Actualizado el miércoles, 5 enero, 2022
♀️ En 1971, una feminista negra, filósofa, abolicionista penal y comunista, se declaraba inocente ante un Tribunal de California del secuestro y asesinato de un juez. En su escrito «Racismo Enmascarado» dejó la siguiente reflexión:
✍️»Las prisiones no hacen desaparecer los problemas, sino a los seres humanos. Y la práctica de hacer desaparecer grandes cantidades de personas provenientes de comunidades pobres, inmigrantes y racialmente marginadas se ha convertido literalmente en un gran negocio»
51 años después, las palabras de la camarada Angela Davis siguen estando de actualidad.
📕 P. D.: Josep Fontana reflejó muy bien el negocio del sistema carcelario en EE.UU. en su más que recomendable libro «El futuro es un país extraño».
El fotógrafo Tomer Ifrah, de Tel Aviv, quiso retratar la realidad que se escondía tras los muros de Nerve Tirza, la única prisión femenina de Israel. Convivió con las reclusas y los funcionarios un día a la semana durante tres meses. El resultado fue la imagen de la desolación y del abandono. 180 mujeres que pertenecen, en gran parte, a minorías discriminadas y que han caído en el círculo de la pobreza y la reincidencia. Muchas han sido recluidas en varias ocasiones.
En el proyecto Women’s Prision, Tomer Ifrah obtuvo alrededor de 500 instantáneas cuyo objetivo era plasmar las emociones de las prisioneras, el fluir vacío de los días. Cada fotografía habla de la vida compartida, cotidiana e íntima, de unas mujeres obligadas a ser amigas y a comprenderse por imposición de los barrotes, la ley y la sociedad. Las imágenes de penales suelen ponernos en guardia porque captamos una amenaza en el rostro de los presos. Sin embargo, las reclusas de Nerve Tirza nos conmueven y nos inclinan a la compasión.
Se las ve fumar, hablar por teléfono, recostarse sobre un enjambre de alambre de espino, leer, aguzar las pupilas para intentar volar más allá de los barrotes, y siempre, en cada una de las tomas, aparecen miradas perdidas que reflexionan o se aburren de esperar sin saber a qué.
El centro penitenciario ofrece unas condiciones durísimas. La suciedad se come las paredes y hay escasez de luz y de espacio: llegan a hacinar hasta a seis mujeres en una misma celda. No obstante, la inexistencia de las mínimas garantías que todo ser humano debe disfrutar al margen de su condena o su posición, no revierte en motines o rebeliones. El artista de Tel Aviv cuenta que las presidiarias mantienen con los guardas una convivencia pacífica. “Hay mucho cuidado y amor entre las prisioneras. Se les siente como una familia muy unida”, confesó el autor en una entrevista.
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