento científico, permitiéndonos evaluar críticamente la información y tomar decisiones más informadas.
Epistemología y el bién común
Uno de los legados más entretenidos de la Ilustración, ese movimiento intelectual que empezó a agitar Europa en el siglo XVII, es el compromiso con la razón pública. La idea aquí es que no basta con soltar tu opinión como si fueras el oráculo de Delfos; también debes argumentar racionalmente por qué otros deberían subirse a tu carro. En otras palabras, hay que producir y procesar argumentos, ¡nada de improvisar!
Este compromiso con la razón proporciona un método objetivo para evaluar afirmaciones usando criterios epistemológicos que todos podemos debatir y poner a prueba. Aquí es donde empiezan a bailar nuestras amigas las falacias y los sesgos. Por ejemplo, la falacia ad hominem es como una bola curva en el béisbol: en lugar de golpear la idea, atacas a la persona. Luego tenemos el sesgo de confirmación, ese primo molesto que solo busca información que confirme sus ideas, ignorando todo lo demás.
Cuando sometemos el pensamiento de los demás a prueba y llegamos colaborativamente a estándares de credibilidad epistémica, estamos elevando el arte de la justificación más allá de las limitaciones de nuestras mentes individuales. Esto nos aleja del efecto Dunning-Kruger, donde los menos informados tienden a pensar que son los que más saben, ¡todo un cóctel explosivo!
La sinceridad de tu creencia, el volumen o la frecuencia con la que la expresas, o esas garantías tipo «créeme, yo sé», no deberían ser racionalmente persuasivas por sí mismas. ¡No estamos en un concurso de gritos! Aquí es donde la falacia ad populum mete la pata, sugiriendo que algo es cierto solo porque mucha gente lo cree. ¡Como si la popularidad fuera sinónimo de verdad!
Si una afirmación no cumple con los criterios epistemológicos acordados públicamente, la esencia del escepticismo nos dice que suspendamos la creencia. Y la credulidad, por otro lado, es entregarse a ella sin cuestionarla, como quien se tira de cabeza a una piscina sin saber si hay agua.
La epistemología nos enseña a ser críticos y a valorar la justificación racional por encima de la mera creencia. Así que la próxima vez que alguien te diga «todos tienen derecho a su opinión», ¡invítalos a defenderla con argumentos sólidos!
Una defensa contra los malos pensamientos
¿Te gustaría blindarte contra el razonamiento deficiente, tanto el tuyo como el de los demás? ¡Genial! Tenemos una herramienta poderosa que se basa en la Ilustración y en la larga historia de la investigación filosófica. Aquí va el plan:
La próxima vez que escuches un reclamo contencioso de alguien, intenta lo siguiente como si lo presentaras ante un jurado imparcial:
- Identifica las razones: Pregunta cuáles son las razones que respaldan esa afirmación. Aquí es donde puedes detectar la falacia ad hominem, atacando a la persona en lugar del argumento, o la falacia de autoridad, asumiendo que algo es cierto solo porque una autoridad lo dijo.
- Análisis, evaluación y justificación: Explica cómo has analizado y evaluado la afirmación y el razonamiento involucrado. Asegúrate de que sea un análisis que valga la pena la inversión intelectual. Esto es crucial para evitar el sesgo de confirmación, donde solo buscamos información que confirme nuestras creencias, ignorando la evidencia en contra.
- Escríbelo claro y sin pasión: Presenta tus puntos de la manera más clara y desapasionada posible. Esto ayuda a evitar que los sesgos emotivos distorsionen el razonamiento. La falacia ad populum (creer que algo es cierto porque muchas personas lo creen) suele caer aquí.
En otras palabras, comprometete con el razonamiento público y exige a los demás que hagan lo mismo, sin términos emotivos ni marcos sesgados.
Si tú o la otra persona no pueden proporcionar una cadena de razonamiento precisa y coherente, si las razones están teñidas de prejuicios claros, o si se rinden por frustración, es una clara señal de que hay otros factores en juego, como el efecto Dunning-Kruger, donde los menos competentes sobrestiman su conocimiento.
Este compromiso con el proceso epistémico, más que cualquier resultado específico, es tu boleto válido al campo de juego racional.
En un momento en que la retórica política está desgarrada por la irracionalidad, cuando el conocimiento se ve menos como una forma de entender el mundo y más como un estorbo, y cuando los líderes autoritarios ganan terreno, la epistemología debe importar más que nunca.
Recuerda, la epistemología es tu espada y escudo en el campo de batalla del pensamiento crítico. ¡Afilada y lista para cortar a través del ruido irracional!