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La vida no es un juego de azar. No es un casino donde invertir tus días. Es una obra de arte para contemplar y crear. Siente, ama, crea.

¿Vivimos en una ilusión aleatoria? del nihilismo al absurdo esperanzador

Merece ser compartido:

Absolutamente todo lo que cada uno piensa de sí mismo y del universo podría ser una ilusión. Por lo que sabemos, somos reales y existimos en un universo que nació hace 14.000 millones de años y que formó galaxias, estrellas, la Tierra y, por último, a los humanos.

Salvo que… puede que no sea así. Quizás no existamos realmente y tanto nosotros como todo lo que creemos que existe seamos el sueño de un universo muerto. Suena a locura, pero podría ser una consecuencia inevitable de las mejores teorías científicas sobre el universo.

Bien, es demasiado. Empecemos por el principio. Para que esta idea tenga sentido, hay que comprender tres conceptos.

  1. ¿Qué es la flecha del tiempo?
    Explora la dirección unidireccional del tiempo desde el pasado hacia el futuro, relacionada con el aumento de la entropía según la segunda ley de la termodinámica.
  2. ¿Por qué percibimos que el tiempo fluye en una sola dirección?
    Investiga las razones detrás de nuestra experiencia del tiempo como un flujo constante hacia adelante, a pesar de que las leyes fundamentales de la física son en gran parte simétricas en el tiempo.
  3. ¿Es el tiempo una ilusión?
    Analiza teorías que sugieren que el tiempo podría no ser una entidad fundamental, sino una construcción emergente de procesos más básicos.
  4. ¿Cuál es el destino final del universo?
    Examina las teorías cosmológicas sobre el futuro del universo, incluyendo el Big Freeze, Big Crunch y Big Rip, y cómo podrían determinar el destino final del cosmos.
  5. ¿Qué es el Big Freeze?
    Describe un escenario en el que el universo continúa expandiéndose hasta que alcanza una temperatura cercana al cero absoluto, resultando en la muerte térmica del cosmos.
  6. ¿Qué es el Big Crunch?
    Explora la hipótesis de que la expansión del universo podría revertirse, llevando a una contracción que culminaría en una singularidad similar al Big Bang.
  7. ¿Qué es el Big Rip?
    Investiga la posibilidad de que la expansión acelerada del universo eventualmente supere todas las fuerzas fundamentales, desgarrando toda la materia en el proceso.
  8. ¿Existen los universos paralelos?
    Considera la idea de que podrían existir múltiples universos con diferentes condiciones físicas, como se sugiere en varias interpretaciones de la mecánica cuántica y teorías cosmológicas.
  9. ¿Qué es el multiverso?
    Analiza el concepto de que nuestro universo podría ser solo uno de muchos en un conjunto más amplio, cada uno con sus propias leyes físicas y constantes.
  10. ¿Qué es la paradoja del gato de Schrödinger?
    Explica un experimento mental que ilustra la superposición cuántica y cómo una partícula puede existir en múltiples estados hasta que se mide.
  11. ¿Qué es la teoría de los monos infinitos?
    Explora la idea de que un número infinito de monos escribiendo al azar eventualmente produciría cualquier texto dado, utilizada para ilustrar conceptos de probabilidad e infinitud.
  12. ¿Qué es la interpretación de los muchos mundos?
    Examina una interpretación de la mecánica cuántica que propone que todas las posibles historias alternativas y futuros son reales, cada una representando un mundo diferente.
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Uno: La flecha del tiempo

El tiempo, tal como lo experimentamos, parece algo obvio: sentimos que fluye en una dirección, del pasado al futuro. Vemos los huevos romperse al caer, el hielo derretirse en un vaso de agua, pero nunca al revés. Esta dirección aparente del tiempo es lo que llamamos “la flecha del tiempo”. Sin embargo, desde la física, esta intuición es mucho más problemática de lo que parece.

¿Realmente fluye el tiempo?

La física moderna ha demostrado que no existe ninguna ley fundamental que indique que el tiempo deba “fluir”. De hecho, las ecuaciones que gobiernan la mecánica clásica, la relatividad y la mecánica cuántica son perfectamente simétricas respecto al tiempo: los sucesos podrían, en teoría, ocurrir en sentido inverso sin violar ninguna ley física. Esto se conoce como simetría de inversión temporal.

Entonces, ¿por qué sentimos que el tiempo tiene una dirección? La respuesta está en la termodinámica y el concepto de entropía. Cuando ponemos una gota de tinta en un vaso de agua, observamos cómo se dispersa hasta teñir todo el líquido. Lo contrario es posible, pero tan improbable que no sucede en escalas de tiempo observables: tendría que pasar más tiempo del que ha existido el universo para que las moléculas se reorganicen solas y formen otra vez una gota concentrada. Lo que ocurre es que el universo tiende a estados más desordenados simplemente porque hay más formas posibles de estar desordenado que ordenado.

El tiempo es relativo

La relatividad de Einstein fue un golpe definitivo a la idea de un tiempo absoluto. Mostró que el tiempo depende del observador. Dos personas moviéndose a velocidades diferentes o situadas en campos gravitatorios distintos medirán tiempos distintos. Esta dilatación del tiempo ha sido confirmada experimentalmente con relojes atómicos en satélites o montañas: el tiempo realmente transcurre de forma diferente según el contexto.

Según la relatividad, el tiempo no es una línea universal que avanza, sino una dimensión más del tejido del universo: el espacio-tiempo. No hay un único “ahora” universal. Cada observador tiene su propia perspectiva, su propia “rebanada” del pan del espacio-tiempo. Nuestra vida entera, desde el nacimiento hasta la muerte, ya estaría escrita en ese pan cósmico como si fuera una película completa en una cinta. Nosotros simplemente experimentamos un fotograma tras otro.

El presente es una ilusión

Desde este punto de vista, el pasado no desaparece y el futuro no es una hoja en blanco. Ambos existen ya, pero nosotros solo experimentamos una rebanada concreta. La ilusión del “ahora” puede compararse con la luz de un proyector que ilumina cada fotograma de la película del universo. Pero esa luz no aparece en ninguna ecuación física.

Lo que vemos como flujo temporal no es más que el recorrido de nuestra consciencia por el espacio-tiempo. Einstein lo dijo de forma poética al escribir una carta tras la muerte de su amigo Michel Besso: “Ahora se ha ido de este extraño mundo un poco antes que yo. Pero eso no significa nada. Sabemos que la diferencia entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión, aunque sea una muy persistente.”

¿Podríamos vivir sin tiempo?

Algunos físicos han llegado a proponer que el tiempo no existe en absoluto, que el universo podría ser un sistema cuántico cerrado sin ninguna variable temporal fundamental. Desde esta perspectiva, todo lo que percibimos como cambio o evolución no sería más que la forma en la que nuestra mente sintoniza diferentes estados posibles de la realidad, como si pasáramos de una frecuencia a otra en una radio cósmica.

Si esto fuera cierto, nuestro nacimiento, vida y muerte serían simples coordenadas dentro de una estructura mayor que no cambia. Nuestra sensación de movimiento en el tiempo sería solo la evolución de la consciencia dentro de esa estructura. Y lo que interpretamos como el paso del tiempo sería más una propiedad emergente que un hecho físico.

Dos: El futuro lejano del universo

El universo, tal como lo conocemos, tuvo un inicio hace unos 14.000 millones de años con el Big Bang. Desde entonces, ha estado expandiéndose, enfriándose y estructurándose en galaxias, estrellas y planetas. Pero este proceso, lejos de ser eterno, tiene un desenlace. Y ese desenlace es tan sobrecogedor como fascinante.

Una expansión sin final… o sin sentido

A medida que el universo envejece, no solo se expande: lo hace cada vez más rápido, impulsado por una fuerza misteriosa conocida como energía oscura. Esta energía, que constituye casi el 70 % del contenido del universo, no solo estira el espacio, sino que crea un efecto de «aislamiento cósmico»: las galaxias se alejan unas de otras a tal velocidad que, con el tiempo, ya no podrán verse entre sí. Cada región del universo quedará rodeada por un horizonte cósmico: una frontera más allá de la cual nada —ni siquiera la luz— puede alcanzarnos.

Si el universo sigue por este camino, llegará un punto en el que la última estrella se apagará, y después de eso, el cosmos entrará en una larga noche. Un periodo oscuro y frío en el que no habrá más procesos de fusión nuclear, ni estructuras complejas, ni luz. Solo espacio vacío y partículas aisladas.

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El universo como agujero negro invertido

Este destino tan extremo convierte al universo en algo similar a un agujero negro del revés: una «burbuja de cristal» expandiéndose, vacía, con una temperatura cercana al cero absoluto. En este estado, los procesos físicos no se detienen, pero se ralentizan a escalas inconcebibles. En lugar de calor y orden, solo habrá fluctuaciones cuánticas aleatorias y partículas dispersas.

Y, sin embargo, ahí empieza lo realmente extraño.

Por efectos cuánticos —como los que hacen que los agujeros negros emitan radiación Hawking—, esta burbuja de cristal también podría generar pequeñas fluctuaciones espontáneas. Dado tiempo suficiente (y hablamos de tiempos infinitamente más largos que la edad actual del universo), esas fluctuaciones pueden originar cualquier cosa.

Literalmente, cualquier cosa.

Desde una estrella solitaria hasta una galaxia entera… o incluso algo mucho más improbable: un cerebro humano flotando en el vacío, con recuerdos implantados, creencias formadas y una ilusión completa de haber vivido una vida entera.

¿Y si ya ha pasado?

Si el universo va a durar para siempre, y si el espacio-tiempo es, como sugiere la relatividad, una estructura completa y congelada donde todo ya existe —pasado, presente y futuro—, entonces no hay ningún impedimento para que esas fluctuaciones ya hayan ocurrido. O estén ocurriendo ahora, en alguna «rebanada» distinta de la barra cósmica que no vemos.

La relatividad nos dice que el tiempo no fluye: todo ya está, todo es. Nuestro nacimiento, vida y muerte son solo secciones de esa barra. Lo que sentimos como el paso del tiempo es solo nuestra consciencia moviéndose por esas rebanadas. Y si el universo es un bloque ya completo, entonces el final —su enfriamiento, su soledad, su silencio absoluto— también ya está.

En este sentido, el futuro lejano del universo no es una posibilidad remota: ya forma parte de lo que existe. Solo que aún no hemos «sintonizado» esa frecuencia de realidad.

¿Determinismo o azar?

Aquí entra en juego la física cuántica. Aunque Einstein defendía un universo completamente determinista —donde todo está escrito y puede calcularse si se tienen suficientes datos—, la física cuántica introdujo un nivel de indeterminación radical. Las partículas subatómicas no se comportan como bolas de billar, sino como probabilidades. Hasta que son observadas, pueden estar en muchos estados a la vez, y solo la medición decide cuál se manifiesta.

Esto ha llevado a los científicos a considerar que el universo es, en esencia, un sistema cuántico aislado. Y que lo que consideramos tiempo, causalidad, incluso el futuro, dependen del observador. En este modelo, no hay un único destino predeterminado, sino un mar de posibilidades que se abren en función de cómo y cuándo se observe la realidad.

Este enfoque encaja con una idea inquietante: que el paso del tiempo es más bien una evolución de la consciencia, no una propiedad física fundamental. Que cada momento que vivimos es solo una sintonización temporal de una de las muchas frecuencias del universo. Que no podemos regresar al pasado simplemente porque ya no estamos en esa frecuencia de consciencia.

El universo no muere, solo cambia

A pesar de lo que puede parecer una tragedia cósmica —un universo desprovisto de luz, de vida, de sentido—, hay algo casi poético en esta visión. Si todo lo que puede ocurrir, ocurre, entonces no hay final definitivo. Lo que desaparece en un lugar, surge en otro. Lo que se apaga, eventualmente se reorganiza.

El universo no muere: se transforma.

Y en esa transformación, pueden nacer nuevos órdenes, nuevas estructuras… incluso nuevas versiones de nosotros mismos. Cerebros solitarios flotando en el vacío, creyéndose el centro de una historia que ya no existe. O quizás sí. Solo que en otra parte del espacio-tiempo.

Tres: Monos infinitos y universos falsos

Si el universo se convierte en un inmenso mar de partículas en movimiento aleatorio, y si además tiene una duración infinita, entonces la lógica estadística nos lleva a una conclusión extraña pero inevitable: todo lo que puede ocurrir, ocurrirá. No una vez, sino una y otra vez, hasta el infinito.

Este fenómeno se conoce como la paradoja del mono infinito: si un mono tecleara aleatoriamente durante un tiempo ilimitado, acabaría escribiendo, por azar, obras como El Quijote, la Divina Comedia o incluso los guiones de todas las temporadas de Los Simpson. No porque el mono tenga intención, sino porque las combinaciones posibles, por infinitas que sean, acabarían repitiéndose todas.

Ahora bien: ¿qué pasa si sustituimos al mono por las fluctuaciones cuánticas del universo muerto? Si todo es azar, y hay tiempo infinito, el universo acabará recreando cualquier configuración posible de materia y energía. Desde una piedra hasta una galaxia… o incluso algo mucho más improbable: una mente consciente.

Cerebros flotantes en el vacío

Esta es la famosa hipótesis del «Boltzmann brain» o cerebro de Boltzmann: la idea de que, en un universo muerto, es estadísticamente mucho más probable que aparezca un único cerebro con recuerdos falsos, que todo el proceso evolutivo que lleva a un ser humano complejo dentro de una civilización real. Si todo es aleatorio, construir un cuerpo completo, un planeta, una historia coherente, es muchísimo menos probable que formar directamente un cerebro que cree haber vivido todo eso.

Ese cerebro no necesitaría estar conectado a nada. Solo le haría falta un conjunto ordenado de átomos que le dé la ilusión de haber tenido una vida, una infancia, una educación… una conversación. Tú podrías ser uno de ellos. Yo también. Y esta charla, solo una fluctuación pasajera que en breve se disolverá de nuevo en el vacío.

Universos que parecen reales, pero no lo son

Dado suficiente tiempo, no solo pueden surgir cerebros flotantes: pueden surgir universos enteros que se parezcan mucho al nuestro, pero con pequeños errores. Uno donde los dinosaurios domaron caracoles. Otro donde el cielo es rojo. Otro donde Newton fue olvidado y TikTok fue inventado por las tortugas.

Estos universos no han evolucionado desde un Big Bang, sino que han aparecido como burbujas estadísticas, como desplegables de la nada, tan improbables como inevitables cuando se juega con el infinito.

Y aquí viene el dilema: ¿cómo saber si el nuestro no es uno de ellos?

¿Y si todo esto es una ilusión?

Volvamos a la relatividad: todo el espacio-tiempo ya está. Como una película, ya rodada, donde solo experimentamos una escena a la vez. Y añadamos ahora la mecánica cuántica, que nos dice que no hay un único futuro, sino una superposición de estados posibles. El pasado, presente y futuro son ilusiones persistentes dentro de una estructura mayor.

Entonces, la única cosa que conecta los eventos y les da sentido es la consciencia del observador. Sin consciencia, no hay presente. Sin observador, no hay historia. Tal vez no estás viajando a través del tiempo… tal vez estás sintonizando entre infinitas realidades posibles como una radio interdimensional, en la que eliges —sin saberlo— una frecuencia concreta que te hace sentir como si “vivieras” en ella.

Y si eso es así, entonces podrías haber nacido, vivido y muerto… infinitas veces. Y tu cerebro, ahora, solo está reproduciendo una de esas posibilidades.

¿Debemos preocuparnos?

Probablemente no.

Aunque esta hipótesis de los cerebros flotantes es una conclusión lógica dentro de ciertos marcos teóricos, también presenta una paradoja interna: si todo, incluida la física, surge por azar, entonces las propias leyes físicas que usamos para deducir esto también son aleatorias, y por tanto, no confiables. Estamos usando las reglas del juego para demostrar que el juego no tiene reglas.

Además, la aparición de cerebros flotantes requiere unas condiciones de estabilidad y precisión cuántica tan específicas que no está claro si un universo muerto puede realmente garantizarlas, aunque tenga infinito tiempo.

Por eso, muchos físicos consideran que el escenario del “cerebro desmembrado en el vacío” es una herramienta útil para pensar, pero no necesariamente una descripción del mundo real. Nos ayuda a explorar los límites de nuestras teorías y a entender qué cosas podemos realmente considerar evidentes.

De acuerdo, este viaje alucinante puede enseñarnos algo sobre nuestras teorías del universo. Pero, al final, no es más que un ejercicio muy extraño de lo que se puede hacer con la física. Un ejercicio que solo los cerebros que habitan cuerpos pueden imaginar.

Por eso, no hay nada de qué preocuparse.

No somos el sueño de un universo muerto.

Probablemente.

Una reflexión sobre el multiverso, el tiempo y la existencia a través de la física moderna y la filosofía, con Everything Everywhere All at Once como punto de partida para explorar el caos, el nihilismo y la ternura como respuesta.
Una reflexión sobre el multiverso, el tiempo y la existencia a través de la física moderna y la filosofía, con Everything Everywhere All at Once como punto de partida para explorar el caos, el nihilismo y la ternura como respuesta.

Everything Everywhere All at Once: el multiverso como espejo filosófico

La película Everything Everywhere All at Once (Todo en todas partes al mismo tiempo) ha sido celebrada no solo por su originalidad visual y narrativa, sino por su profundidad filosófica y su exploración de conceptos tomados de la física moderna. A través de un viaje caótico entre universos, nos invita a reflexionar sobre nuestra identidad, el sentido de la vida y el lugar que ocupamos en un universo aparentemente infinito y absurdo.

Una crisis existencial cuántica

La protagonista, Evelyn, es una mujer que parece vivir una existencia gris, atrapada en la rutina de un negocio familiar y en una relación deteriorada con su hija Joy. Su vida da un giro inesperado cuando se le revela la existencia del multiverso: infinitas versiones de sí misma que han tomado decisiones diferentes y vivido realidades divergentes. Enfrentarse a esta abrumadora pluralidad la sumerge en una profunda crisis existencial.

La película retrata esta multiplicidad con un estilo visual frenético, pero detrás del caos se esconde una pregunta esencial: si todo es posible, si todas las versiones de ti misma existen y cada decisión es solo una entre millones de combinaciones… ¿qué sentido tiene cualquier cosa?

El nihilismo de la rosquilla

Esta pregunta encuentra su eco en Joy, la hija de Evelyn, quien se convierte en su versión alternativa más poderosa y aterradora: Jobu Tupaki. Al percibir simultáneamente todas las realidades, Jobu llega a la conclusión de que nada importa. Todo lo que alguna vez ha sido o será es, al fin y al cabo, polvo en el viento del multiverso.

Ese vacío toma forma visual en la película como una “rosquilla de todo”: un agujero negro simbólico que representa la absorción total del significado. La rosquilla no solo devora materia, sino también propósito, esperanza, sentido. Es la representación gráfica del nihilismo.

Waymond: la bondad como acto revolucionario

Pero la historia no se rinde al vacío. Frente al nihilismo de Joy, se alza una figura inesperada: Waymond, el esposo aparentemente torpe y sumiso de Evelyn. En su versión alternativa, es un luchador del multiverso que propone una filosofía radicalmente opuesta: en un universo donde todo es posible y nada importa, ser amable es un acto de resistencia.

Waymond sugiere que, aunque el universo no tenga sentido en sí mismo, podemos crear significado a través de nuestras acciones, relaciones y afectos. Esta idea, profundamente existencialista, conecta con el pensamiento de filósofos como Camus, quien frente al absurdo proclamaba que la respuesta no es el suicidio o la desesperación, sino la rebelión cotidiana: vivir como si la vida tuviera sentido, precisamente porque no lo tiene.

Waymond no es un superhéroe. No lleva capa, no destaca por su fuerza física ni por su liderazgo convencional. Es, sin embargo, la encarnación de algo cada vez más escaso en la narrativa contemporánea: la bondad. Y no una bondad ingenua o sumisa, sino una bondad radical, consciente y revolucionaria.

El poder de lo pequeño

En una época en la que se celebra lo disruptivo, lo agresivo y lo individualista, Waymond ofrece una disonancia necesaria. Sus actos amables —pequeños gestos, miradas empáticas, palabras de consuelo— tienen un impacto mucho mayor del que aparentan. A lo largo del multiverso que explora la película, él no cambia el mundo a través de la violencia o el control, sino a través de una elección constante por el cuidado.

Esta postura no nace de la pasividad, sino del coraje. Como él mismo declara en una de las escenas más poderosas:

“Cuando todo se viene abajo, yo elijo ser amable”.

No se trata de una renuncia, sino de una estrategia de supervivencia ética y política.

La ternura como resistencia

Waymond es revolucionario no porque destruya sistemas opresivos con armas, sino porque se atreve a imaginar y practicar un mundo distinto. Su ternura interrumpe la lógica de la hostilidad, del “sálvese quien pueda” y del cinismo emocional. En este sentido, su figura conecta con los postulados de la ética del cuidado y con las propuestas feministas que colocan lo relacional, lo afectivo y lo cotidiano en el centro de la transformación social.

En muchos contextos, la ternura ha sido infravalorada, asociada a la debilidad o al sentimentalismo. Pero Waymond la convierte en una herramienta de mediación, de desarme y de cambio real. Nos recuerda que resistir no es solo luchar, sino también sostener, cuidar y sanar.

La revolución cotidiana

Quizás la mayor lección de Waymond sea que la revolución también ocurre en lo cotidiano. En cómo tratamos a quien nos sirve un café. En cómo respondemos a un conflicto familiar. En cómo elegimos ver al otro, incluso cuando todo parece perdido. En cómo, a pesar de las heridas, decidimos no endurecernos.

Waymond no quiere salvar el universo: quiere salvar su vínculo con su esposa, con su hija, con los fragmentos de humanidad que lo rodean. En tiempos de deshumanización masiva, esto es profundamente político.

Una sinfonía de lo absurdo esperanzador

Everything Everywhere All at Once no pretende ofrecer respuestas científicas sobre el tiempo, el espacio o la materia. Pero toma prestados conceptos de la física cuántica, como la superposición de estados, la incertidumbre, y el colapso de la función de onda, para construir una metáfora emocional sobre el ser humano.

El multiverso no es aquí una posibilidad científica, sino una herramienta narrativa para hablar del trauma, la culpa, las decisiones, y el perdón. Al final, Evelyn no necesita ser la versión más poderosa de sí misma, sino simplemente alguien que elige con conciencia y ternura en medio del caos.


Everything Everywhere All at Once: una historia que rebota entre universos, cerebros flotantes y el tiempo congelado

Everything Everywhere All at Once no es solo una película de acción o ciencia ficción extravagante. Es una obra que, desde el humor y la emoción, toca algunas de las ideas más desafiantes de la física moderna y la filosofía. Si prestamos atención, descubrimos que está íntimamente relacionada con tres ideas que ya hemos explorado: la flecha del tiempo, el futuro lejano del universo y la hipótesis de los universos falsos.

1. La flecha del tiempo: ¿de verdad elegimos avanzar?

La película juega con la idea de que todas las decisiones posibles se bifurcan y dan lugar a nuevas realidades. En un nivel profundo, esto pone en duda la linealidad del tiempo tal como lo percibimos: si todo lo que puede pasar ocurre, entonces el tiempo no es una línea, sino una red de caminos simultáneos.

Desde la física, sabemos que la flecha del tiempo es una ilusión emergente, no una propiedad fundamental del universo. Lo que percibimos como presente o futuro depende de nuestra consciencia moviéndose por una «barra de pan» espacio-temporal. La película lo refleja al permitir a Evelyn «saltar» entre rebanadas distintas, donde los eventos se ordenan de maneras completamente diferentes.

Así, Everything Everywhere All at Once plantea una pregunta clave: ¿y si lo que llamamos «progreso» es solo un efecto de cómo procesamos la información? ¿Y si no avanzamos, sino que simplemente cambiamos de canal?

2. El futuro lejano del universo: cuando todo pierde sentido (¿o no?)

Joy, en su versión como Jobu Tupaki, encarna el espíritu del universo muerto: ha visto todas las posibilidades, todos los futuros, todos los desenlaces. Su conclusión es lógica pero devastadora: nada importa, porque todo ha ocurrido y todo volverá a ocurrir. Esta visión conecta con el destino del universo en la teoría física: un futuro lejano donde la entropía alcanza su máximo, y el cosmos se convierte en una sopa fría de partículas sin estructura.

En ese estado, tal como analizamos, pueden ocurrir fluctuaciones aleatorias que produzcan cualquier cosa. La desesperanza de Joy es la voz del universo moribundo que ya ha vivido todo y no encuentra razones para seguir jugando.

Pero frente a eso, la película ofrece otra respuesta: si el universo está condenado al silencio, entonces crear sentido es más valioso que nunca. Evelyn aprende que, aunque el todo no tenga dirección, sus pequeñas decisiones pueden tener peso. Ser bondadosa, cuidar de su familia, elegir la ternura… es su manera de encender una chispa en medio de la oscuridad cósmica.

3. Monos infinitos y universos falsos: ¿somos una casualidad absurda?

La idea de los universos falsos y los cerebros de Boltzmann está en el núcleo temático de la película: si existen infinitas Evelyns, ¿por qué esta? ¿Qué la hace especial?

Evelyn podría ser solo una de las infinitas fluctuaciones posibles, una realidad emergida por azar, como si un mono infinito hubiera tecleado su existencia entre billones de combinaciones aleatorias. La propia existencia de un universo tan caótico como el que nos presenta la película parece una burla al orden: desde el universo de los dedos de salchicha hasta el donde las piedras filosofan en silencio.

La película no niega esta posibilidad, pero propone algo provocador: aunque el universo sea aleatorio, absurdo e incluso estadísticamente improbable, esa no es razón suficiente para rendirse. Porque si todo es posible, entonces también es posible encontrar sentido en lo pequeño, en lo cotidiano, en el vínculo.


Un multiverso tan real como filosófico

Everything Everywhere All at Once toma ideas reales de la física moderna y las convierte en preguntas humanas. ¿Qué es el tiempo? ¿Por qué sentimos que avanzamos? ¿Tiene sentido el universo? ¿Podemos encontrar significado si sabemos que podríamos ser solo una fluctuación en un mar eterno de posibilidades?

No hay respuestas fáciles. Pero la película nos recuerda que, incluso si no hay un propósito universal, sí podemos construir el nuestro. En un mundo en el que el tiempo no fluye, donde el futuro ya está escrito y donde podríamos ser solo un sueño estadístico… seguir amando, eligiendo y cuidando podría ser nuestro mayor acto de rebeldía.

La película plantea que, incluso cuando el universo parece carecer de dirección o propósito, siempre existe la posibilidad de elegir cómo responder ante él. En un multiverso donde todo puede pasar, elegir el amor, la ternura y la atención puede ser lo más significativo que podemos hacer. No porque importe en términos cósmicos, sino precisamente porque puede no importar en absoluto. Y, aun así, decidimos hacerlo.

Porque quizá —como sugiere la película— lo más humano que existe no es comprender el universo, sino cuidarnos unos a otros mientras giramos con él.


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