Actualizado el martes, 18 abril, 2023
La palabra islamofobia ya fue usada por primera vez en la historia en el año 1925 en Francia, cuando las autoras Elienne Dine y Slima Ben Ibrahim escribieran “delirio islamofóbico” en su libro L’Orient vu de l’ Occident. Gracias a el think tank británico The Runnymede Trust en 1997 y su informe Islamophobia: a challenge for us all (Islamofobia: un desafío para todos) ayudó a cambiar la percepción que desde algunos países tenía del islam.
Sin embargo después de los ataque terroristas en Europa, ha crecido la «islamofobia» hasta un punto de cierta locura obsesiva llena de estereotipos. Y si no, no te pierdas este divertido vídeo de cámara oculta en el que no te puedes parar de reir de algo muy serio: nos estamos volviendo locos.
Sin duda un «video basura» que ha usado el estereotipo del terrorista: si viste túnica, debe ser islamista y, con alta probabilidad, terrorista. Este tipo de videos circulan en las redes sociales y frivolizan sobre un problema social creciente. La politóloga inglesa Vivienne Jabri definió el estereotipo como la “cosificación” del otro, la sustitución de la identidad real del otro por un abstracto “que justifica actos contra el otro”. Algunos contenidos mediáticos alimentan los estereotipos, con o sin querer.
¿Por qué relacionamos automáticamente religión con extremismo/terrorismo islámico? ¿Acaso relacionamos de igual manera el catolicismo con los actos reprobables que se han llevado a cabo a lo largo de la historia auspiciados por dicha religión? Basta con teclear dichos términos en Google para darse cuenta de que la relación entre “Islam” y “terrorismo” es muy alta.
Nosotros tememos a sus pueblos y ellos nos temen a nosotros pero en realidad, las familias y trabajadores de cada rincón de estas zonas en conflicto, tanto en oriente medio como en occidente, son sólo víctimas.
Alzar la voz cuando sientes que ciertos líderes religiosos no representan tu fe es responsabilidad de cualquier creyente. Y también de los musulmanes aunque estas noticias no suelan aparecer en los medios. Como por ejemplo, la llevada a cabo por jóvenes británicos de origen musulmán que se han posicionado frente a las acciones del Estado Islámico en Irak y Siria. Bajo la etiqueta #notinmyname dicen que las acciones del Estado Islámico no les representan, que son inhumanos y van en contra de los principios del Islam. La acción trata de contrarrestar la peligrosa actividad en internet de los yihadistas.
Pero el cine y la televisión también alimentan los estereotipos. Los malos eran los rusos durante la Guerra Fría. Y cuando el narcotráfico proliferó en Latinoamérica y la narcoviolencia llegó a la frontera sur de EE.UU., fue el turno de los colombianos y mexicanos. Basta un vistazo a programas como NCIS, CSI y Law & Order, y a los especiales de NatGeo.
Hay que tomarse en serio el estado de disidencia virtual de una parte de la población que es susceptible de transformarse en combatientes. Ello implica cuestionar las causas, los discursos y los procedimientos que han engendrado el odio, combatir seriamente el paro, las desigualdades y las discriminaciones de todo tipo, repensar las formas en que podrían vivir juntas personas que ni viven ni piensan del mismo modo. Es un trabajo difícil para todos. Idealmente, solo la reconstitución de “subjetivaciones colectivas” fuertes, más allá de las llamadas diferencias “culturales”, podría remediar la situación en la que nos encontramos. Pero, en términos inmediatos, lo mínimo es huir del discurso de la guerra religiosa.
La mejor advertencia contra el fenómeno de los estereotipos la tenemos al otro lado del atlántico y ocurre alrededor de hechos que involucran la muerte de afroamericanos a manos de policías blancos. La absolución de Darren Wilson, el policía blanco que disparó y mató a Michael Brown, desató violentas protestas y odio visceral contra la policía en Ferguson, Missouri en 2014. Lo mismo ocurrió en Nueva York, después que la policía inmovilizó a la fuerza a Eric Garner, y el agente Daniel Pantaleo le inmovilizó al apretar su brazo contra el cuello de Garner (un procedimiento ilegal), dificultando su respiración y provocándole la muerte que más tarde sería considerada como homicidio.
Hubo masivas protestas contra la acción policial. Semanas después un sujeto asesinó a dos policías en Brooklyn, Rafael Ramos y Wenjian Liu, en diciembre. Este 8 de enero, otro sujeto intentó atropellar a dos oficiales de policía de Port Authority, también en Nueva York. Toda una espiral de odio mutuo que generó una irracional espiral de violencia.
Daesh ejerce su autoridad sobre un territorio, dispone de recursos económicos y militares y, por tanto, cuenta con un cierto número de atributos estatales. No obstante, a fin de cuentas, su lógica es la de una banda armada. La formación de su fuerza militar a partir del ejército de Saddam Hussein es un efecto de la invasión americana. Sin embargo, su capacidad de reclutar en nuestro suelo voluntarios que se reconocen en su combate es algo que nos concierne directamente: se inscribe en la lógica global actual que tiende a que no haya más que Estados y bandas criminales.
Antes existían “grandes subjetivaciones colectivas” (por ejemplo el movimiento obrero) que permitían a los excluidos incluirse en un mismo mundo con aquellos a los que combatían. La así llamada ofensiva neoliberal ha destrozado esas fuerzas y ahora criminaliza la lucha de clases, como hemos visto en el caso Goodyear. Los excluidos son expulsados hacia subjetivaciones identitarias de tipo religioso y hacia formas de acción criminales y guerreras.
Lo que tenemos que combatir aquí es esta deriva identitaria y llena de odio. Si los crímenes hay que tratarlos por la vía policial, el odio hay que tratarlo por la vía política. Decir que estamos en guerra contra el Islam solo consigue mezclar, en una misma lógica, crimen y odio, represión policial y acción política (y por tanto contribuye a mantener el odio). Es el caso de la absurda propuesta de retirar la nacionalidad francesa: una medida incapaz de prevenir los crímenes, pero eficaz para alimentar el odio que los engendra.
Estamos rodeados de gente que quiere salvar el planeta, que va a curar a heridos a la otra punta del mundo, que sirve comidas a los refugiados, que lucha por restituir la vida en los barrios desheredados. Hoy muchas más personas que se entregan de las que había en mi época. No nos faltan ideales, nos faltan subjetivaciones colectivas. Un ideal es lo que incita a alguien a hacerse cargo de los otros. Una subjetivación colectiva es lo que hace que todas estas personas, juntas, constituyan un pueblo.
Para romper este círculo de adoctrinamiento hay que ampliar las fuentes de la información. Demostrar que no es cierto que no haya otra economía, otra forma de acceder al conocimiento u otra medicina. Demostrar que hay alternativas, y sobre todo, que estas alternativas funcionan. Esta es la principal razón de que sea necesaria la existencia de medios de comunicación libre como muhimu, Noticias Positivas o Periodismo Humano.
La Navidad se acerca sigilosa con sus villancicos, sus decoraciones y su locura consumista. Los anuncios navideños nos invaden —juguetes, perfumes, coches, ordenadores…—, pero a veces —tan solo a veces— si prestas atención, encontrarás una joya comercial que le da la vuelta a la tortilla. No, no nos hemos vuelto locos. De vez en cuando ocurre y hoy en muhimu os queremos acercar al nuevo anuncio del gigante del e-commerce Amazon, un pequeño detalle que nos muestra la cara más amable del ser humano.
Mientras el aumento de la islamofobia en Estados Unidos —especialmente con la intensa carrera por la Casa Blanca de Trump— y Europa se hace más y más notable, Amazon ha decidido crear una oda a la tolerancia y el entendimiento interreligioso. En a penas un minuto y medio, la empresa norteamericana nos muestra las similitudes existentes entre religiosas. Es más, la posibilidad de que dos líderes religiosos de diferente credo puedan compartir amistad.
En el spot vemos a un cura y a un imán —dos amigos de diferentes religiones como pudiesen ser seguidores de diferentes equipos de fútbol— hablando, compartiendo su tiempo y, cómo no, las dificultades de su profesión. Ambos recurren a las nuevas tecnologías y a Amazon para hacerle un regalo al otro: unas rodilleras que les hagan más fáciles su día a día. Lo peculiar de este anuncio es que los protagonistas son más reales de lo que estamos acostumbrados. Zubeir Hassan y Gary Bradley, un imán y un reverendo que decidieron hacerse pasar por actores para recordarnos, nos traen de la mano de Amazon el verdadero espíritu de la Navidad.
La guinda del pastel la podría poner un rabino uniéndose al cóctel religioso. Aún no ha pasado, pero quién sabe, tal vez Amazon se guarde esa carta para el año que viene.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.