Actualizado el sábado, 4 febrero, 2023
Robert Cornish es un innovador de renombre en el campo de la inteligencia artificial. Ha realizado contribuciones significativas al desarrollo de la IA y sus aplicaciones en varios campos. Su investigación ha sido fundamental para avanzar en el uso de la IA para el diagnóstico médico, el procesamiento del lenguaje natural y la robótica. También ha trabajado en el desarrollo de herramientas basadas en IA que pueden ayudar a los humanos con tareas creativas como la escritura y el diseño. El trabajo de Robert Cornish es un testimonio del potencial de la tecnología de inteligencia artificial para revolucionar nuestras vidas para mejor.
Pero este no es el único Robert Cornish con relevancia histórica
¿Recuerdas la curiosa película Frankenweenie? Tim Burton profundiza con ella en su cortometraje de 1984 con el mismo título y nos cuenta la historia de un niño que intenta resucitar a su querida mascota muerta. La película, sin duda, es una bonita fantasía, pero ¿imaginas que se puediese llevarse a cabo? ¿Imaginas recuperar a tu amigo fiel una vez que te haya dejado?
¿Y si te dijésemos que la historia tiene su propio Frankenweenie? Probablemente nos tomarías por locos, pero Robert E. Cornish intentó hacerlo realidad unas décadas antes de que Burton rodase su cortometraje. Sus experimentos, un tanto demenciales, fueron muy controvertidos en su época, y es que Cornish aseguraba ser capaz de resucitar a los muertos, e incluso se ofreció a hacer una demostración con seres humanos.
¿Quién fue Robert E. Cornish?
Robert Cornish fue un médico y cirujano estadounidense que se hizo conocido por su trabajo en reanimación, en particular por su investigación pionera sobre la reanimación de personas aparentemente muertas. Es mejor conocido por su libro de 1931 La medicina de la reanimación, que describió una serie de métodos para revivir a los muertos, incluida la hipotermia inducida, la reanimación cardiopulmonar (RCP) y las inyecciones intratorácicas.
Un genio y un prodigio, así se puede describir a Cornish: un joven científico que cautivó y repulsó a la sociedad (y al gobierno) norteamericana en los años 30. Sin duda, es uno de los casos más extraños de la medicina occidental moderna. Nacido en 1894, se licenció con honores de la Universidad de California a los 18 años y obtuvo su doctorado a los 22. Para ganar prestigio, trabajó en diferentes proyectos científicos y experimentos bastante inútiles en busca de patentes. Poco a poco se convirtió en un científico respetado por la comunidad hasta que en 1931 empezó a interesarse por algo que perturbó a muchos: resucitar a los muertos.
Para probar que se podía devolver a la vida a los que ya no están entre nosotros, Cornish decidió experimentar con animales. Así, el 22 de mayo de 1934 llevó a cabo una demostración pública en la que asfixió a cinco perros (todos ellos llamados Lazarus en un guiño al personaje bíblico resucitado) con gas nitrógeno y los mantuvo muertos durante diez minutos. Después, les aplicó su técnica de resucitación. Según los periódicos de la época, los tres primeros intentos fueron un fracaso, pero los dos últimos canes revivieron y sobrevivieron durante meses. Eso sí, resucitaron con importantes daños cerebrales, alteraciones nerviosas severas, motricidad desequilibrada y ceguera.
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Una vez hecho público su experimento, la universidad canceló el proyecto ya que no toleraban el trato al que sometía a los perros con los que experimentaba. Sin embargo, esto no frenó a Cornish, que continuó su investigación en casa, esta vez con cerdos en vez de con perros dada su similitud con el ser humano.
En 1947, Cornish decidió que estaba listo para dar el salto y realizar el experimento con personas. Thomas McMonigle, un recluso condenado a pena de muerte en Estados Unidos, se ofreció como conejillo de indias. Sin embargo, el estado de California (donde estaba condenado) rechazó la petición ya que, si el experimento funcionaba, tendrían que dejar en libertad a McMonigle puesto que la ley no permite mantener bajo arresto a personas discapacitadas, fuera de sus facultades o sin voluntad.
¿En qué consistía la «milagrosa» técnica de Robert Cornish?
El método de Cornish para resucitar a los muertos era bastante sencillo. Primero, hacía circular la sangre por el cadáver gracias a una especie de balancín sobre el que colocaba el cuerpo y que oscilaba para que la sangre se bombease. A este artefacto le llamó teeterboard. Tras esto, inyectaba una solución de suero salino, oxígeno, adrenalina, heparina (un anticoagulante sacado del hígado), fibrina (una proteína coagulante) y sangre al cadáver. A la vez, insuflaba oxígeno a través de un tubo de goma que previamente había introducido en la garganta del animal.
Poco se sabe de lo que fue de Cornish después de que su morboso experimento se hiciese público. Por lo que parece, siguió, como muchos dirían, jugando a ser dios, pero ya al margen de la comunidad científica que lo marginó por considerarlo sensacionalista. Eso sí, aunque parezca extraño, algunas técnicas de reanimación o animación suspendida actuales tienen sus orígenes en este científico extravagante.
Lo que nunca sabremos es si Cornish hubiese sido capaz de resucitar a un ser humano.
Historia real de Cornish
La terrible doble moral que ya imperaba en los años treinta, condenaba sus experimentos pero al mismo tiempo los difundía masivamente atrayendo el morbo de la audiencia. Uno de los agentes sociales más interesados en sus avances fue el gobierno estadounidense ya que le permitía ejercer avances científicos de dudosa moralidad a través de un tercero.
Cornish era un niño superdotado que se graduó con honores de la Universidad de California en Berkeley a los 18 años y obtuvo el doctorado a los 22. Trabajó en varios proyectos, entre ellos uno que permitía la lectura de periódicos bajo el agua con lentes especiales y en un montón de experimentos inútiles en busca de patentes, ya que generarlas a principios del siglo XX significaba prestigio ilustrado. A su corta edad era respetado por las autoridades científicas de su época (en un inicio). Fue a principios de 1931 cuando se interesó en la idea de reanudar la vida a los muertos.
Cornish, trabajando en el Instituto de Biología Experimental de la Universidad, decidió primero afinar su método aplicándolo en animales y fue así como el 22 de mayo de 1934 probó sus experimentos en cinco perros a los que bautizó como Lazarus (I, II, III, IV y V). Primero los asfixió con gas nitrógeno, esperó a que permaneciesen muertos durante diez minutos y les aplicó su técnica. Los tres primeros intentos fueron un fracaso según reportaba la revista Time de marzo de 1934, pero los dos siguientes resucitaron, eso sí, con una motricidad desequilibrada y alteraciones nerviosas severas. Aunque ciegos y con importantes daños cerebrales, vivieron durante meses en casa del científico.
La memoria de la experiencia publicada en el New York Times no se guarda secretos:
Cuando habían transcurrido seis minutos desde el último latido, el joven doctor Robert E. Cornish dispuso a Lazarus II a un dispositivo de “sube y baja”, llamado teeterboard. Allí abrió una de las venas del muslo del terrier para aplicar una solución salina saturada de oxígeno y que contiene adrenalina y estimulantes para el corazón, el extracto de hígado heparina y un poco de sangre canina de la que había sido la fibrina (sustancia coagulante) que se retiró. La solución estimulante se hundió en un medidor de vidrio, ya que se filtró en el cuerpo a través de cinco pies de tubo de goma, comenzó a levantarse en pulsaciones lentas. Lazarus II quedó sin aliento por momentos. Sus piernas temblaban. Su corazón empezó a latir, débilmente al principio, luego como un triphammer. Lázaro II estaba vivo.
Durante ocho horas y 13 minutos el perro estaba en un coma inquieto, apenas gimiendo, jadeando suavemente. Ansioso por acelerar la recuperación, el doctor Cornish inyectó una solución de glucosa. Pero un coágulo complicó el experimento con Lazarus II y III.
La prensa estaba extasiada aunque la cobertura era modesta. Un artículo de la desaparecida revista de la época Modern Mechanix de julio de 1934 y el New York Times describieron someramente los sucesos con Lazarus IV que, sin perjuicio de la experiencia exitosa en primer lugar, había logrado coordinar leves movimientos, sentarse sobre sus patas traseras y empezaba a consumir cerca de una libra de carne al día. El perro estaba ciego y no podía estar solo, pero, aun así, los resultados alentaban a Cornish para lanzar una nueva serie de experimentos. Continuaba el morbo o el interés por varios medios:
Recientemente Lazarus V fue condenado a muerte con una sobredosis de éter. Media hora después que su respiración se había detenido y cinco minutos después de que su corazón se paralizó, el animal fue revivido por medio de productos químicos y la electricidad. El doctor Cornish, entusiasta, ha expresado que Lazarus V volvió más cerca de la normalidad en cuatro días que el otro Lazarus, que lo había hecho en trece días. Se ha solicitado a los gobernadores de los estados de Colorado, Arizona y Nevada para entregarle los cuerpos de los criminales después de que se hayan declarado muertos después de su condena en cámaras de gas, pero sus peticiones han sido rechazadas por diversos motivos.
En vista de su situación, alrededor de cincuenta personas, interesadas tanto en la ciencia y la remuneración que sea posible, se han ofrecido como sujetos. Según el doctor Cornish, la mayor parte de los mismos que han hecho la oferta para la muerte voluntaria son hombres solteros. Un hombre de Kansas, en el ofrecimiento de sí mismo como sujeto, declaró que consideraba 300 mil dólares un precio justo por el riesgo que implica.
Vaya. Sin embargo, el perro Lazarus IV no estaba del todo consciente. De alguna manera el rigor mortis había deteriorado el centro de su cerebro. No era sino hasta que fuese restaurada su conciencia y fluidez de movimiento a cabalidad cuando el doctor Cornish consideraba su experimento un éxito.
También Cornish consentía la publicación a discreción de una bitácora en que algún asistente describía el avance y comportamiento de los especímenes con que trabajaba. Ese documento está desaparecido de los registros y sólo queda la descripción de los “días 13, 14, 15, 16 y 17” del proceso con el Proyecto de Lazarus.
Aquí unos fragmentos publicados en marzo de 1934.
—El día 13 el animal era capaz de rastrear un poco en su colchoneta. “Su pata delantera derecha tiene inmovilidad y el animal en general tiene signos vitales inestables”, informó el doctor Cornish. “Si tenemos éxito en la restauración del perro totalmente a la vida y la conciencia”, dijo, “nuestro siguiente paso será experimentos para salvar la vida de los seres humanos”.
El día 14 el perro se comió la mitad de su habitual libra de hígado. El 15 de Cornualles el doctor dijo que estaba semiinconsciente, “como si estuviera completamente ebrio”. Esa noche alguien dejó la puerta abierta del laboratorio y en los días 16 y 17 el perro gimoteó con un resfriado…
Años después, en 1947, Cornish anunció que estaba listo para realizar el experimento con un humano. Thomas Mc Monigle, un prisionero condenado a pena de muerte, se ofreció como voluntario para servir como conejillo de indias, pero el estado de California denegó la petición. Temían que si el experimento funcionaba tendrían que dejar libre a McMonigle porque la ley penal impide mantener bajo arresto a personas discapacitadas, fuera de sus facultades (incluyendo los protegidos por el fuero político) y personas sin voluntad.
Su método y modos de proceder no eran muy complejos, no más que la escrupulosa preparación de la fórmula y el cálculo de los efectos y las manifestaciones somáticas del rigor mortis.
Su método y modos de proceder no eran muy complejos, no más que la escrupulosa preparación de la fórmula y el cálculo de los efectos y las manifestaciones somáticas del rigor mortis. El eje pragmático de su plan consistía en una tabla de balanceo o vaivén que se utilizó para dinamizar el flujo sanguíneo en los pacientes recientemente fallecidos para a continuación inyectar una combinación dosificada de epinefrina (adrenalina) y anticoagulantes mientras continuaba la oscilación con el sencillo mecanismo diseñado para tales propósitos.
Haciendo a un lado el estereotipo ridículo del científico loco o del médico frustrado y demás, Cornish tenía un perfil psicológico promedio, mientras que sus objetivos científicos eran poco convencionales. Su interés por la idea de la resurrección o la reanimación no tenía aparentemente otros objetivos que comprobar sus hipótesis sobre una práctica que pretendía patentar al pasar unos años hasta que sus experimentos fueran tomados en serio. Aunque bajo disimulo y tras bastidores, había un entero morbo ya no por la muerte como culminación de todos los procesos presentes en la vida, la persistencia de los mitos religiosos y espirituales, las connotaciones de las que no podía desarraigarse la cultura de entreguerras o el llano aspecto empírico, sino como una posibilidad metafísica del retorno, lo cual se tradujo en un desprestigio a su carrera por lidiar con “esoterismos”.
Después de todo, no se puede afirmar con certeza que las intenciones sólo eran clínicas y, por otro lado, que era un cuestionamiento al método científico y, en particular, un puro interés por los efectos químicos de la muerte en los organismos.
Ciertamente Robert Cornish no fue el antecedente más lejano, como da cuenta Christopher Boone en algunos artículos y, desde luego, el estudio La rama dorada de Frazer, en el que examina los ritos antiguos de palingenesia y reanimación en la India, Rusia y varias culturas, pasando por los experimentos del transcurso entre los siglos XVIII y XIX de Giovanni Aldini y Andrew Ure, que dedicaron parte de sus vidas a un mismo objetivo: reanimar los cadáveres de personas y animales mediante el uso de la electricidad.
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